Lo más irritante de los nuevos ricos no es que hayan
llevado la voz cantante en las últimas décadas hasta llevarnos a la desastrosa
situación económica de hoy. Los nuevos ricos no sólo han estado al frente de la
política, gobernando aquí y allá aunque sometidos a los ricos de siempre que
seguían manejando los hilos fuera de la vista del público, proclamando la fe en
el crecimiento perpetuo, promoviendo infraestructuras faraónicas, impulsando
edificios emblemáticos encargados a los arquitectos de moda, convenciendo sobre
la necesidad de dotaciones que nadie había echado de menos, poniendo primeras
piedras, inaugurando a diestro y siniestro, fotografiándose con deportistas
triunfadores y acudiendo a espectáculos de relumbrón. Otros nuevos ricos, no
necesariamente ricos pero con mentalidad de nuevos ricos, han estado jaleando a
los que mandaban desde eso que llaman sociedad civil y muchas veces debiera
llamarse sociedad mercantil. Han sido esas clases más o menos acomodadas de
pequeños empresarios, profesionales, rentistas, agricultores, altos funcionarios
y funcionarios medianos, asalariados a los que halaga que les llamen clase
media. Gente bien, gente con pretensiones, gente que aspira a tener clase,
cristianos viejos sin mezcla de gitanos o de inmigrantes, de esos inmigrantes
que trabajan en sus casas. Gente que tiene derecho a más o más derecho porque es
mejor, porque trabaja más o es más lista. Gente que aplaudía y disfrutaba la
euforia que producían todas las burbujas en que nos han embarcado, la
inmobiliaria, la financiera, la consumista, la del jamón ibérico. Que veían
normal tener segunda y tercera residencia, más automóviles que carnets de
conducir en la familia, comprar sistemáticamente el último cacharro electrónico
lanzado al mercado, ir de fin de semana a las Maldivas, hacer cursos de cata de
agua mineral, pedir créditos para invertir en la Bolsa, que la cotización de sus
acciones fuera siempre para arriba.
Más irritante es que esos nuevos ricos sean los que
sigan cortando el bacalao. Los mismos que no solo inventaron el cuento de la
lechera sino que se lo creyeron, los mismos que hacían unas cuentas que ahora no
cuadran, los mismos que planificaban un futuro que no va a llegar nunca, los
mismos que hacían promesas que nunca han cumplido, los mismos que aprobaban
leyes que no aplican, los mismos que se sentaban en consejos de administración
de empresas y cajas de ahorros que han hundido, los mismos que enseñaban con
mucha pompa proyectos y maquetas de obras que nunca se harán, los mismos que
inauguraron dotaciones que no se pueden mantener, los mismos que no vieron venir
nada de lo que ha venido, esos mismos siguen en sus puestos, en sus despachos,
en sus escaños, en sus cátedras, en sus columnas de opinión, en sus think
tanks, en sus pedestales, dirigiendo, mandando, pontificando, haciendo como
si tuvieran la menor idea sobre lo que han hecho y sobre lo que están haciendo.
Como si fueran capaces de entender porqué las previsiones que hacen hoy sobre el
fallo de sus previsiones de ayer fallarán mañana.
Pero lo más irritante de todo es que esos nuevos
ricos se permiten desentenderse de cualquier responsabilidad y tratan de
endosársela a los demás. A veces a colectivos enteros que sirven de chivo
expiatorio, sean funcionarios, sindicalistas, inmigrantes, andaluces,
trabajadores fijos, estudiantes, enfermos o parados, todos abusan y salen
demasiado caros, todos merecen algún correctivo. A veces poniendo el ventilador:
todos tenemos la culpa, todos hemos vivido por encima de nuestras posibilidades.
Después de años de tratar de que no les confundieran con el populacho, ahora
intentan camuflarse en la muchedumbre. Han logrado colar durante años mentiras
tan burdas que confían en que esta otra de la responsabilidad universal cuele y
les exculpe. Esperan que se produzca una amnesia colectiva sobre los años
pasados y que nos creamos que todos hemos sido nuevos ricos, que se esfumen las
evidencias de que durante los años de borrachera económica esta no fue tan
colectiva como ahora nos quieren hacer creer. Siempre hubo parados, menos,
pocos, pero hubo. Siempre hubo en este país de Jauja un escandaloso porcentaje
de la población bajo el umbral de la pobreza que no participó de la orgía y que
fue pudorosamente ocultada. Siempre hubo otro amplio porcentaje de gente no muy
lejos de ese umbral que justamente llegaba a final de mes y no se pudo permitir
otra cosa que vivir conforme a sus posibilidades. Y siempre hubo gente que aún
teniendo una situación más desahogada y que pudo haber vivido por encima de sus
posibilidades se mantuvo al margen, se conformó con vivir de su sueldo, tener
solo una vivienda y no cambiar de coche a cada poco, gente que soportó la mirada
conmiserativa de los nuevos ricos que le animaban continuamente a invertir en el
ladrillo, en la Bolsa, en paneles solares, a mudarse a un adosado con jardín, a
comprarse un Audi o un Mercedes en lugar de su ridículo utilitario, a cambiar de
teléfono móvil cada dieciocho meses, a tener el último modelo de smart
phone, a lucir relojes de marca, ropa de marca, ideas de marca, a consumir
y consumir, a no ser un pringao. Gente que tuvo que aguantar llamadas de
comerciales agresivos que no entendían porqué les rechazaban ese préstamo que no
habían pedido y por qué se negaban a utilizarlo para reamueblar la casa, irse de
vacaciones exóticas o comprar acciones que el propio banco o caja le
recomendaría. Siempre hubo gente que puso en duda la conveniencia de las
desorbitadas inversiones en infraestructuras, de tantos proyectos fabulosos,
tantas iniciativas que se financiaban solas, tantas promesas de abundancia,
tanto bienestar a base de bajar los impuestos, tantos duros a cuatro pesetas.
Siempre hubo gente que no tragó. Gente que fue acusada de estar en contra del
progreso, del desarrollo, en contra del orden, de la patria, en contra de todo,
de ser radical, antisistema, utópica, ignorante, arcaica, sospechosa. Mucha
gente a restar de ese todos a quien cargar con el mochuelo.
Lo más cargante de los nuevos ricos, que siempre han
sido muy cargantes, es que se crean distintos pero que pretendan ahora que todos
los demás hemos sido como ellos.
Miguel Izu (en su blog La Coctelera)
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