martes, 5 de junio de 2012

ESPAÑA SUFRE UNA CRISIS DEMOCRÁTICA. NO SÓLO ECONÓMICA

En España la crisis no es solo económica o financiera o bancaria. En España la crisis es del sistema, es del modelo democrático que nos hemos dado y que han pervertido los que lo gestionan. En España la crisis es de falta de principios éticos y valores democráticos. En España la crisis es de una ausencia total de transparencia democrática y de moralidad de los gestores de las instituciones públicas. En España la crisis obedece a que ha permanecido vivo, y aún emergente, lo peor de la idiosincrasia española, en detrimento de lo mejor: su gente.
En estos días se cumplen dos años de la presentación pública en la red de "La Antorcha de la Información", con un artículo que era toda una declaración de principios de quienes auspician este utópico e ilusionante proyecto, titulado: ¿Por qué hay que Refundar la Democracia? Editorial que no solo mantiene su sentido y fundamento en cuanto a lo que en él se postulaba, sino que hoy se percibe premonitorio y más que ajustado en sus presupuestos y demandas; a tenor del vergonzante deterioro de la vida pública, de las instituciones que deben velar por los principios democráticos, y de la pérdida del impulso solidario y de justicia social que inspiró el arranque de esta –aún joven- democracia; trocada ahora en una sociedad de rapiña y del sálvese quien pueda.
Para comprobar, para contrastar, para confirmar que esto es una verdad palmaria, solo es necesario verificar en los hechos y noticias de los últimos meses el lamentable estado, la pérdida de imagen y de crédito social, en que se encuentran todas las instituciones del Estado: sin faltar una sola. Vamos con el repaso. Primero la Corona, con un Rey que anda escondido después de su metedura de pata en Botswana que puso al descubierto que esa responsabilidad que pidió a los españoles en su discurso de Navidad, es algo que no se aplica así mismo. ¡Y no desde ahora! Un Rey que desaparece cuando más lógica y necesaria sería su presencia pública para serenar los ánimos y favorecer el pacto y la negociación. Esta abdicación, por vergüenza, de lo que es su función principal como árbitro y referente moral para las ciudadanos, unida a la puesta al descubierto público de la farsa del matrimonio real o las andanzas para llenarse los bolsillos –a costa de lo que sea- de Urdangarín; han hundido, desprestigiado y anulado el papel de referente moral de la Monarquía a ojos de una gran mayoría de españoles, por mucho que ese alma en pena que es Felipe de Borbón, intente mantener vivos los rescoldos de lo que fue y ya no es, ni será más, la Corona.
Vamos ahora con el Ejecutivo. Un Gobierno que gestiona desde la soberbia de negarse a negociar nada de los recortes aprobados –y de los que aún están por venir- con las partes afectadas por ellos. Afectados que solo reciben palos de una policía aleccionada por el oscuro ministerio del interior, en lo de primero el palo y luego –si puedes- tente tieso; y si no, que se lo pregunten a los mineros que desde Asturias y Castilla y León vinieron a Madrid a protestar o a los estudiantes o a los maestros o los profesionales de la sanidad o a los del 15M, etc. Un Ejecutivo que se ve desnortado y nervioso al comprobar que el único efecto que están teniendo sus medidas es más paro, más déficit, una subida espectacular del riesgo país, más descontento social y, quizá lo peor para su credibilidad y la de España, el descontrol en la gestión de la crisis bancaria que nos ha situado en el contexto internacional al nivel de la credibilidad y fiabilidad que se le otorga a Grecia.
Una actuación soberbia y de ausencia total de transparencia y diálogo que se traslada al poder Legislativo, donde el rodillo del PP ha convertido la vida parlamentaria en algo insustancial para el ciudadano, ya que solo sirve para sancionar las medidas y recortes del Gobierno; y con la única labor por parte de la oposición que la de clamar en el desierto explicaciones, comparecencias y comisiones de investigación que aclaren a los ciudadanos de donde salen ahora agujeros del calibre del de Bankia y otras Cajas de Ahorros que los presidentes de las autonomías gobernadas por el PP (Valencia y Madrid principalmente) utilizaron como un pozo sin fondo para su megalomanía y llenar los bolsillos de los amigos. Explicaciones que la mayoría del PP hurta al ciudadano.
Y qué decir del poder Judicial, en el que su máximo representante Carlos Dívar (otro error garrafal de Zapatero), presidente del Tribunal Supremo y del CGPJ, está dando a los españoles una bonita lección de confianza y fiabilidad en la justicia, con su actitud no solo de no aceptar ningún tipo de responsabilidad por sus fines de semana en Marbella costeados por todos, sino que el "pobre hombre" está, ¡encima!, ofendido. ¡Increíble!, pero cierto. Después de dar la puntilla a la credibilidad de la justicia española con el vergonzante proceso múltiple a Baltasar Garzón para quitárselo de en medio; ahora viene Divar a clavar el rejón de muerte con su prepotencia y desprecio hacia los ciudadanos que le pagan su salario.
Si giramos la mirada hacia otros ámbitos, el panorama es igual de desolador. Mientras los empresarios de la CEOE se callan y esconden ante lo que está pasando –ya que el Gobierno les está haciendo el trabajo sucio al aplicar el programa de máximos que venían reclamando de antiguo-; los sindicatos se encuentran inanes, confinados y sin papel ante la asfixia política a la que les somete el Gobierno – no hay ni una sola mesa de negociación abierta sobre nada-; a la que se une la económica, con la retención de subvenciones y del presupuesto para los programas de formación que ha forzado a UGT y CCOO a realizar despidos en sus propias filas. Esto de puertas para adentro. Si miramos hacia afuera, los propios vaivenes gubernamentales y el ninguneo a instituciones como el Banco de España (quitado del medio para que dos consultoras extranjeras busquen los agujeros reales de nuestros bancos), no solo nos han devuelto una imagen bananera de país, sino al hecho –de facto- de que ya estamos intervenidos. Y, ya, para completar el marco tenemos a los patriotas de siempre, a los de la banderita española en el reloj o en el cuello del polo de verano, que en el primer trimestre de este año han sacado de España 90.000 millones de euros, con los que se frotan las manos lo banqueros suizos y de los muchos paraísos fiscales.
Este es el estado de situación real del país. Este es el ejemplo moralizante que están lanzando a diario a los españoles, a lo que se añade aún un hecho lacerante e indignante: el de tratarnos como a niños, como a estúpidos incapaces de entender lo que pasa y sin el temple suficiente para aguantar tener el conocimiento de todo lo que están manejando. En los últimos días, y por distintos motivos se nos viene negando y ocultando información (la no desclasificación de documentos oficiales por el ministro de Defensa, el taparle la boca al todavía gobernador del Banco de España para que no hable, o la negativa a buscar responsabilidades profesionales y personales por los agujeros de la banca), con el peregrino argumento de que ya están las cosas demasiado agitadas como para que se agiten aún más. ¡Toma ya! Es este trato paternalista indignante, propio de cualquier dictadura, unido al descredito de todas las instituciones del Estado, ganado a pulso por sus gestores y protagonistas, lo que sitúa a España al borde del abismo. Del abismo ético y moral de una sociedad donde se sigue primando al golfo (con amnistías diversas) en detrimento del esforzado, al "amiguete" que cobra y calla en lugar de dar espacio a los capaces y preparados, donde el dinero público se ha utilizado –desde todas las administraciones públicas- para comprar anuencias que permitieran forrarse a los implicados. A una sociedad, en fin, donde las redes clientelares, el corporativismo, la endogamia y la ambición desmedida por medrar y llenarse los bolsillos como sea, han conseguido pudrir esta democracia que, solo los ciudadanos de a pie podrán levantar, levantándose ellos mismos para exigir un recorte radical del poder de decisión del que disponen todos los cargos institucionales, mayor participación del ciudadano en la gestión pública, y el remozamiento completo de todas las instituciones.
Consejo Editorial "La Antorcha de la Información"

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