los concejales os y trabajadores 
del Ayuntamiento de Iruñea asesinados por la sinrazón del fascismo ya tienen su 
placa de reconocimiento en el zaguán de la Casa Consistorial. No están en el 
lugar donde corresponde que sea honrada su memoria por voluntad de los que 
mandan. Lo están por la insistencia y el tesón de los que heredaron su dignidad, 
hijos/as, nietos/as, amigos de los que hicieron desaparecer cuando todavía 
estaban en edad de merecer y de aportar a la sociedad la savia de sus mejores 
proyectos. 
Una vez más se ha evidenciado ante las víctimas humilladas, relegadas, 
machacadas durante décadas que la derechona que sigue ostentando el 
poder en la capital navarra no está dispuesta a tratar por igual a todos los 
ciudadanos. 
El acto de inauguración de la placa no movió al alcalde de su asiento. La 
representación del consistorio quedó en manos de una concejal, restando sin duda 
importancia y categoría al evento. Los alcaldes de UPN-PP nunca faltan cuando 
los homenajeados son víctimas de ETA. Solo lo hacen cuando el honor esta 
destinado al sector silenciado, ninguneado de los otros. 
El Sr. Maya envía al acto a María Caballero como si nosotros tuviéramos que 
abrir los ojos ante el dolor ajeno. De tanto darnos la espalda ya deben creer 
que vivimos fuera de su cortijo, o que nos hemos evaporado por arte de 
birlibirloque. Pues no. Estamos aquí. Y además somos.
Como los inexistentes siempre tenemos que decir por delante que no carecemos 
de sentimientos netamente humanos, tengo que decir que conocí a Tomás Caballero 
cuando ambos formábamos parte, él como presidente y yo como miembro más joven, 
el último mono, el recién llegado al mundo de los mayores, del Consejo de 
Trabajadores del felizmente fenecido Sindicato Vertical de la dictadura. El 
primero y el último con un mismo propósito: acabar con el fascismo. Nos 
sentíamos en terreno recién conquistado. Accedíamos a espacios vetados para la 
democracia directa y lo hacíamos para derribar un sistema que nos ahogaba. 
Tomás Caballero trabajó a favor de la comunidad en otras entidades que 
todavía hoy agradecen sus esfuerzos desinteresados. Discrepo de la última etapa 
política de Tomás Caballero pero desde el respeto absoluto debido a quien en 
determinado momento emprende un viaje por un camino que consideramos equivocado. 
Su ausencia no tiene justificación posible. ¿A qué descerebrado se le pudo 
ocurrir segar una vida como la de Tomás Caballero? Nunca lo podré asimilar. Como 
me resultan incomprensibles todas las demás mortíferas sentencias ejecutadas con 
el correspondiente asesinato contra las personas, por el mero hecho de pensar 
diferente. ¿Cómo podría entenderlo siendo como soy descendiente de dos de los 
3.400 hombres y mujeres que fueron asesinados/as en 1936 con esa misma miserable 
excusa? 
Hechos tan dolorosos como el asesinato de un familiar coloca de por vida a 
sus deudos en círculos políticos y sociales con los que no contaban en momentos 
previos al tiro que marca un antes y un después. Aun recuerdo a Javier Caballero 
en la puerta de acceso a la sede de UPN diciéndonos: "Es la primera vez que 
entro aquí". Dos días antes habían asesinado a su padre y con toda lógica las 
cosas ya nunca serían iguales para él. 
Tampoco lo fueron para mi padre ni para toda nuestra familia que el 18 de 
agosto del 36 quedó hundida en un dolor que ni siquiera podía ser expresado en 
público. 
Qué difícil resulta sin embargo entender la enorme diferencia en el trato 
dispensado a las víctimas de la violencia. 
Unas, las víctimas de ETA, en Navarra al menos y no todas desde luego, 
subidas al carro del poder, identificadas con partidos que heredaron la 
ideología y las formas, la intolerancia de aquellas partidas de falangistas y 
requetés que ensangrentaron cunetas y campos. Otras, las víctimas del fascismo 
estigmatizadas, machacadas durante décadas por los verdugos, obligadas a vivir 
en silencio las carencias. Y otras más, víctimas de la violencia de Estado 
ignoradas como si su sufrimiento hubiera estado ocasionado por un accidente de 
tráfico. 
Ahora María Caballero se permite el lujo de expresarse con la arrogancia de 
quien se siente en un pedestal, con las víctimas del fascismo. Ella, que con 
toda razón, siempre esgrimirá su condición de hija de asesinado, nunca hubiera 
promovido de motu propio un reconocimiento por las víctimas que sin ninguna duda 
considera ajenas. Ni ella, ni ninguno de sus correligionarios. Pretende echar 
tierra sobre el pasado diciendo que la guerra civil está superada, que queda 
lejos vamos... que aquellos perjudicados pueden sentirse agradecidos por la 
placa que ahora permiten exhibir. Y eso se lo dice a personas que ostentan su 
misma e involuntaria categoría de hijos de asesinados, personas humildes pero 
dignas que no han tenido que vivir apelando a méritos de circunstancia para ser 
concejales, senadores, consejeros...
Su discurso ante las gentes republicanas como representante de la autoridad 
municipal me encendió las entrañas por una frase doblemente repetida. Dijo sin 
el menor sonrojo que los concejales y trabajadores irunxemes asesinados habían 
dado su vida por defender ideas. Que dieron su vida sra. Caballero? Pero... ¿de 
qué, de quién estamos hablando? ¿Nuestros familiares eran legionarios dispuestos 
a morir y a matar por su país? Eran guardias civiles que todo lo ofrecen por la 
patria? ¿Eran acaso voluntarios dispuestos a morir por Dios, por la Patria y el 
Rey? Pues no... sra. Caballero. ¿Acaso su padre dio la vida por algo? ¿No, 
verdad? Pues los nuestros tampoco. Ni ofrecieron la vida, ni la regalaron, ni la 
pusieron en una diana para que se la quitaran, ni tampoco fueron voluntarios de 
ninguna causa guerrera en ningún frente. Ellos querían vivir entre los suyos, 
mejorar las condiciones de vida de todos, luchaban por la justicia, por la 
igualdad, por la libertad pero querían vivir y morir de viejos. ¿Tan difícil es 
hablar de personas asesinadas cuando ni un solo dato demuestra lo contrario?
Txaro Alfaro, hija de concejal asesinado, en sus sencillas palabras de 
agradecimiento también repitió una frase: "Nos los quitaron... nos los 
quitaron". Eso SÍ era cierto.
Las palabras de la señora Caballero ni reconcilian ni pacifican. Solo 
demuestran una vez más que ciertos estamentos y círculos de esta sociedad de la 
que, mal que les pese a los que detentan el poder, formamos parte todos, no 
están dispuestos a reconocer que la sangre de todos los ciudadanos/as es roja, 
independientemente de los ideales que alberguen sus cerebros. Cuando por mano 
armada esa sangre se derrama socava los cimientos de la convivencia e incrusta 
en el corazón de las gentes pozos de sufrimiento de difícil superación. Los 
dolores originados por ausencias arrebatadas no deben ser ni menospreciados, ni 
ignorados, ni tampoco injustamente comparados porque entre ellos no existe 
diferencia alguna.
Bingen Amadoz, en Diario de Noticias 
 
 
 
No hay comentarios:
Publicar un comentario