viernes, 18 de abril de 2014

TESTIMONIO DE ELIXABETE NOSELLAS, TORTURADA POR MUÑECAS EN TOLOSA

Elixabete Nosellas (Tolosa, 1959) estuvo arrestada y torturada durante una semana en el cuartel de la Guardia Civil de su pueblo, destino del ex-capitán Jesús Muñecas, reclamado hoy por la justicia argentina. 

Elixabete trabaja hoy en un comercio, lleva las actividades del mediodía en la ikastola y coordina un grupo de dantza. Varios conocidos la saludan durante una conversación en la que, entre euskera y castellano, mezcla tiempos verbales presentes y pasados para reconocer que hay episodios de aquel octubre de 1975 que aún prefiere no recordar. "Salí, sé lo que tuve que hacer... Pero no quiero saber. Es un esfuerzo que no he hecho. Ahora me está viniendo, pero no quiero. De momento, no quiero".

Tras décadas sin hablar, el proceso judicial contra Muñecas y Pacheco, les está haciendo recopilar testimonios. ¿Son optimistas?

-Me pregunto cómo terminará. No puede haber impunidad. Estamos preparando la querella para arrancar la vía legal. Me gustaría tener esa sensación de que estaría encarrilado. Lo tengo que hacer, es la pequeña aportación que pueda hacer. A partir de ahí, no sé. No sé cómo están mis sentimientos. Sé que al pil-pil, porque estoy reviviendo una cosa que no sé ni si quiero revivir. Hay cosas que no puedo sacar. Me cuesta. Cuanto más hablo, veo que necesito. Tendré que sacar. Cuando lo haga, quizá... No sé si paz, porque estoy bien en ese sentido. Necesito sacar esas palabras.

Cuando ocurrieron los hechos que denuncia, usted era muy joven.

-Tenía 16 años. Era sábado. Jokin (Sarasola), hoy mi marido, y yo salimos tranquilamente del cine, montamos en un taxi porque yo vivía lejos, en Beotibar, y caímos donde caímos.

¿Cómo les detuvieron?

-En un control. Serían las once o las doce de la noche. Sabían quiénes éramos. Ahora habrá secretas y demás, pero entonces nos conocíamos todos. Era la época de Franco y todo se hacía algo clandestinamente, pero ¿ocultar? ¿Qué me iba a ocultar? Nos escondíamos un par de días cuando teníamos que poner una ikurriña en fiestas. Fíjate tú, qué pecado. Éramos jóvenes, un poco peliculeros. Cuando oí hablar de piso franco, de pistolas... Lo más que conocía era una imprentilla en una borda. Ellos buscaban culpables. Pagamos los platos de un guardia civil que había matado ETA en Zarautz, creo. Nosotros éramos pareja, tonteábamos... Lo sabían y lo utilizaron como quisieron.

¿Cuánto tiempo estuvieron?

-De sábado a sábado o a domingo, cuando pasamos a Martutene. Yo no podía ir allá. Estaban rozando todas las ilegalidades: el aislamiento, las torturas, la edad... Por un lado estaba la tortura física y por otro, la psicológica. Nadie está preparado, pero cuando eres militante, igual eres consciente de que te puede pasar... No éramos más que jóvenes rebeldes que intentamos poner en marcha la Unión de Juventudes Maoístas. Creíamos que íbamos a hacer la revolución. Estaba convencida. Por edad, tocaba. En mi casa no había esa trayectoria. Yo sí. Ese fue mi pecado.

¿Cómo recuerda aquellos días?

-Las torturas fueron muy, muy, muy duras. Un perro es bastante mejor tratado. En casa ni se enteraron de dónde estábamos. Nadie sabía nada. En aquella época no había teléfono donde vivíamos, ni WhatsApp... Nada.

¿Recibieron alguna visita?

-Mis padres no entendían nada. "¿Cómo? ¿Mi hija en la cárcel?". Mi ama vino -me acuerdo perfectamente- con café con leche caliente en un termo. Siempre he sido muy delgada, pero entonces estaba con menos peso. Una sensación de angustia, de miedo... Me quería morir, porque sabías que al terminar una cosa venía otra... Lo último que quería era que mi madre viera aquel sufrimiento. La pobre abrió su termo y uno de los que estaba allí hizo así (gesticula un aspaviento) con la mano y se lo tiró. Cómo la obligaron a agacharse a limpiar aquello.

Eso fue en los primeros días, pero estuvo una semana en el cuartel.

-En la primera planta, bajo el descansillo. Cada vez que pasaba alguien, te daba una torta, te daba una hostia, te ponía la pistola... Pierdes la noción del tiempo. Recuerdo lo físico. La bañera. Era terrible. Te envuelven en mantas para que no quede rastro. Me pusieron cinturones aquí, aquí y aquí (señala los brazos y las piernas). También un plástico. Te cogen como a un tronco y te echan al agua. Aquella estaba limpia. Otras veces había heces, devueltos... Era lo de menos. Lo que no querías era entrar y volver a salir, porque sabías que si entrabas, te esperaba lo que te esperaba fuera y tenías que volver a entrar. Es como si caes al río, no sabes nadar y ves a cinco personas que te miran y no te sacan. Te quieres morir. Hay cosas de las que no me quiero acordar. Tengo lagunas. Salí de aquellos días, sé lo que tuve que hacer... Pero no quiero saber. Es un esfuerzo que no he hecho. Me viene, pero de momento no quiero.

Su hoy marido también fue detenido con usted.

-Ocho días con sus ocho noches. A mi marido lo tuvieron desnudo en la calle. Cuando me torturaban, lo traían para que oyera; cuando le torturaban a él, al revés. No puedes hacer nada mientras. Él era mucho más corpulento. En una de las bañeras, rompió las esposas de la impotencia. Se quedaron acojonados. Muñecas llevó a guardias para que lo vieran. Muñecas fue un elemento... Yo no lo recuerdo. Del Gitano, un secreta muy conocido, y los otros dos, el Fofo y el Pelirrojo, perfectamente. Eran la mano derecha de Muñecas. Mi marido se acuerda "de las hostias que él me dio", suele contar. Muñecas no solo estuvo dando órdenes. No sé cuánta gente pasaría por aquel cuartel.

Cuando les detuvieron, ¿qué buscaban?

-Algunas preguntas eran... ¿Qué contestaba yo a aquello? Buscaban las armas que mataron al guardia civil. El segundo día les llevé a Montezkue. No había nada. ¿Qué iba a ver? Tenía que decirles algo. Eran conscientes de que no estábamos diciendo la verdad, pero... Cuando no vieron nada... Te ponían de rodillas mirando al monte, con la pistola... Tengo grabado lo que me dijo El Gitano: "Ahora te vamos a matar. Nadie se va a enterar. Como un pajarito te vas a quedar aquí". Y era verdad. No se iba a enterar nadie.

¿Le pedían otros nombres?

-Sí, pero todo eran motes, nadie sabía los nombres y apellidos. Me acuerdo del Bigotes, que vivía en la vuelta de Alegia. Aquel era mi responsable y canté. Fuimos a su casa y acabamos donde el vecino. ¡Fíjate lo que sabía, ni dónde vivía! Estaba dormido, con la mala suerte de que detrás de la puerta tenía unas medias que utilizábamos como pasamontañas. Se lo llevaron. Tengo grabada la mirada de odio de su madre. Entonces, que yo estaba como estaba, no; pero hoy la entiendo. "Se llevan a mi hijo por ti". No se me va a olvidar.

¿Por qué?

-Tenía que decir algo. Tenía que salir de allí, pero vi que según decía algo, era peor. Y más, y más, y más. Una semana. Luego, cuando sales, descubres cosas. ¿Qué me han hecho? ¿Y esto? ¿Y aquello? Pasé un año físicamente mal, cuando no eran quistes eran tumores... Y gracias, según me dice el médico. Amparo Arangoa no se le somatizó y mira cómo acabó. Es una sensación como al salir de la anestesia. Quieres acordarte, pero cuando te has despertado, no te acuerdas de lo de hace cinco minutos. En este caso tengo el mismo recuerdo. Digo: "Uy, ¿esto ha pasado? ¿Esto me han hecho?". Ahora lo revivo y no quiero. Hablo de abusos físicos y cosas muy fuertes. No sé si me quiero acordar, si es verdad, si no... Solo sé cómo salí y lo que hicieron para poner solución. A veces digo que mejor, pero ahora, en estos momentos... revives y dices, ¿y si fue así? No soluciona nada. En su día puse remedio, entre comillas.

¿Cómo acabó esa semana?

-Nos metieron en el coche celular camino a una celda de Martutene. En el coche, Jokin estaba muy fuerte, me quería agarrar... Pero a mí que no me tocara nadie. Salí muy mal. Así pasé un año. Mi padre, el padre de mi marido y mi cuñado, que es más joven, fueron a Madrid, adonde (Gregorio) Peces-Barba, que de lo que había era bastante dialogante. Pidieron una audiencia para decirle cómo que en mi ficha no aparecía mi edad, que tenía 16 años y que no tenía que estar en Martutene. Previo pago de 50.000 pesetas de fianza y pendiente de un juicio de 16 años, salí. Yo estudiaba en las monjas.

¿Ahí terminó?

-No. Los secretas me siguieron durante varios meses. Mi actividad no podía continuar. No estaba para eso. Era la época de inauguración de ikastolas. Se inauguraba una y ya los teníamos en casa. Hubo un mitin carlista, no te lo pierdas, en el frontón. Al salir, les reconocieron a los secretas y les debieron de quitar una pistola. Jokin y yo estábamos en la ikastola de Txarama. Pues aquella noche Jokin terminó detenido. Cuando iban a su casa, luego iban a la mía.

¿Cómo acabó esta situación?

-Estábamos montando la Unión de Juventudes Maoístas, la Organización Revolucionaria de Trabajadores (ORT) española ya existía. Pedí traslado y me fui a Huelva año y pico, con la mala suerte de llegar y, ¿a quién vería?, a uno de los torturadores. Aquel año yo cumplía los 18 años, la mayoría de edad después de que la bajaran, y voté allá.

Si tuviera enfrente al excapitán Muñecas, ¿qué le diría?

-No sé. Eso, ese problema está ahí, pero con odio ni viviría ni haría la vida que tengo. Seguramente me saldría un "hijo de puta", pero no sé. No soy rencorosa. No quiero serlo. Ese odio... ¿odio, eh?, es algo que no quiero. No sé cómo podían vivir, porque nos odiaban de verdad. He intentado hacer mi vida. Ahora, con mayor madurez, buscas otra justicia. Verle y gritarle no me satisface. Me he encontrado con gente que no quiere saber nada de lo que ocurrió. No quiere recordar. Nada. Depende del carácter. Igual le veo y me sale la vena... Para mí es mucho más útil lo que hemos empezado a hacer. Encontrarnos, empezar a recoger testimonios... Que el mundo se entere, que no se olvide, que no vuelva a pasar y que terminemos con tanta historia. Hay una cosa que me hierve la sangre: esa impunidad, que estén amparados.

¿Confía en el recorrido judicial?

-Es como ir contra molinos. Verles ante un tribunal es muy positivo. Por mucho que se pida en Argentina, si aquí están tan amparados... No espero nada a nivel judicial, pero hay que seguir. La asociación Goldatu me lo ha pedido. Queremos buscar datos y poner una querella, aunque sepamos que no vaya a salir nada. Mi conciencia me pide que la gente se entere, que no se olvide y que se termine.

¿Lo ve posible?

-Es muy difícil, están muy protegidos. En España se está a años luz. Hay mucha buena gente de izquierdas y me llama la atención cómo este caso ha servido a muchos para cuestionarse sobre la situación de Euskal Herria. De lo contrario, no tendríamos que estar hablando aquí ahora. Celebran el 23-F y les reprimen no por celebrar, sino por no avisar de la paellada. ¿Esto qué es, un chiste? Hemos perdido toda esperanza judicial. No es bueno, pero es la realidad.

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