Existe un pequeño libro llamado El arte de la mentira política, de John Arbuthnot, falsamente atribuido a Jonathan Swift para hacer honor al título, que explica cómo debe ser el noble arte del engaño al pueblo, de la falacia al votante, de la triquiñuela a la plebe, del embuste al ciudadano o de la trola al tolai. El texto explica cómo hay que engañar al pueblo por su propio bien, asume que no tiene derecho a la verdad política ya que esta tiene que ser tratada como un patrimonio, como un bien sólo reservado a las élites. Es decir, la verdad política es un privilegio que la plebe no debe conocer. Durante esta campaña ha quedado claro que los candidatos no lo han leído. No su propio programa, que es habitual, sino este libro. Porque mentirnos nos han mentido, es probable que no hayan hecho otra cosa. Pero con qué poco arte.
Arbuthnot explica en su tratado que la mentira política es un arte sabio, al menos en su siglo. El arte de la mesura, del punto medio, la técnica sutil del escapismo, el elogio de la justa medida. Por ello avisa de que la mayor virtud de la perfecta mentira en política es la verosimilitud, la mentira debe mantener una cierta distancia con la verdad y jamás ser exagerada. Ponderar el embuste para hacerlo creíble. Y entonces llega González Pons.
En el debate a seis, celebrado en TVE, el número 2 de la lista del Partido Popular afirmó que en España se crean 7.000 puestos de trabajo al día. Lo que supondría que se estarían creando más de 2.500.000 puestos de trabajo al año. En dos años, pleno empleo. La mentira es tan burda que deja en evidencia el poco arte con el que González Pons maneja la mentira política. Sí hubiera leído a Arbuthnot sabría que otro de los preceptos fundamentales de la mentira, aparte de evitar la exageración, es la de sustraer las mentiras a la posible verificación, a ser posible con comentarios ambiguos y vagos que no puedan ser contrastados. Si hubieran leído el tratado sabrían que no es adecuado hacer predicciones a corto plazo o verificables, ya que se corre el riesgo de quedar en ridículo y que la falsedad te reste la escasa credibilidad que la mentira deposita en el que la expresa. Algo que no le es ajeno a Elena Valenciano. La candidata socialista debe considerar que se dirige a una recua de pécoras olvidadizas, de reses sin memoria que no son capaces de comprobar un simple dato. “Hay que decir un no como una casa a Merkel y Rajoy”, declaró la candidata del PSOE haciendo gala de una locuacidad y riqueza del lenguaje digna de los más grandes literatos, un no como una casa a Merkel. Y pretende que olvides o no conozcas que el candidato europeo de los socialdemócratas en Europa, Martin Schulz, gobierna en Alemania en coalición con Merkel.
Y claro que funciona la mentira, si no un tratado del siglo XVIII no estaría aún vigente. La mentira en política funciona de manera tan eficiente que ni siquiera es necesario manejarla con arte y destreza. Les funciona a gente como González Pons y Elena Valenciano. Les funciona porque se cumple otra de las premisas expresadas con maestría en el libro de Arbuthnot, hemos creado una sociedad de mentirosos. Una masa servil de crédulos que se creen, o no, tampoco es imprescindible, las mentiras para difundirlas, defenderlas, diseminarlas o transmitirlas por doquier. Militantes y periodistas que inmolan su credibilidad en pos del bien del partido en cuestión, gacetilleros como Marhuenda que están dispuestos a pervertirse intelectualmente por conseguir una pizca de los réditos económicos que aporta dominar el poder.
Insultar al ciudadano mintiendo no es la única forma de hacer campaña, también está la de tratar como gilipollas a los votantes. Aunque aquí, y me perdonen los niños que son capaces de hacer mucho más de lo que nos han ofrecido en campaña, hablaremos de infantilización del discurso político. Ha llegado a nosotros la campaña de los memes, el intento de crear unidades de información simples que se propaguen con rapidez, que se repliquen y calen en los ciudadanos. Y en estas lides hay que reconocerle a Elena Valenciano una capacidad especial para convertir el discurso político y la campaña en una suerte de relato intelectual muy cercano al muro de Facebook de un quinceañero.
La campaña de Elena Valenciano se ha llenado de fotos de manos tendidas, autofotos en sets de maquillaje, e imágenes con mensajes facilones y simples para ser compartidas en las redes. De hecho eso es su programa, veinticinco propuestas que compartir en internet. Elena Valenciano ha usado su perfil en las redes con el objetivo de idiotizar la campaña hasta límites nunca hasta ahora conocidos. Para solucionar el problema del olivar andaluz se hace una foto de la mano en la cama. Para mostrar el apoyo al sector pesquero se hace una foto paseando por un puerto pesquero.
La mentira en política es consustancial a la actividad, habrá políticos más honestos y menos, habrá algunos que hagan de la mentira su único valor en la actividad y otros que sólo mientan para su propia supervivencia. Henry Kissinger defendía la mentira en política porque consideraba la moral de éstos y las élites superior a la moral de la plebe. Pero el mayor problema es cuando esa mentira es descubierta y queda impune, cuando una sociedad narcotizada se acostumbra a ser engañada y la mentira revelada no provoca ninguna consecuencia en el que la declara. Si mienten a la sociedad tienen que temer el riesgo de que se descubran sus mentiras y se les provoque un castigo proporcionado al daño que sus mendacidades provocan en la sociedad, ese es el verdadero peligro, la impunidad en el embuste. Que no necesitan manejar el arte de la mentira política, que tratan a la sociedad como un grupo de niños sin capacidad de comprensión porque se ha perdido la vis crítica y ya no es necesario ni que se esfuercen para manejar los designios de los verdaderos protagonistas de la democracia.
Esa responsabilidad en la aceptación, difusión e impunidad de la mentira política cae de manera especial en los medios de comunicación, algo que no es de ahora. Decía Miguel de Unamuno en 1906: “La mayor parte de la prensa es el órgano de la mentira, hija legítima de la cobardía. De la mentira política, de la mentira cultural, de la mentira religiosa, pero sobre todo de la mentira política”.
Antonio Maestre, en La Marea
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