Si el domingo fue un «día D» en los campos, hoy lo es en los despachos. Responsables de Osasuna y de la Hacienda navarra comienzan a analizar el nuevo escenario. La Segunda es un túnel en el que uno sabe cuándo entra pero no cuándo saldrá, ni si saldrá. De momento todo son tinieblas. Se aprecia además que ninguna de las dos partes llegaba con las luces largas dadas; de momento es como si entraran en tierra ignota con minúsculas linternas.
Se añade una paradoja injusta: Osasuna ha perdido pie justo cuando estaba cumpliendo sus compromisos de pago de la deuda, con un calendario estricto para anular 40 millones de euros en diez años. Tocaba enjugar por tanto unos cuatro kilos al año. Si en Primera suponía un gran esfuerzo sobre un presupuesto de 31 millones, en Segunda resultará directamente imposible dado que se prevén ingresos totales de unos 10 millones al año. El desplome de los ingresos de la televisión lo dice todo: de 23,5 millones a 2,8 (o sea, de cubrir el 75% del presupuesto a solo el 25%). Un directivo lo explica así en privado: «Esto es como bajarte del avión y subirte al autobús de línea».
Así las cosas, el Gobierno de UPN está ante una disyuntiva cruda: estrangular a Osasuna o abrir la mano. Pese a algunas declaraciones de firmeza ayer, parece claro que se decidirá por lo segundo, entre otras cosas porque Archanco ya ha avanzado que el calendario de pagos es inviable y está dispuesto a coger las llaves del club y depositarlas directamente en Diputación.
A partir de ahí, resulta bastante posible también que el asunto desemboque en refriega política pura y dura, más aún a un año de unas elecciones cruciales en Nafarroa. UPN no tardará en alegar, y con datos, que la anterior Diputación de Gipuzkoa borró directamente parte de la deuda de la Real o que el Athletic se beneficia de un régimen fiscal especial en Bizkaia, por no hablar de quién pagó el nuevo San Mamés. Y resulta perfectamente previsible igualmente que desde la otra trinchera se replique con no menos razones: pagar a la Hacienda es obligatorio para cualquiera y las arcas públicas tienen necesidades mucho más acuciantes. Con el añadido de que al frente de la gestión del tema estarán Yolanda Barcina y Nieves Goicoechea, enfangadas en el mal uso del dinero público, y por tanto carne de cañón para la bronca.
Los partidos se la juegan en este asunto, de alto riesgo para todos. Incluidos EH Bildu, Geroa Bai o IUN, que podrían terminar señalados como enterradores de Osasuna cuando su situación es fruto únicamente de los desmanes del Gobierno de UPN y una directiva rojilla amiga (y no precisamente Barcina y Archanco, que habían puesto una vía para encarrilar el asunto, sino Miguel Sanz y Patxi Izco, que dejaron el boquete abierto, se fueron sin diseñar siquiera un arreglo, y a los que hoy todo el mundo parece haber olvidado cuando son los dos auténticos culpables).
Antes de que el asunto entre inevitablemente en el barro político, conviene preguntarse qué es Osasuna. El trauma que acarrearía una desaparición puede intuirse perfectamente en las lágrimas que estos días han vertido por el descenso decenas de miles de navarros, incluidas gentes que nunca han pisado el Sadar y/o deploran la manipulación creciente del fútbol como medio de distracción social. Su derrumbe no tendría punto de comparación posible con los de San Antonio o Itxako, ni siquiera con la de Euskaltel por poner otro ejemplo (son 94 años de historia), o con Getafe o Logroñés por volver al fútbol.
Osasuna y Sanfermines son lo único que en Nafarroa permite que se abracen personas de diferentes ideologías, idiomas, credos. Estos días se habla mucho en Iruñea del efecto económico del descenso sobre Nafarroa, del déficit a nivel de marca, pero eso es quedarse corto. La pérdida resulta mucho mayor porque incluye intangibles como la identidad colectiva, el sentimiento, el pueblo... variables que ningún político debería minusvalorar ni enterrar bajo paladas de principios ideológicos. Si todo eso no es un bien público, se le parece mucho.
Llegados ya a la hora inevitable de buscar soluciones, parece claro que las que más se ajustan a los discursos de los bloques políticos enfrentados no lo son. Hacer la vista gorda ante una deuda de 40 millones mientras se recorta gasto social hasta extremos dramáticos resultaría intolerable. Lo contrario, exigir su devolución a sabiendas de que es imposible, sería coger las llaves de Osasuna y tirarlas al Arga (o al río Sadar), y con ello seguramente también mandar a pique algunas expectativas políticas propias.
Una solución posible sería comenzar a tratar a Osasuna realmente como algo público. Porque es ahí donde está el origen del problema: los gobiernos de Sanz regalaron el dinero de todos a una dirección rojilla liderada por Izco que hizo una gestión completamente privada. O peor aún que privada, dado que hoy día ni siquiera los socios saben cómo es posible que la deuda pasara misteriosamente un día, tras la marcha del expresidente, de 29 a 40 millones, ni cómo se generó tal pufo.
¿Puede devolver Osasuna ese apoyo público, pagar parte de esa deuda con un servicio público contante y sonante, más allá de lo sentimental? Puede. Los campos de Tajonar están entre los mejores del Estado. Hoy día los pisan unos 500 niños en los campus de verano, ¿por qué no más, por qué no todas las escuelas de Nafarroa, de modo organizado? El Sadar es la mayor instalación de Nafarroa: ¿No cabe usarla en eventos públicos, en Sanfermines o en otros de masas? Imaginación y flexibilidad dan salidas de este tipo, de modo que toda la ciudadanía también se beneficie de Osasuna.
Y en la misma clave de bien público, ¿no se puede volver a convertir al equipo en vivero de futbolistas navarros y fuente de ilusión para su afición, que fue por cierto lo que llevó a ascender en 1980 y 2000, en dos escenarios muy diferentes tras eliminarse el derecho de retención y aparecer la Ley Bosman?
La zona del campo de Osasuna queda como monumento al despropósito de UPN. Algunos cálculos elevan la deuda rojilla a 60 millones, y otro tanto es lo que ha costado el Navarra Arena anexo (a la derecha), ni siquiera inaugurado. El Gobierno Sanz lo «vendió» con la excusa de los éxitos del San Antonio, hoy desaparecido, cuando era evidente que resultaba excesivo, un capricho megalómano. Con el descenso, seguramente en muchos partidos los 10.000 asientos del Arena bastarían para ver... a Osasuna.
Ramón Sola, en GARA
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