lunes, 21 de abril de 2014

LA AMARGA HISTORIA DE UN ANTIHÉROE

De niño tuvo que contemplar cómo a su madre le obligaban a ingerir, en medio de la plaza del pueblo, aceite de ricino, aquel castigo de la Falange que provocaba vómitos y diarreas. Quizás aquello fue el principio del fin. A la familia Sáez Santacruz la desterraron de Santo Domingo de la Calzada, por 'rojos', tras fusilar al padre y a dos hermanos. Entonces tuvieron que habitar las cunetas y sufrir, más que el hambre, el frío atroz. Hasta que se asentaron en un poblado chabolista debajo del puente de Hierro de Logroño, en plena posguerra.
Bernabé Sáez Santacruz, que murió el pasado 26 de marzo a los 89 años, residente en el barrio de Yagüe, encarna una de esas miles de historias terribles provocadas por la Guerra Civil. La diferencia, tal vez, es que él nunca tuvo problema en contar su vida, en denunciar lo que le ocurrió a él y a su familia. Aunque lo hizo casi de casualidad. Un día apareció por una ciberteca de Logroño, al ver que había ordenadores, y preguntó con candidez: «Buenos días, ¿quién me podría pasar esto a limpio?». «Se tiró a un pajar y se pinchó con la aguja», comparó una vez el filólogo Ernesto Muro, que estaba allí recibiendo un curso de formación. Ernesto se convirtió en su altavoz, en el protector de su memoria y en su editor.
El ajado cuaderno de Bernabé lo convirtió Ernesto en el libro 'Desterrados por el franquismo', que se publicó en el 2003 y se ha reeditado en dos ocasiones: 2005 y 2013, ya corregido y ampliado. «Bernabé no desea contar únicamente su vida, también quiere contar lo que le sucedió a su familia y de esa manera rendirles un digno homenaje», explica Ernesto Muro en el libro.
La vida de Bernabé Sáez Santacruz parece una novela picaresca: fue internado en un reformatorio, desertó del Ejército para acabar alistándose en la División Azul, sufrió un batallón disciplinario en el Sáhara, robó (siempre alimentos) para procurarle una vida mejor a su madre (Benita), cumplió dieciséis años de cárcel, se casó, preso, en San Valentín y acabó ganándose la vida como feriante.
La mayoría de los que le trataron no conocerían ni sabrán jamás su trágica historia personal. Y es que Bernabé acabó siendo un «lobo estepario», explica Ernesto, quizá díscolo para el que le tratase fríamente. Y es que, como se describe en su libro, «para Bernabé la calle no fue una universidad, lo fueron las prisiones, donde algunos presos políticos ejercían como verdaderos compañeros a la vez que maestros».

Fusilado en La Pedraja
Queda claro que Bernabé fue un antihéroe, con más amargura que felicidad en la vida, un buscavidas, un superviviente, un pillo. Y el homenaje a su familia lo quiso alargar tras la publicación de 'Desterrados por el franquismo'. Sabía que su padre, Faustino, fue uno de los más de 400 asesinados en La Barranca en el otoño de 1936. Y junto a los restos de su padre quiso enterrar a sus hermanos. A Damián, el hermano mayor de seis, alegre danzador, de la CNT y limpiabotas del Café Suizo calceatense, sospechaba que le habían fusilado y enterrado en La Pedraja (Burgos). «Lo que más siento es morirme sin encontrar a mi hermano», declaró en el 2010.
Gracias al trabajo de la Agrupación de Familiares de las Personas Asesinadas en los Montes de La Pedraja, dirigido por el forense Paco Etxeberria, Bernabé recuperó los restos de Damián y les dio digna sepultura en el 2012. A Eusebio, primo adoptado por la familia tras quedarse huérfano, lo halló su padre «tirado en la cuneta como un perro, muerto», a los 20 años, pero su cadáver desapareció. Fue la primera víctima del pueblo.
Bernabé enviudó en el 2002 y, a pesar de su «modesta peripecia vital» (escribió él) en la que le «robaron la dignidad» y le «privaron de educación», no dejó de visitar a diario la tumba de su esposa, Bertina.

Diego Martín Abeytua (en La Rioja)

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