Al hilo de fecha redonda del aniversario de los 25 años de movimiento insumiso en Navarra he rescatado del baúl de los recuerdos una serie de fotografías que hice una mañana del 11 de febrero de 1989 frente al cuartel General Mola de Aizoain. A la semana siguiente 57 jóvenes, 10 de ellos navarros, dieron un paso que, a la postre, puede considerarse el primero de una serie que terminó con el servicio militar obligatorio, algo que costó sangre y sudor. Lágrimas, no porque, generalmente, estuvo acompañado de buen humor :“La mili ni pa Dios, Jesucristo se libró”, “No hay prisión que pare la insumisión”, “La mili mata, mili kk”. Proclamas hoy todas tan políticamente correctas, pero que hace 25 años no sostenían más que cuatro idealistas dispuestos a ir a la cárcel por alimentar sus sueños. Y lo consiguieron. Y fue una de las pocas batallas que desde entonces ha conquistado la sociedad civil, para que lo sepan también los jóvenes de ahora.
Recuerdo que, como hoy, los chavales de veintitantos años no teníamos un panorama halagüeño. Gobernaba Felipe Gonzaléz y el paro alcanzaba una cifra parecida a la que ahora nos ahoga. El socialista sevillano rebasó la cifra del 23% de desempleo, así que los jóvenes veíamos el futuro más negro que el tizón. Aquella mañana de hace 25 años, este plumilla llevó la cámara de fotos porque el reportero gráfico del periódico en que servía tenía mucho curro. Iruña hervía en aquellos años. Así que me planté delante del cuartel de Aizoain. En la puerta de entrada, simpatizantes del Movimiento de Objeción de Conciencia (MOC) y Kakitzat desplegaban sus pancartas justo en el momento en el que llegaban unos reclutas de maniobras. Pensaban que así iban a despertar los cerebros de aquellas ovejas uniformadas. “Mili, ez. “Prestación Social Sustitutoria, ez. Ez joan”, coreaban los revoltosos.
Los conejos pasaron con sus fusiles de asalto como si nada. Así que los antimilitaristas se encadenaron por las manos y se plantaron en el suelo. La policía militar, con sus cascos a lo Calimero, aparecieron prestos y una bestia parda, nunca mejor escrito, comenzó a dar porrazos a diestro y siniestro. El plumilla sacó la cámara y clik, clik, clik ..., disparó pacíficas fotos. Los chavales seguían en cuclillas, mientras el salvaje les freía a ostias. Hasta los PM se quedaron helados.
Al lado del cuartel, en la carrera de Berriozar, otro grupo de antimilitaristas había cortada el tráfico. También maniatados, se enfrenaban estos a un retén de antidisturbios de la guardia civil. Bocachas lanza pelotas de goma, botes de humo y tenazas en mano, los de verde oliva avanzaban, así que para allí se fue tribulete. Al llegar frente al camión de Marculeta, el primero detenido por la barrera insumisa, el número que mandaba los guardias (una capitán, creo, aunque este que escribe tampoco hizo la mili y no sabe de galones) vino hacia el reportero. El casco antidisturbios impedía ver la cara del jefe, que no paraba con su walki. “Eh..., el de Olite. Dile al Chatillo que el domingo voy a bajar a por verdura ... Hala, haces una foto y te vas”, le soltó el guardia al periodista, que entonces sí, tras la pantalla plástica protectora, reconoció al mando que estaba casado con una paisana que tenía el huerto junto al de su abuelo. “Vale, vale ...”. Salí pitando, hice la foto en la que un guardia cortaba con la cizalla las cadenas de los insumisos (detrás se ve a un jovencísimo Sabino Cuadra encarcelado, hoy diputado de Amaiur) y volé hacia el periódico, porque entonces las fotos se llevaban en carrete y a pie. No volaban por internet.
Igual que la verdura del huerto, cada vez que se cortaba una protesta, la fuerza de aquel movimiento siguió empujando. La resistencia civil pocas veces alcanzó tan altas cotas, aunque muchos lo costearon caro, con los huesos en la cárcel. Navarra lideró aquella revuelta social. 3000 paisanos la vivieron en su piel. Las calles empujaron. En Tafalla gente como Fernando Sota, Josu Berrio o David Larrasoaña pagaron peaje. La protesta también llegó a los juzgados cuando un grupo de antimilitaristas se encadenó al balcón del Ayuntamiento y colgó una pancarta, entre ellos algún político hoy de relumbrón. Pero no hubo poder que parara tanta insumisión. Fue la más bella utopía que haya visto hacerse verdad y, creo, un ejemplo para los desencantados que hoy no empujan.
Luis Miguel Escudero, en El Olitense
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