Lo fácil es pensar que en UPN no había nadie más que quisiera postularse. Nadie con reaños suficientes para disputarle la candidatura a Barcina, por el paralizante acojono a no volver a salir nunca más en ninguna foto. O por puro y estricto cálculo. Seguro que alguno de los que el otro día, en Cadreita, se despellejaban las manos aplaudiendo, juega a esperar, sin desgastarse, a que la señorísima finiquite el próximo mayo su carrera política estrellada contra las urnas. Gente que calcula dormitar cuatro años en la oposición, con la perspectiva de que el guirigay del consiguiente gobierno alternativo haga agua por todas partes, y la vuelta al poder sea poco más o menos que un paseo militar para UPN. Efectivamente, esta mujer se ha nombrado candidata, como Napoleón se coronó emperador, sin que nadie de su partido haya hecho amago de chistar. Visto desde fuera, Barcina parece el peor de los candidatos posibles para la propia UPN. Gastada y desacreditada, con un balance de logros inferior a cero y una capacidad de interlocución nula con ningún partido de la oposición, se diría que el foralismo ha optado por suicidarse siguiendo a la exalcaldesa como los borregos al carnicero. Pero a lo mejor es que, andar y andar, sea verdad que sea ella el mejor capital político de UPN, y la única con carisma y energía suficiente para sortear el peor momento que ha vivido el foralismo desde sus comienzos. Por soberbia, por militancia, o por lo que sea, Barcina, que podía haber anunciado ya su marcha a un cómodo retiro dorado, se dispone a librar su combate más difícil. Está herida, pero no muerta, políticamente hablando. Así que nadie se haga ilusiones. En los próximos meses todavía va a haber que sudar mucho, y hacer las cosas muy bien, para sacar a esta peste del Palacio de Navarra.
Aingeru Epaltza (en Diario de Noticias)
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