El acontecimiento escocés escuece en los principales centros de poder de Madrid. En los despachos y en algunas tertulias, David Cameron es tratado como un tonto por haberse metido en ese berenjenal. Tonto sin tapujos. Tonto e imprudente. “¿Quién le mandaba abrir esa caja de Pandora?”. Preocupa que el sí pueda vencer en el referéndum del 18 de septiembre; preocupa que esa posibilidad de victoria se proyecte en las pantallas de Catalunya y del País Vasco, y preocupa, aún más, que Londres haya anunciado concesiones a los escoceses para evitar una catástrofe electoral.
Escuece Escocia porque la denominada tercera vía, la vía del pacto, la vía del compromiso, la vía de la concesión mutua, la vía de la generosidad, la vía del pragmatismo, tiene enemigos más poderosos en Madrid que en Barcelona, aunque el Twitter catalán soberanista sea inmisericorde con los “moderados”.
Los enemigos o adversarios catalanes de la tercera vía, la consideran una ofensa para su estado de ánimo. La ven como una claudicación antes de hora. Como un indeseable freno o interrupción de un momento basado en el triunfo de la voluntad. Ara o mai. (Ahora o nunca). Hay algo de acontecimiento olímpico en la convocatoria soberanista del 2014. Gran ceremonia de apertura el Onze de Setembre, con una monumental manifestación en las dos principales avenidas de la ciudad, que formará un gran mosaico humano con los colores de la bandera catalana. Una gigantesca puesta en escena pensada para el sistema internacional de transmisión de imágenes. Puro acontecimiento olímpico. Después del Onze de Setembre, 58 días de competición agonística: debate de política general en el Parlament, aprobación de la ley de Consultas, recurso del Gobierno ante el Tribunal Constitucional, suspensión cautelar de la ley y de la convocatoria de la consulta; mensajes y contramensajes; reuniones públicas y encuentros discretos; lanzamiento de disco, jabalina, amenazas y filtraciones, y finalmente la clausura del 9 de noviembre, con un programa aún por determinar, enmarcado por la negativa férrea del Gobierno español, pase lo que pase en Escocia.
Trescientos aniversario del 1714. La ciudad de Barcelona en el centro de la escena internacional. Esta vez, sí, Barcelona foco indiscutido e indiscutible de la pasión catalanista. Efectivamente, hay algo de olímpico en el 11-9-11. Habrá que darle vueltas a esa idea.
En los centros de poder de Madrid –seguramente no en todos- y en los núcleos catalanes más opuestos al soberanismo (que reprochan a los citados centros de poder de Madrid un exceso de condescendencia durante demasiados años) ven la tercera vía como un peligro estructural. Toda concesión, por pequeña que sea, justificaría la movilización catalanista. La inscribiría en la historia con una significación positiva. Para este sector, cualquier pacto supondría una derrota moral y política, y, lo que es más grave, una oportunidad perdida. Su visión también es “olímpica”. Están convencidos de que la convocatoria del 2014 puede concluir con una enorme derrota del catalanismo. Una derrota sin paliativos. Esta vez sin uso de la fuerza, o con un uso muy modulado de la misma (a lo sumo, la suspensión parcial de la Generalitat, sometiendo a la autoridad del Estado el mando de los Mossos d’Esquadra, durante un cierto periodo de tiempo).
Esa derrota, piensan, enderezaría el rumbo político de España. La tercera vía obstruye por tanto la posibilidad, ahora sí, de romperle la crisma a un factor que ha perturbado la vida española durante más de un siglo. El colosal hundimiento de Jordi Pujol ratifica esa posibilidad. Es el Gran Augurio. Este otro planteamiento agonístico de la cuestión, presenta, a mi modo de ver, un problema de difícil solución. Puesto que la autonomía y las elecciones no se pueden suspender sine die en Catalunya sin provocar un siniestro agujero en la malla democrática europea -un agujero imposible de aceptar por la Unión, mientras defiende la plenitud democrática en la frontera con Rusia-, es imposible romperle la crisma a nadie.
Lo máximo que se puede conseguir es transformar el catalanismo en un magma ingobernable durante un cierto periodo de tiempo, por la vía de la radicalización de sus componentes. Estos últimos días tiendo a pensar que esta es la estrategia realmente en curso. Desnucar a CDC y dejar que los catalanes prueben durante una temporada el jarabe de una mayoría parlamentaria formada por ERC y Podemos. La tercera vía es muy incómoda para ese enfoque de la cuestión.
Escuece Escocia porque los británicos no se están tomando ese asunto como un pugilato entre gente ofendida, con ganas de anularse mutuamente. Sin duda alguna, David Cameron tuvo una visión maquiavélica del dossier escocés al forzar un referéndum con sólo dos preguntas: sí o no a la independencia. (Recordemos que el primer ministro escocés, Alex Salmond, proponía tres: independencia, más autonomía o seguir igual). Cameron creyó que con su iniciativa descolocaba al Partido Laborista (tradicionalmente fuerte en Escocia) y contentaba de algún modo a los euroescépticos, puesto que preanunciaba un segundo referéndum sobre la pertenencia del Reino Unido a la Unión Europea. Cameron posiblemente se ha equivocado, pero ha demostrado tener una cultura política, casi libertaria, en la que la decisión política mediante voto directo parece ocupar un lugar central.
También por eso escuece Escocia.
Enric Juliana, en La Vanguardia
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