Siempre he considerado a Arturo Pérez-Reverte un macarra envalentonado por el éxito de su mediocre literatura. En una época que impide permanecer al margen de la historia, sin convertirse en cómplice de la ofensiva neoliberal contra los derechos y libertades de los ciudadanos, no está de más recordar su deleznable artículo “La guerra que todos perdimos” (19-04-11), donde mete en el mismo saco al “mono azul de miliciano, la boina de requeté o la camisa azul de Falange”. Pérez-Reverte tampoco establece distinciones entre los voluntarios de las Brigadas Internacionales y los voluntarios de la Italia fascista o la Alemania nazi. Todos eran “hijos de puta que ni siquiera sabían hablar en castellano y vinieron aquí a mojar en la sangre y en la muerte que solo era de nuestra incumbencia, sin que a ellos les hubiera dado nadie maldita vela en nuestro entierro”. Al releer esta miserable frase, he recordado el homenaje de Luis Cernuda a los brigadistas en su hermoso poema “1936”: “Gracias, compañero, gracias / por el ejemplo. Gracias por que me dices / que el hombre es noble. / Nada importa que tan pocos lo sean: / uno, uno tan solo basta / como testigo irrefutable / de toda la nobleza humana”.
59.380 brigadistas de 54 países diferentes lucharon en la guerra civil española (sería más correcto decir “guerra de clases”). No eran soldados profesionales, sino trabajadores, intelectuales o ex combatientes de la Gran Guerra reclutados por la Internacional Comunista. 15.000 perdieron la vida en el campo de batalla, muchas veces con edades que apenas rozaban los veinte años. Los primeros brigadistas llegaron a Albacete el 14 de octubre de 1936. Entre ellos había escritores de notable talento como Ralph Winston Fox y John Conrford. De nacionalidad británica, ambos murieron en la batalla de Lopera, una estrepitosa derrota que no obstante frenó el avance franquista hacia Andújar y Jaén. En la batalla del Jarama, cayó el poeta irlandés Charles Donnelly, que se refugió en unas olivas, huyendo del fuego de las ametralladoras franquistas instaladas en el cerro Pingarrón. Poco antes de morir, susurró: “Incluso las olivas sangran”. El poeta inglés Christopher Caudwell también falleció en el frente del Jarama. La presencia de numerosos escritores, poetas, médicos, artistas y científicos en las Brigadas Internacionales explica que algunos historiadores hayan descrito a los voluntarios como “la unidad militar más intelectual de la historia”.
Las Brigadas Internacionales desempeñaron un papel esencial en la Batalla de Madrid. 1.550 hombres y 78 mujeres establecieron su cuartel general en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Complutense. Gracias a su enorme despliegue y a sus abundantes bajas, pudieron frenar a los golpistas en la Casa de Campo, la carretera de Valencia y la sierra de Guadarrama. Las Brigadas Internacionales no resultaron menos cruciales en la Batalla del Jarama y en la Batalla de Guadalajara. No tuvieron tanto éxito en la Batalla de Belchite y en la Batalla de Teruel sufrieron muchas bajas, intentando evitar que las tropas franquistas reconquistaran la plaza. Su sacrificio no fue menor en la Batalla de Caspe y en la Batalla del Ebro, donde intervinieron como tropas de choque. Su actividad como guerrilla fue particularmente meritoria, pues se infiltraron en pequeños grupos en las líneas enemigas para sabotear su red de comunicaciones. En 1938, el número de voluntarios se había reducido a un tercio. El 21 de septiembre, Juan Negrín, Presidente del Gobierno, anunció la retirada inmediata e incondicional de los combatientes extranjeros del bando republicano, con la ingenua esperanza de que el bando sublevado respondiera con un gesto semejante. El 28 de octubre de 1938 se organizó un homenaje de despedida en Barcelona. Las Brigadas Internacionales desfilaron por última vez. Manuel Azaña, Negrín, Companys y Vicente Rojo encabezaron un acto que reunió a 250.000 personas bajo el lema: “Caballeros de la libertad del mundo: ¡buen camino!”. Dolores Ibarruri, Pasionaria, pronunció un discurso emotivo y vibrante: “¡Podéis marcharos orgullosos! Sois la historia, sois la leyenda, sois el ejemplo heroico de la solidaridad y de la universalidad de la democracia!”. No suele mencionarse que el 15% de los voluntarios eran de origen judío. La mayoría eran comunistas o anarquistas sin convicciones religiosas. Muchos de los brigadistas no pudieron volver a sus países de origen, pues les esperaban dictaduras fascistas (Alemania, Austria, Italia, Bulgaria). Otros, se enfrentaron a gobiernos que perseguían al comunismo o les exigían cuentas por haber combatido en las filas de un ejército extranjero (Canadá, Suiza). Algunos acabaron en campos de concentración franceses. Otros se incorporaron a la resistencia. Cuatro brigadistas yugoslavos organizaron el Ejército Partisano de Liberación: Peko Dapcevic, Koca Popovic, Kosta Nad y Petar Drapsin. Todos son considerados grandes héroes nacionales. Entre los brigadistas ilustres, puede mencionarse a Willy Brandt, el pintor mexicano David Alfaro Siqueiros o el mariscal Tito. Los voluntarios de la Brigada Abraham Lincoln regresaron a Estados Unidos sin problemas, pero durante los años del macartismo sufrieron el hostigamiento del gobierno, que les consideraba simpatizantes de la Unión Soviética. El 26 de enero de 1996 el Congreso de los Diputados les concedió la nacionalidad española, a cambio de renunciar a su propia nacionalidad. La Ley de Memoria Histórica eliminó este ofensivo requisito en 2006 y en junio de 2009 la embajada española en Londres entregó varios pasaportes. La derecha española nunca ha ocultado su odio hacia las Brigadas Internacionales y ha boicoteado sistemáticamente cualquier clase de homenaje o reconocimiento.
José Eduardo Almudéver nació en Marsella durante una gira del circo donde trabajaba su madre, natural de Valencia. Falsificó su edad para alistarse en las Brigadas Internacionales y no obedeció la orden de retirarse al extranjero, lo cual le costó ser capturado y recluido en los durísimos campos de concentración de Los Almendros y Albatera. Al ser liberado, se enroló en el maquis hasta 1947. Hace poco, con 94 años, evocó su primera experiencia en el frente: “Íbamos doscientos con fusiles, pero sin balas. Había que tener corazón para ir a la primera línea a luchar sin una bala”. No puedo evitar pensar en mi madre, que solo era una niña de doce años cuando le cayó una bomba de la aviación nazi en la calle de la Palma en el Madrid de 1937. Milagrosamente, el artefacto no explotó, pero una lluvia de cristales cayó sobre su cuerpo desnutrido. Mi abuelo era contable del Ministerio de Hacienda y ese mismo año fue trasladado a Barcelona, gracias a lo cual mi madre pudo contemplar la despedida de las Brigadas Internacionales y escuchar a la Pasionaria. No ha olvidado que los voluntarios se marcharon entre abrazos y flores arrojadas por una multitud conmovida por su valor y altruismo. Tampoco ha olvidado el miedo que estremeció a Barcelona cuando la Legión y los Tabores de Regulares pisaron la Avenida del Catorce de Abril, más tarde Avenida del Generalísimo y, en la actualidad, Avinguda Diagonal.
Con su estilo de rufián familiarizado con las reyertas y las puñaladas traperas, Pérez-Reverte finaliza su detestable artículo con un exabrupto: “No es cierto que nos ayudaran; déjenme de milongas pamperas, de camelos retóricos, de demagogia. El arriba firmante se cisca en la solidaridad internacional de las derechas y las izquierdas, en los discursos y en la mandanga”. No establecer diferencias entre un nazi de la Legión Cóndor y un brigadista como José Eduardo Almudéver constituye una infamia. Sin embargo, Pérez-Reverte considera que no es suficiente y cita su experiencia como corresponsal para vomitar más insidias: “Yo he pasado veintiún años yendo a guerras que no eran mías, y sé de qué iba Hemingway. Por eso me cago en Hemingway y en la madre que lo parió”. No esperaba menos de un meapilas que ha adquirido una fama abocada a disiparse tan deprisa como la de José María Gironella, autor del lamentable best-seller Los cipreses creen en Dios (1953), uno de los grandes éxitos de la literatura franquista. Hemingway nunca me ha inspirado demasiada simpatía. De hecho, creo que se parece bastante a Pérez-Reverte: fanfarrón, pendenciero, bocazas. Pienso en la infancia de mi madre, rota por la sublevación de Franco, y reparo en que Almudéver y otros jóvenes como él combatieron a los fascistas con mucho corazón y pocas balas. Arrojar porquería sobre su memoria me parece una inexcusable indignidad. Por eso, me cago en Pérez-Reverte y en los gilipollas que le han encumbrado. ¡Vivan las Brigadas Internacionales!
rafaelnarbona.es
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