Barcina está preocupada. Apurada. Motivos endógenos y exógenos. Por la división en su partido y por la tendencia del voto en Navarra.
La floja asistencia a sus convocatorias orgánicas le recuerda la fractura interna después de aquella pírrica victoria con dudoso recuento de votos en su pulso con el histórico Alberto Catalán (IX Congreso, marzo 2013). Lejos quedan sus tiempos de pionera tras pasar de la universidad a la política: primera mujer consejera en el Gobierno de Navarra, primera mujer en la alcaldía de Pamplona, primer alcalde de Iruña durante tres legislaturas consecutivas, primera mujer en la presidencia del Ejecutivo foral. De plus a rémora para los intereses de Unión del Pueblo Navarro. Torpezas acumuladas, que incluyen sus apariciones y declaraciones en canales de televisión de la extrema derecha y su acercamiento al PP, y culmina la expulsión del Gobierno de coalición del vicepresidente socialista. Consecuencias: incomodidad en las filas regionalistas y orfandad parlamentaria.
Recuerdo un acto de finales de octubre de 2008 cuando, por casualidad, me quedé a solas por unos momentos con Miguel Sanz y Yolanda Barcina, meses antes de que se consumara el traspaso de la vara de mando en UPN. Con sonrisa nerviosa, Barcina escuchó cómo pregunté a Sanz si estaba seguro de lo que iba a hacer. No me lo pareció del todo. Detecté una sombra de reserva en el aparente convencimiento.
Barcina valora como un “suicidio” para el modelo de convivencia de la Comunidad foral la posible traslación a las elecciones forales del año que viene de la tendencia sociológica expresada en las recientes europeas (alta abstención y apoyo a partidos radicales y/o minoritarios). Refractaria contumaz a la autocrítica, elude la responsabilidad de los partidos políticos hegemónicos y del propio sistema institucional en la deriva ciudadana. Unión del Pueblo Navarro lleva casi un cuarto de siglo al frente de la gestión política, cultural y económica de la Comunidad. El argumento de la herencia recibida se enmarca aquí en un espejo: despilfarro de dinero público en infraestructuras y dotaciones, destrozo de la entidad financiera foral, sectarismo ideológico, entramado societario para el negocio y la colocación de afines. UPN, culpable; PSN, cooperador necesario. Resulta patético cuando se busca el brillo mediante el recurso al escalafón autonómico: otros están peor. El discurso de Barcina nutre el miedo: del “que vienen los vascos” al “que viene el cambio radical”.
La presidenta aplaza al otoño la revelación de su decisión sobre si será o no cabeza de cartel en 2015. Tiene que otear el horizonte sociopolítico. Saber si la nueva dirección del PSN le acepta como socia y si recupera popularidad entre el electorado natural de UPN. Por si acaso, Barcina retiene el control en la elaboración de las listas. No le gusta perder y es consciente de la dificultad de encontrar sumandos que den 26, la mayoría absoluta en el Parlamento navarro. El PP pagará el desgaste del incumplimiento del programa electoral y de sus duras medidas contra la clase media, y el PSN es un especialista en suicidarse. El bipartidismo navarro está aún más en quiebra que el estatal. Si obtuviera representación parlamentaria, la actitud de UPyD con el Fuero le hace incompatible con UPN. Para colmo, el “caso CAN” vuelve a Navarra para investigación judicial.
Coronado el relevo monárquico, por supuesto con el genuflexo apoyo de la representación regionalista, me parece hipócrita el fervor constitucionalista de UPN: la génesis de su fundación está en la disconformidad con la Carta Magna en su Disposición Transitoria Cuarta, mecanismo que regula la posible incorporación de Navarra a la Comunidad Autónoma Vasca. UPN quiere una reforma constitucional para la supresión de esa Disposición, pero que nadie le toque la Monarquía. Más pintorescos, claro, son los requiebros del PSOE con su alma republicana, su cuerpo constitucional, un conversor ideológico como cerebro, las contradicciones cotidianas según personas e instituciones, y su bolsillo recaudador de los dividendos del sistema.
Barcina, inquieta. No ve claro que le sostengan el trono navarro.
Carlos Pérez Conde, en eldiario.es
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