Aparte de España, no hay muchos lugares en el mundo donde se ajuste tan perfectamente esta sentencia sepulcral de William Faulkner: "El pasado todavía está sucediendo". Un chiste sobre Carrero Blanco llega volando hasta el Tribunal Supremo miles de chistes después y con más de un cuarto de siglo de retraso sobre el asesinato de Carrero Blanco. A una década de distancia del anuncio del cese definitivo de la actividad armada y a casi tres años de su disolución, ETA se sigue usando en el Congreso de los Diputados como arma arrojadiza. Un rapero debe entrar en la cárcel por decir una obviedad, vulnerando el sentido común, varios principios constitucionales y el derecho a la libertad de expresión. Esta última, como tantas otras, parece una noticia de finales de los setenta, pero es que en España muchas veces nos despertamos con titulares estampados a finales de los setenta y periódicos que se nos pudren entre las manos.
En efecto, este fin de semana leemos en la prensa retrospectiva que ha muerto de coronavirus el general Enrique Rodríguez Galindo, a los 82 años, y los renglones tiemblan con el eco de la defunción de Franco tranquilamente en un hospital. También González Pacheco, alias Billy el Niño, otro célebre verdugo muy condecorado, se extinguió en olor de santidad en mayo del año pasado por culpa del covid-19, y sólo entonces le retiraron las medallas concedidas por su cobardía, su sadismo y su vesania. Ocurre a menudo que en España los virus y las enfermedades cumplen la labor de los tribunales de justicia, tarde, mal y nunca, quizá porque aquí la justicia no goza de muy buena salud y anda siempre hospitalizada, enferma y repleta de virus. Aunque lo malo no es eso. Lo malo es que nos hemos acostumbrado.
Para entender la pésima salud de la dama de los ojos vendados en España basta fijarse que el mismo fin de semana que muere en paz, en su casa, el mayor símbolo de la guerra sucia contra ETA, se cumplía el plazo para que entrara en prisión Pablo Hasél por los delitos de enaltecimiento del terrorismo e injurias a la Corona. La diferencia entre el terrorismo y el enaltecimiento del terrorismo está muy clara: en abril de 2000 el general Rodríguez Galindo fue condenado a 71 años por el secuestro, tortura y asesinato de Lasa y Zabala, una de las mayores vergüenzas de nuestra democracia que fue rubricada con su excarcelación, cuatro años más tarde, por motivos de salud durante el gobierno de Rodríguez Zapatero. De existir la justicia, Galindo debería haber cumplido íntegra su condena como tantos asesinos etarras de los que era el reverso exacto. Con el agravante de que Galindo practicaba el homicidio, el secuestro y la tortura con todas las de la ley: ese terrorismo de estado que prosperó durante el felipismo y del que el GAL fue buque insignia, el cuartel de Intxaurrondo epicentro y Galindo dueño de la carnicería.
No es de extrañar que Macarena Olona, musa legionaria de Vox, presente sus respetos ante el óbito de un terrorista convicto y confeso, insigne matarife y torturador, un criminal de uniforme cuyos servicios a la patria consistían en mentir, matar, romper huesos, apagar cigarrillos en la carne y ordenar el entierro en cal viva de los cadáveres de su víctimas. Para más recochineo, a Olona sólo le faltó hacer hip hop. Mientras tanto, el terrorismo en este país de charanga y pandereta es una pelea de bar en Alsasua, un espectáculo de títeres y la letra de un rap.
Público
No hay comentarios:
Publicar un comentario