El conjunto monumental de Santa María la Real de Ujué (Navarra), del que forman parte la iglesia-fortaleza y la casa palacio del siglo XIV, fue inmatriculado el 4 de enero de 2006. El representante del arzobispado se presentó en el Registro de la Propiedad de Tafalla portando un certificado firmado por el arzobispo de Pamplona en el que aseguraba que esos bienes pertenecían a la Iglesia desde tiempo inmemorial. Se quedaron con el continente y todos los contenidos, incluido el corazón de Carlos II, el Malo, rey de Navarra que murió en 1387 y que quiso que sus entrañas fueran a Roncesvalles, su cuerpo a la Catedral de Pamplona y su corazón permaneciera en Ujué.
El Gobierno de Navarra se había gastado ya para 2006 en torno a tres millones de euros en la restauración de un conjunto monumental cuya construcción parcial “fue ordenada por Carlos II y pagada con los impuestos de los navarros”, precisa Andrés Valentín, uno de los miembros de la Plataforma de Defensa del Patrimonio Navarro. Las obras de conservación no quedaron ahí. El Gobierno de la comunidad foral gastó otros tres millones entre 2010 y 2014 para evitar su deterioro y convertirlo en foco de atracción arquitectónico y cultural, como parte de una ruta navarra del románico y el gótico en la que Santa María la Real iba a ser la principal atracción turística.
Paradójicamente, “desde el momento en que acabaron las obras solo se puede visitar parcialmente”, lamenta el alcalde de Ujué, Rubén Sánchez. Una verja separa al visitante de las joyas románicas como el coro y la subida a la torre, pero sobre todo de la víscera real. Hay documentos que acreditan que el corazón fue depositado en el templo a los 18 días de la muerte del rey después de haber sido embalsamada por un físico ―así llamaban entonces a los galenos― de Zaragoza llamado Samuel Trigo. “Es curioso, el conjunto fue terminado a instancias de un rey navarro, se hizo con el esfuerzo de los navarros, se ha mantenido con los fondos públicos de Navarra y sin embargo la titularidad de todo ello, incluida la víscera del monarca, está en manos de un Estado extranjero, el Vaticano”, critica Valentín. “Y la gestión de este patrimonio de los navarros está en manos de la Iglesia, y esa no es su función”, puntualiza Sánchez.
“El templo está abierto”, clama el sacerdote José Luis García Pellejero, que vive en uno de los apartamentos de la casa palacio. “Y si un visitante viene a las dos de la madrugada yo se lo abro”, levanta la voz. “Es cierto que hay una verja que separa la parte románica [donde están el corazón y otras joyas], el coro está cerrado, y también la subida a la torre, pero es para evitar robos”, explica.
Las calles que conducen a la parte alta de la colina, donde se yergue el conjunto monumental están casi desiertas. Entre la despoblación ―Ujué tenía 1.500 habitantes a principios del siglo XX y ahora apenas si llega a 180―, y la pandemia, no hay visitantes. “Los turistas se acabaron antes de la pandemia porque como no hay un convenio para hacer visitas guiadas, pocas personas se aventuran a visitar el complejo”, recuerda el alcalde de un municipio que en 2015 rompió la relación con el arzobispado, enfadado porque “la rehabilitación se hizo mirando a la consolidación de una ruta turística que no ha prosperado”.
El Ayuntamiento mantiene ahora una relación cordial con el párroco consciente de que el pueblo está entre la espada y la pared. “La legalidad le da la propiedad a la diócesis, pero el patrimonio sigue siendo del pueblo. El objetivo es pactar un convenio para poder hacer visitas guiadas a todo el complejo. Queremos poner en valor la historia del pueblo. No tenemos más opciones”, explica, consciente de que parte de la supervivencia económica de la zona está en la explotación turística de su patrinomio cuando acabe la pandemia. El consejero de Justicia de Navarra, Eduardo Soto, asegura que está recopilando todas las inmatriculaciones de los registros para tener una fotografía real. “No podemos arbitrar una solución hasta ese momento”, asegura.
“Que gestionen la parte del culto si quieren, pero esto debería ser de todos los navarros”, clama taxativa una vecina que va a comprar el pan frente al Ayuntamiento de Ujué. A las 10 de la mañana todo está cerrado. El olor a garrapiñadas típico del pueblo y el de las famosas migas de la zona apenas si reaparecen los fines de semana, con permiso de las restricciones debidas a la pandemia.
Pedro Gorospe, en El País
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