Uno de los mitos que se reproduce con mayor frecuencia en el conocimiento económico neoliberal (y que los gobiernos conservadores y neoliberales –como el gobierno Rajoy- aplican constantemente en sus políticas públicas) es que la bajada de impuestos a las personas más pudientes de la sociedad (lo que a nivel popular se conoce como los ricos y super-ricos) beneficia a toda la población, pues dicho acto discriminatorio a favor de las rentas superiores estimula la economía y facilita el crecimiento económico y la producción de empleo. Se supone que el dinero que se ahorran los ricos y super-ricos (al pagar menos impuestos) lo invierten, y, como resultado, crecen la producción y el empleo.
Tal mito (en realidad, dogma) del pensamiento neoliberal se repite constantemente en los medios de información y persuasión económicos, a pesar de que la evidencia científica no avala ese supuesto. En realidad, la evidencia publicada en las revistas científicas más creíbles muestra los datos que desmerecen dicho mito. Así, en EEUU, el tipo impositivo marginal (marginal tax rate) máximo del impuesto sobre la renta fue, hasta los años 70, del 70% de los ingresos por encima de 250.000 dólares de la época. A partir de la segunda mitad de la Administración Carter (el Presidente demócrata más conservador que EEUU haya tenido desde la II Guerra Mundial) y de la Administración republicana presidida por Ronald Reagan, dicho tipo marginal máximo se redujo espectacularmente, de manera que alcanzó la tasa más baja en 1990, durante la Administración republicana del Presidente Bush padre. Subió algo más tarde bajo la Administración Clinton, pero nunca lo hizo por encima del 40%. Tal reducción, sin embargo, no se tradujo en ningún aceleramiento del crecimiento económico, en un aumento de las inversiones, o en un crecimiento de la productividad.
Algo parecido ocurre cuando se consideran no solo cambios en el tipo impositivo marginal del impuesto sobre la renta, sino en el total de impuestos que pagan los ricos y super-ricos por su renta total. Estos impuestos, incluidos los aplicados a las rentas derivadas del capital, han ido bajando desde la II Guerra Mundial, de tal manera que hoy los ricos y super-ricos pagan porcentajes menores de los que paga el contribuyente normal y corriente (ver Gerald Friedman “The Great Tax-Cut Experiment” Dollar and Sense, Jan./Feb. 2013). Este descenso de los impuestos a las rentas superiores y a las rentas del capital ha ido acompañado de un aumento de los impuestos sobre las rentas del trabajo y, muy en particular, de las contribuciones a la Seguridad Social, habiendo sido el Presidente Reagan, el gurú de los economistas neoliberales, el que subió más dichos impuestos. En realidad, este Presidente fue uno de los que, junto con el Presidente Bush hijo, más bajó la carga impositiva de las rentas superiores y fue el que (desde la II Guerra Mundial) subió más la carga impositiva de las rentas del trabajo.
¿Qué impacto tuvieron las reducciones de impuestos a los super-ricos?
En realidad, la economía estadounidense creció más durante los periodos en los que la totalidad de los impuestos a los ricos y super-ricos crecieron más. Y al revés, la economía creció mucho menos (como durante los grandes recortes de los impuestos a las rentas superiores realizadas por el Presidente republicano Bush hijo) cuando tales impuestos se redujeron, manteniéndose muy bajos. En realidad, se ha calculado que cada incremento de un 10% de los impuestos a las rentas superiores determinaría un incremento de la tasa de crecimiento económico de un 1% (ver el artículo antes citado de Friedman).
Tampoco es cierto que una reducción de los impuestos a los ricos y super-ricos conduzca a un incremento en las inversiones. Los datos muestran que, a pesar de la reducción muy notable del gravamen sobre las rentas superiores, la tasa de inversión sobre el PIB (es decir, el porcentaje del PIB que se invierte) se ha mantenido prácticamente constante. La evidencia científica de que el nivel de imposición de las rentas superiores no tiene ninguna influencia en el porcentaje del PIB que se invierte es abrumadora (ver Thomas Hungerford “Taxes and the Economy: An Economic Analysis of the Top Tax Rates Since 1945”, Congressional Research Service, 2012). Lo que sí juega un papel determinante en la inversión es el nivel de demanda en una economía, muy relacionada con el nivel salarial y la tasa de ocupación. A mayores salarios y mayor ocupación hay mayor nivel de demanda, y a mayor aumento de la demanda, mayor es el incremento de la inversión y mayor es la producción de los productos y servicios demandados. De ahí que las políticas de reducción salarial y destrucción de empleo (como las que se están siguiendo en España) sean contrarias a las que deberían realizarse para incrementar la demanda, la inversión y la producción de empleo.
Ante esta realidad, el lector se preguntará: ¿por qué, pues, se siguen estas políticas? La respuesta no la encontrará en las páginas económicas de la mayoría de los medios de mayor difusión. Y no la encontrará porque la respuesta creíble no puede derivarse del conocimiento económico dominante, sino que le tendrá que llegar de los análisis del contexto político, que determina que tales políticas sean las que se imponen, y no otras. Es una respuesta política y no económica. En realidad, la mayor parte del pensamiento neoliberal intenta despolitizar las decisiones del Estado, presentándolas como necesarias (recuerde el famoso eslogan “No hay alternativas”) y las únicas posibles. La realidad es que estas decisiones y el pensamiento neoliberal son profundamente políticos, pomposamente y erróneamente presentados como “conocimiento científico” (véase la sección neoliberal “Classe d’Economia” -Clase de Economía- del programa de TV3 Divendres), que reproduce un mensaje claramente ideológico que se sostiene en los valores e intereses de los grupos sociales con rentas superiores derivadas, en gran parte, de las rentas del capital, y que la ideología neoliberal promueve.
Vicenç Navarro, en Público
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