lunes, 21 de julio de 2014

KALIB VUELVE A CASA

En los dos últimos meses estoy usando un aparcamiento de Madrid con frecuencia, y ya, ahora, prácticamente a diario. En el rincón de las escaleras de salida había un mendigo. Solo le di dinero una vez, pero sí le saludaba al pasar, dado que él lo hacía. Hace unos días me lo encontré fuera de su puesto, arriba, en la calle, y mostró una notable alegría al reconocerme. Quedé altamente impresionada. Era la viva imagen del desarraigo. Alguien cuyos días transcurren sentado en el suelo, en el abandono, y que agradece una simple muestra de cordialidad.

Cuando terminé mi gestión y regresé a por el coche, el hombre me esperaba para mostrarme una especie de billete de viaje. Con dificultad en el idioma, aclaramos la cuestión: Kalib, que así se llama, es búlgaro y quería volver a casa, fracasada su aventura española. Trataba de recaudar dinero con ese fin.

Al día siguiente, el jueves, conduciendo hacia allí pensé qué se podía hacer por Kalib. En esta inhóspita ciudad que tenemos ahora casi daba miedo recurrir a instancias oficiales no fueran a recluirle o quién sabe qué. Le pedí que me mostrara el billete. Le pregunté cuánto dinero le faltaba para completar el importe: 30 euros. Tan solo 30 euros ya. Bajaban varias personas a por su vehículo y comenté el problema. Uno de los hombres dijo: Yo soy el único que le da dinero, tiene una expresión tan triste… 

Sí, eso era. Kalib es muy expresivo. Llamaba la atención a diario por su tristeza. A quien se la llamaba desde luego, la mayor parte de la gente pasa sin mirar. Y, sí, reunimos los 30 euros en un momento. A él se le iluminó la cara.

Al regreso me enseñó la foto de sus hijos, 3, y de su casa: Mi casa, es mí casa, decía orgulloso. Planta baja y muy modesta, pero una casa, sin duda. La suya, además.

Por supuesto las pocas personas a las que se lo comenté me alertaron de lo que yo misma pensaba: podía ser un truco. No lo parecía pero podía ser. Acostumbrada a auténticos atracos a la sociedad que se perpetran desde el poder, la pérdida era mínima.

El viernes… Kalib seguía allí. Me mostró el billete nuevo: mañana, Bulgaria, mi casa. Vas, sí, vas.  Feliz. Nos despedimos.

Este lunes he contenido la respiración un momento al pasar por esa entrada del aparcamiento. Había alguien. ¿Seguía Kalib allí? Al bajar, he visto a otro mendigo sentado en el mismo lugar. Tras un titubeo, se me ha ocurrido preguntar:

-¿Kalib?

-Kalib Bulgaria, Méndez Álvaro (es el lugar de la principal Estación de autobuses de Madrid).

¿Le ha subarrendado Kalib el puesto al marcharse? ¿Lo han permutado y sigue aquí?

Da igual. Entiendo a la gente que hace trabajo social directo. Es muy tangible, gratificante. Quiero creer que Kalib en efecto viaja ya hacia Bulgaria y que no vuelve a estar tan inmensamente triste. Pero la tarea es tan ingente que, hoy, otro Kalib ocupa su lugar mostrando idénticas y perentorias necesidades.

Por el camino que vamos otros países acogerán puestos en la calle para Josés, Manolos o Luises, arrojados al desarraigo por la emigración en la que soñaron como solución a su futuro. La forma de paliar las inmensas desigualdades que cada día el neoliberalismo acrecienta no es éste. Pero, ya digo, ojalá la historia de Kalib sea cierta y, él al menos, concluya felizmente el largo viaje que le lleva a casa. Desde mi vida con techo, igual necesito creerlo.

Rosa María Artal, en El Periscopio

No hay comentarios: