Entre aguas turbulentas y arenas movedizas, hay quienes creen que los socialistas han entrado en pánico pero todos los indicios apuntan a que se lo están tomando con tanta calma como la orquesta del Titanic. Podrían haber optado por la refundación, esto es, la ruptura con su pasado inmediato y la enunciación de una nueva utopía. Sin embargo, como viene siendo su tradición desde los años 80, han elegido el lenguaje de la reforma. La duda estriba –y ellos lo saben—en si ese cambio en los rostros y en los gestos puede frenar la decepción de su electorado.
En Toulouse y a comienzos de los 70, optaron por lo contrario y les fue bien: de ser un partido prácticamente residual en la España de la resistencia antifranquista, se convirtió en la primera fuerza de la democracia tras aquella coalición coyuntural que fue la UCD. Del yunque y la pluma al puño y la rosa. Tampoco Alianza Popular puede arrepentirse de su refundación bajo las siglas del Partido Popular. De los tirantes de Fraga a las gaviotas azules.
En el peor momento de su cotización bursátil en el parqué de las urnas, el PSOE quizá habría debido arriesgarse a profundizar en un cambio de estructuras, de estrategias, ideas y mensajes, para atraerse a los desafectos. En el congreso de este fin de semana, ha preferido reducir su puesta al día a un principio de relevo generacional que no pone en cuestión su última conferencia política cuyos resultados, hasta la fecha, no han suscitado grandes entusiasmos entre el pueblo soberano.
La refundación, ¿es imposible o es inconveniente? Refundar el PSOE, como quizá le hubiera exigido la historia, habría supuesto también renunciar en cierta medida a su legado como la principal fuerza política reformadora en el gobierno de la nación, a lo largo de los últimos cuarenta años. Es un patrimonio poblado de luces y de sombras, pero es su patrimonio. Reeditarlo no parece posible. Olvidarlo no le resultaría coherente. Tampoco es probable que por muy profunda que fuera la transformación de su discurso, pudiera ya atraer a los indignados, que meten a sus siglas en el mismo paquete que las del PP, como la cara y la cruz de una misma moneda, la del neoliberalismo y su añeja doctrina de que cambien algo para que nada cambie.
Es el mismo partido que, desde sus últimos gobiernos, sacó a España del laberinto de Irak y nos metió en el truculento negocio del escudo anti-misiles. La misma opción que fue capaz de arbitrar avances sociales tan extraordinarios como los matrimonios homosexuales, pero que conspiró con los conservadores para introducir en la Constitución la contención del déficit como un bocado de hierro para cualquier aspiración de combatir a la crisis con políticas de estímulo público. ¿Qué PSOE es el que representa ahora Pedro Sánchez como secretario general y su flamante ejecutiva? ¿El de la ley de plazos para el aborto o el que facilitó los desahucios de los morosos? ¿El de los cien años de honradez o el de los casos de corrupción no siempre bien depurados?
El PP lo tiene más fácil. En el número de parados registrados se situó al finalizar diciembre de 2011 en 4.422.359 personas. En junio, su registro alcanzaba a 4.449.701. Esto es, seguimos por encima del registro en que lo dejara José Luis Rodríguez Zapatero. Sin embargo los resultados de una Encuesta de Población Activa realizada en un trimestre de incremento del empleo estacional, le permite a Mariano Rajoy sacar pecho esta semana en el mismo acto en que el informe de la OIT desvela que los trabajadores españoles se encuentran mucho más empobrecidos hoy que antes de aprobar la reforma laboral que tanto alaba el actual inquilino de La Moncloa. Y sus simpatizantes le compran, sin demasiados carraspeos, semejante moto. Incluso, después de liquidar los convenios colectivos y las indemnizaciones por despidos, aplauden la necesidad de profundizar en el saqueo de los derechos laborales. Al PSOE, en cambio, los suyos no le permiten ni estornudar. Y hacen bien: la izquierda no tiene que parecerse a la derecha en muchas materias pero, especialmente, en el buen conformar.
En los últimos años y a menudo en paralelo a sus sucesivas debacles electorales, los socialistas han profundizado en un sistema de primarias y en diversos intentos de democratización interna que parece que Pedro Sánchez y su ejecutiva de relativo consenso van a ampliar. Difícilmente contentarán con ello al espíritu asambleario del 15-M, que parece haber encontrado su vehículo político en Izquierda Unida, Podemos, Equo y en otras opciones alternativas. ¿A quién dirige el PSOE esa puesta al día? Hacia el centro-izquierda que, durante tres décadas, le permitió alcanzar la mayoría de votos en muy diversos comicios. La pregunta estriba en si ese segmento electoral sigue existiendo. Si la clase media cae continúa cayendo en picado, empieza a cobrar fuerza la desesperación frente a la serenidad. Y el centrismo, por muy izquierdista que parezca, es una solución para aquellos que siguen confiando en llegar a fin de mes.
Al PSOE no le basta con convocar un casting de integración para restaurar la esperanza perdida en su capacidad de transformación, en su prudente socialdemocracia de otros tiempos en los que el imaginario español y europeo se basaba en la utopía y no en la retreta. A sus electores de antaño, los socialistas le demostraron que eran los mejores administradores de su esperanza. Su tecnocracia política de buenos gestores sirvió para la travesía del desierto de la transición. Ahora, tocan otros tiempos muy despiadados en los que la hoja de ruta la traza el pesebre altamente cualificado de la FAEs, y no los ideólogos del sumario de la revista “Claves de la razón práctica”. Ahora, las ideologías de progreso han vuelto prácticamente a la clandestinidad, bajo la dictadura del pensamiento único. ¿Sabrán los socialistas incorporarse a las trincheras? Hay quienes piensan que llegan demasiado tarde. Pero nunca lo es si la dicha es buena. Charles De Gaulle era viceministro de Defensa de la Francia de Vichy cuando decidió romper con el mariscal Petain e iniciar la resistencia frente al vergonzoso armisticio con el III Reich. La única posibilidad de que el PSOE recobre sus laureles pasados es que decida abandonar el complot de los recortes, ese falso patriotismo de los tijeretazos sociales en el que ha compartido a menudo posiciones con el PP. Su única opción estriba en que, lejos de François Hollande y del SPD, plantee a la opinión pública que –como intenta llevar a cabo en algunas comunidades autónomas– existe margen para ejecutar otras políticas en la Europa de la sumisión al Bundesbank y a los intereses alemanes.
¿Podrá hacerlo? ¿Será creíble? No dejen de asistir a los próximos episodios de este apasionante folletín contemporáneo.
Juan José Téllez, en Público
No hay comentarios:
Publicar un comentario