martes, 16 de mayo de 2017

EL CONTRATO DE "CUATRO HORITAS" DE MARÍA

María se quedó viuda hace poco menos de un año, con tres hijos pequeños y sin pensión de viudedad. Su marido sufría de una enfermedad crónica desde bien joven que le impidió trabajar y cotizar  a la Seguridad Social, así que cuando María ha ido a solicitar la pensión de viudedad le han dicho que no tiene derecho. El único dinero que entra en casa de María son los 600 euros de su madre, la abuela de la casa, con los que se pagan la hipoteca, la luz, el agua, el butano y comen cinco personas, muchas veces con ayuda de Cáritas y del pucherito que le sube de vez en cuando Carmen, la vecina.
María no para de buscar trabajo. A veces consigue que la llamen de cocinera para los fines de semana. Gana si entra gente al restaurante, si no se viene a casa como llegó. Hay fines de semana que, tras 20 horas de trabajo, se trae 40 euros con los que el lunes compra los avíos para hacer potajes y alimentar a su prole. María, sobre todo, es una mujer buena en el sentido bueno del término. Transmite bondad, dignidad y sonríe incluso no teniendo para darle de comer a sus hijos. Tenía un trabajo de cajera que tuvo que dejar cuando agravó la enfermedad de su marido para poder cuidarlo. Con la enfermedad de su marido, toda la casa fue a la ruina.
Tras fallecer su marido, María no para de salir a la calle a diario a echar curriculums, a fregar portales, escaleras y a “hacer mandaítos” con los que va tirando. María transmite ganas, mucho sufrimiento en tan poca edad y más fuerza todavía por intentar salir adelante. María no tiene estudios, vive en un barrio abandonado de Sevilla, en una casa que en invierno te mueres de frío y en verano te achicharras de calor, pero es lista, inteligente y profundamente tierna. “Estoy muy contenta, mañana tengo una entrevista de trabajo. Con contrato y todo. Serían 10 horas al día pero sólo me darán de alta cuatro horitas y un diíta de descanso. Pero estoy muy contenta”, me ha relatado en un mensaje de whatsaap. Ese “horitas” y ese “diíta” tienen traducción. El andaluz es un habla tan hermosa y completa que ha encontrado un subterfugio para que no haga daño lo que duele. El uso de los diminutivos en andaluz tiene esa función: esconder lo que duele, lo que se sabe que no es normal, lo que es injusto.
Tras dejar de hablar con María y procesar la alegría, me he parado a pensar: ¿Le van a hacer un contrato de cuatro horas por 10 horas de trabajo y lo estamos celebrando? ¿Hasta dónde nos han llevado? ¿En qué país nos han convertido? ¿Cómo es posible que digan que se está creando empleo cuando lo que están haciendo es crear un ejército de trabajadores pobres? Lejos de ser un caso aislado, María es una más de tantos trabajadores empobrecidos con saña. El año pasado dice el Gobierno que la Seguridad Social tuvo más cotizantes, pero lo que no dice es que fueron menos las horas cotizadas que el año anterior. Es decir, donde antes había tres personas trabajando con un contrato cada uno de ocho horas, ahora hay seis con contratos de cuatro horas al día. O lo que es lo mismo, están repartiendo la miseria y nos dicen que se está creando empleo.
María tiene 40 años y un contrato de cuatro horas significará que, cuando quede desempleada, tendrá derecho a una prestación por desempleo, si es que aún existen, de 400 euros a lo mucho. Si se jubila con un contrato de cuatro horas al día, la pensión tampoco excederá de los 500 euros. Sin embargo, María tiene un trabajo. Un trabajo de mierda, digámoslo claro, donde cotizará “cuatro horitas” por trabajar como una mula durante diez horas.
Los “moderados”, como se denominan quienes tienen a un tercio de la población española en la pobreza y a casi un 20% de los trabajadores sin poder llegar al día 15 de cada mes, una figura franquista que la crisis estafa ha vuelto a poner de moda, han destrozado este país, las condiciones de vida de la gente más sencilla, han arruinado el pacto social por el que una persona con un trabajo tenía la seguridad de que ella y los suyos estaban protegidos y de que tendría una jubilación digna con la que tener una vejez tranquila.
Si no lo remediamos, María no tendrá una vejez tranquila con un contrato de cuatro horas pero, que no se equivoquen los extremistas autoproclamados como los “moderados”, ellos tampoco. La frustración, la rabia y el malestar provocado por el empeoramiento de las condiciones de vida de la gente, por la incapacidad de poder planificar una vida digna, les estallará en la cara mucho más de lo que ya les está estallando. Los populistas y extremistas, como llaman a la gente que defienden condiciones de vida dignas, tardarán más o menos, pero los acabarán echando.
Cuando llegue ese día, que no tardará mucho, no habrá Susanas Díaz ni televisiones suficientes para frenar la fuerza de la gente sencilla, harta y agotada de tanta injusticia como soportan en un país donde las grandes empresas acumulan beneficios vergonzosos desde hace bastantes años, a la par que un sinfín de granujas han saqueado el país a costa de la obra pública, se han ido de putas y comprado cocaína con el dinero que le han robado a mujeres buenas y trabajadoras como María, que desde que se levanta hasta que se acuesta no hace otra cosa que pelear para sacar adelante a su tres hijos. Niños que no saben lo que es comer pescado en casa ni un yogur antes de irse a la cama. En el país de Master Chef, un 16,7% de la población infantil -según Save the Children- sufre pobreza severa; que viene a querer decir, por si a los moderados les parece muy populista, que la alimentación se ha convertido en un artículo de lujo en muchas casas en las que viven niños que cenan pasta cocida, sin tomate, sin atún, sin carne picada, sin chorizo, sin nata, sin postre, sin fruta. Sin nada. Muchas noches incluso a oscuras.

Raúl Solís, en Paralelo 36 Andalucía

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