Argumentaba en mi anterior artículo que la tan cacareada reforma electoral del PP no era más que una estafa a la ciudadanía basada en un eufemismo, en un cebo; la elección directa de alcaldes, puesto que ni se trataba de una elección directa, la elección directa en todo caso la harían los respectivos comités de listas de los partidos encargados de designar al cabeza de lista, ni, por supuesto, el objeto de la elección era el Alcalde sino uno lista partidista cerrada. Y viene esto al caso porque lo que se barrunta detrás de esta reforma solo es un intento de consolidación de poder partidista cuando el bipartidismo que ha gobernado España durante los últimos cuarenta años empieza a resquebrajarse.
Pero si el término “elección directa de alcaldes” no es más que un cebo destinado al engaño, basarlo en una supuesta regeneración democrática roza el esperpento. Por mucho que se empeñen, el hecho de que gobierne la lista más votada sin haber obtenido la mayoría absoluta o alcanzado un pacto de gobierno con otras fuerzas es llanamente una imposición antidemocrática. El hecho de que un candidato haya obtenido el 40% de los votos lo único que significa es que hay un 60% de los mismos que no quieren que sea alcalde y solo la incapacidad de ese 60% de ponerse de acuerdo en otro candidato justificaría su nombramiento, como de hecho justifica que el 90% de los alcaldes españoles hoy en día lo sean después de haber encabezado la lista más votada. ¿A qué pues la urgencia de la reforma?
A mi solo se me ocurre una respuesta y es que la otra pata del bipartidismo se hunde irremisiblemente y el PP no tiene absolutamente ningún interlocutor una vez finiquitado el PSOE. No es tanto la perdida de poder puntual lo que preocupa al PP sino el desmoronamiento del régimen y la entrada en posiciones de poder de fuerzas que no controla.
En una situación electoral como la que pintan las encuestas, si es que estas sirven para algo después del revolcón de las últimas europeas, no solo el PP, por no hablar del PSOE, sino el propio régimen es lo que está en riesgo y solo tiene dos posibles tablas de salvación; el pucherazo electoral, lo que pretende Rajoy otorgando el poder a la mayoría minoritaria, o la “Grosse Coalition” que permitiría momentáneamente salvar el régimen pero a costa de clavar el último clavo en el ataúd socialista.
Curiosa disyuntiva la de los socialistas españoles ante la perspectiva de apuntalar el régimen que ellos mismos contribuyeron a crear, para su beneficio y hegemonía, a costa de su propia supervivencia o la de dejarlo caer asegurando su supervivencia a costa de su beneficio y hegemonía. Probablemente la disyuntiva que ellos mismos se han buscado abandonando sus propios principios ideológicos para sustituirlos por los pactos coyunturales que dieron origen a la Constitución de 78. Divertida también, en este sentido, la posición del PP que ha conseguido monopolizar esos pactos en beneficio propio a pesar de no haber participado en su formulación e incluso haberlos combatido, o quizás precisamente por eso haya conseguido monopolizar la derecha española lo que de momento le convierte en el único soporte del régimen.
Pero lo más curioso de este asunto son ciertos daños colaterales que se pueden producir en los sitios más insospechados. Resulta evidente que esta reforma tendrá un alcance absolutamente limitado en las Comunidades donde existe un nacionalismo histórico puesto que la entrada en escena de partidos nacionalistas fragmenta el mapa electoral de tal manera que el bipartidismo no existe, el 40% del voto solo es una utopía, y la cultura del pacto a dos y tres bandas está mucho más arraigada, pero en todo caso si que puede haber un claro beneficiado en ciertas zonas de Navarra y la CAV, en especial Gipuzkoa, donde EH Bildu, el otro agente con una casi nula capacidad de interlocución, puede ser el gran beneficiado del pucherazo del PP.
Pero eso, se lo callará el PP y EH Bildu tendrá unas cuantas alcaldías gracias a Rajoy…
Ander Muruzabal, en Nafar Herria
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