El día 20 del pasado mes de julio tuvo lugar en Peralta la XXXVIII concentración de auroros de Navarra. Una jornada inolvidable, nada más y nada menos que ochenta grupos de auroros de Navarra y de otros lugares de España se dieron cita en este simpático pueblo de la Ribera para llenar sus calles y plazas del tradicional canto mañanero de la Aurora. El pueblo se convirtió en un gigantesco Palacio de la Música en el que se podía escuchar la aurora que cantabas con el grupo de tu pueblo mezclándose al mismo tiempo con los sonidos un tanto cercanos de los demás grupos. Singular sinfonía de voces y variados instrumentos musicales. Pura poesía musical.
La organización perfecta. El pueblo de Peralta se volcó en atenciones a todos los que allí nos congregamos. A cada grupo de auroros se nos había asignado un itinerario callejero y los puntos concretos donde debíamos cantar. Allí donde lo hacíamos nos esperaban vecinos de aquellas calles ofreciéndonos toda clase de riquísimas viandas: jamón, tortillas, café, pastas, etcétera. Y sobre todo, lo que más agradecíamos era la simpatía reflejada en sus semblantes y las ganas de hacernos agradable nuestro paso por Peralta. ¡Muchas gracias!
Yo estuve cantando con el grupo de auroros de mi pueblo, Dicastillo. Por cierto, preciosas auroras de nuestro paisano y músico genial Joaquín Madurga.
Nunca pensé escribir sobre este acontecimiento. Pero ante los comentarios que me están llegando criticando negativamente mi actuación, he decidido describir lo ocurrido en aquella mañana veraniega del mes de julio. Conforme íbamos llegando los auroros de las ochenta poblaciones a un gran espacio público, el párroco de Peralta, Javier Leoz, micrófono en mano, iba nombrando y saludando solemnemente a los componentes de cada pueblo.
Terminado el canto de la Aurora por los más variados itinerarios del pueblo tuvo lugar la misa, la eucaristía presidida por nuestro señor obispo, don Francisco, en la impresionante parroquia de San Juan Evangelista. No todos pudimos entrar, ya que éramos varios miles de auroros. Yo estuve desde el principio. Además, en la confianza de poder escuchar alguna palabra, alguna canción en euskera. Llegado el momento de la comunión, y extrañado de que todo en la misa, palabra y canto, discurriera en castellano, subí discretamente al presbiterio, me acerqué a Javier (el párroco) que desde el ambón dirigía y animaba los cantos al pueblo, y le dije textualmente: “¿podrías entonar un canto en euskera?” Su contestación fue un no rotundo y seco.
Alguien se preguntará el porqué de mi actuación. La explicación es muy sencilla. Entre los muchos pueblos que acudimos a Peralta estaban los grupos de auroros de Alsasua, Betelu, Goizueta, Bakaiku y Tolosa, por lo menos. Yo, cuando entré en la parroquia, daba por supuesto que, dada la presencia de auroros de estos pueblos, se iba a tener la deferencia de hablar algo, de cantar algo en euskera, siquiera por respeto a ellos, por la estima a nuestra lengua y para agradecer también la presencia de euskaldunes entre tantos grupos de habla castellana. Conforme iba transcurriendo la eucaristía, y al no escuchar ni una sola palabra, aunque fuera un simple saludo (ni por parte del señor obispo ni del señor párroco), decidí, ya en el momento de la comunión, solicitar con el debido respeto la entonación de un canto en euskera.
Conste que la concentración anual de auroros es posiblemente, después de las Javieradas, el acto más importante y de mayor enjundia de religiosidad popular que se celebra en Navarra. Añadamos a ello que don Javier Leoz, párroco de Peralta, es el delegado episcopal para la religiosidad popular y a él, más que a nadie, le correspondía tener en cuenta la presencia de auroros euskaldunes en su propia parroquia. ¿Me excedí en mi petición? ¿Fue un disparate mi actuación? Juzguen ustedes.
Enrique Arellano, párroco de Dicastillo y Arellano (en Diario de Noticias)
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