domingo, 3 de marzo de 2019

NO ES PRECISO OLVIDAR LOS ORÍGENES DE ETA PARA DESLEGITIMAR SU VIOLENCIA

El pasado sábado un grupo de personas, algunas de ellas de notoria relevancia, tanto de Navarra como de la CAV, dieron a conocer la intención de la asociación Gogoan de desarrollar un relato justo de la violencia vivida durante los últimos 50 años. Muy costoso se antoja que en nuestra sociedad llegue a establecerse una versión unificada de la historia de la violencia y las razones que la hicieron posible. Repasando el contenido del resumen de la rueda de prensa queda clara la distancia de Gogoan no sólo respecto del relato proveniente del entorno considerado más cercano al mundo de ETA sino también respecto a otros de considerable vigencia social. Será por eso que habrán considerado necesaria esta irrupción.

Comienzan por enunciar la necesidad de “disociar ETA del contexto del franquismo porque la mayor parte de sus víctimas fueron en democracia”. Parecen pedir que se elimine de cualquier análisis el dato de la ETA del período de la dictadura, la sacudida del proceso de Burgos que revolvió las conciencias de millones de demócratas en el mundo dando a conocer la existencia de la cuestión vasca. Cual si fuese irrelevante que una parte importante de la juventud encontrase, acertada o equivocadamente, más sugestiva una oferta de resistencia activa que otras que optaban por esperar a que las contradicciones internas del régimen precipitasen su caída. O que junto a ETA surgiese simultáneamente una ideología abertzale de izquierdas inexistente desde la ANV de los años 30.

De ETA se podrá decir, y muchos lo decimos, que tuvo su antes y su después a partir de la transición. Que es muy distinta la calificación moral que se puede aplicar a  su historia en una una y otra etapa. Que incluso en el franquismo era cuestionable que la existencia de una causa justa  legitimase la lucha armada, que a pesar de la ausencia de libertades y de la opresión nacional cabían otro tipo de respuestas y que las que ellos escogieron acabaron siendo contraproducentes para sus propios ideales fundacionales, mucho más en la etapa posterior en la que llegaron a matar por ideas atentando contra los objetivos más fáciles y estuvieron a punto de provocar una grave fractura social. Pero ignorar la realidad de esa conexión entre una y otra etapa es negarse a buscar una parte importante de la explicación, que nada tiene que ver con la justificación, de las complicidades sociales que durante mucho tiempo encontró su actividad criminal.

Llama la atención esa decisión de prescindir del contexto al mismo tiempo que califican de “simplistas” los relatos que recuerdan que el sufrimiento ha afectado en este país a muchas más personas que las que se quiere hacer creer. Por supuesto que nunca se podrá igualar el padecimiento de todos los casos y no sé siquiera si alguien lo defiende ya. Cada cual lleva a cuestas sus penas. Pero ¿no son víctimas los torturados o los familiares de una persona presa que tienen que ir semanalmente a visitarle hasta el penal del Puerto de Santa María? Lo que Gogoan denomina “sufrimientos secundarios” es una violencia gratuita, evitable que no se quiere evitar y que voces muy poderosas conminan a mantener a ultranza.

Cierto es que ponen de relieve que se han producido “actuaciones ilegítimas y desproporcionadas de las fuerzas de seguridad”, añadiendo sin embargo que ni el GAL ni otras fuerzas parapoliciales tuvieron “un apoyo público significativo”. Parece habérseles olvidado la despedida de 7.000 militantes socialistas encabezados por toda la cúpula mayor del PSOE cuando Barrionuevo y Vera ingresaron en la cárcel de Guadalajara, que abandonaron a los pocos meses. Tampoco responde a un relato justo que políticos que han encubierto asesinatos, torturas y secuestros realizados con dinero público y con las espaldas bien cubiertas por los poderes del Estado sean considerados como personas respetables, incluso modélicas, y no pocas continúan en la política activa. Pero olvidan además que la guerra sucia tuvo el efecto de realimentar la maltrecha legitimación de ETA, proporcionándole un balón de oxígeno, y de provocar que más jóvenes optasen por esa aciaga vía, contribuyendo a hacer mayor el sufrimiento.

Entre los elementos en los que coincido con la exposición de Gogoan, está la petición de “ejercicios de autocrítica a cada parte independientemente de lo que haga el otro”. Muy bien. Tarde y seguramente de una manera insuficiente para lo que a la mayoría nos gustaría, pero ya llevamos algún tiempo escuchando un goteo de expresiones de reconocimiento del mal causado por ETA, incluso a personas que han cumplido largas penas de cárcel. Estamos por escuchar una sola del otro lado. Ni por los crímenes del GAL. Ni por las torturas, aunque sería demasiado esperar de un estado que también se niega a reparar de ninguna manera a los torturados del franquismo y acaba de tumbar la Lay de Violencia de Extrema Derecha aprobada por el Parlamento de Navarra. Ni por el encarcelamiento de toda la dirección de una formación política,, ni por los cierres de periódicos, ni por la vulneración del principio de igualdad electoral, no ya en perjuicio sólo de la izquierda abertzale, sino buscando marginar al nacionalismo en su conjunto de las instituciones vascas.

Llamar a la renuncia del análisis del contexto no me parece la mejor vía para una pedagogía de la deslegitimación de la violencia, Y categorizar el sufrimiento no nos debería llevar jamás a subestimar ningún tipo de injusticia.

Praxku

5 comentarios:

josu dijo...

Hay que decir, que el franquismo ha estado siempre presente y lo sigue estando hoy día, en los mandos del ejército, de la guardia civil, de la policía, de la judicatura,y no se puede hablar de democracia cuando un poeta asesinado como García Lorca, continúa en una cuneta, y el mayor criminal de la historia en un mausoleo...

Juan Pedro Urabayen Mihura dijo...

Arrazoia duzu

Unknown dijo...

Egun on, Praxku. Un placer leer un texto que referencia nuestra rueda de prensa. Te agradezco que nos ayudes a seguir avanzando en un tema tan delicado como este, y en el que merece la pena ahondar hasta el fondo, aunque duela.

Una de las ideas principales que planteamos en el texto es que debemos disociar la legitimidad de ETA, y su actuar con el contexto donde nació. Lo decimos por varios motivos: La violencia fue evitable, y eso dependió únicamente de la decisión de quienes apretaban el gatillo y de quienes facilitaron ese andamiaje emocional que justificó el asesinato, de nadie más. Ni el contexto, ni el franquismo, ni una supuesta opresión milenaria, ni la violencia policial, por muy repugnante que esta sea, justifica que ETA no hubiera parado antes. Se pudo parar y no se quiso, porque se entendió que aquello era eficaz políticamente. Y se dio, y de qué manera, lo que Hannah Arendt llama la banalidad del mal, que supone entre otras cosas la inconsciencia ante las consecuencias sociales del matar. Hubo miles de militantes antifranquistas que no decidieron matar sin embargo fueron muy eficaces en su lucha. No escondemos, de ninguna manera, que la dictadura fue cruel contra la oposición democrática, no nos referimos tanto a eso, sino que bajo la excusa de la ETA antifranquista se da, a veces, una justificación de todo su actuar. Y, hay que recordarlo, el 90% de las víctimas de ETA lo han sido en democracia.

Respecto a las víctimas y diferentes violencias creemos que se está produciendo cierta inflación a la hora de llegar a este tema. No va a existir un único relato, pero sí puede existir un relato mínimo, que sea contrastable con el pasado y nos sirva para fijar una ética mínima. El relato no puede mezclar situaciones de dolor o, en el ánimo de dar la sensación de que aquí hay una especie de empate de tragedias, tampoco puede plantear una especie de inflación victimaria, que lo mismo cuenta el caso de una persona asesinada a sangre fría con un tiro en la nuca por pensar diferente que el fallecimiento de un preso, responsable de dos asesinatos, que ha muerto de un infarto en la cárcel. Un familiar de un preso que tiene que hacer 1.000 km no es víctima. Hay muertes y circunstancias que nunca deberían haberse producido y hay ausencias que duelen, sin duda, pero eso no les convierte en víctimas de la violencia política.

Detrás de ese esquema hay algo de crueldad, porque rebaja a la víctima a una sucesión de hechos notariales, sin advertir que la seriedad moral ante la definición de qué implica ser víctima, supone muchas veces hilar fino. El discurso de la empatía ante el dolor del otro es válido, siempre y cuando no esté al servicio de la exculpación de responsabilidades.

Creemos que es interesante no caer en esa aritmética que cuenta víctimas con una calculadora, para trasladar un empate infinito, desde ese esquema se dice que todos fuimos responsables, y no, no todos elegimos estar entre los agresores.


Un abrazo y seguro que seguimos compartiendo ámbitos de reflexión.

Unknown dijo...

Disculpa,soy Joseba Eceolaza, que no me había identificado. Un saludo

Unknown dijo...

Guztid ados