domingo, 20 de noviembre de 2016

UN 20-N DE HACE MUCHOS AÑOS

«¡Españoles… Franco ha muerto!», escuchábamos decir a un Arias Navarro roto en lágrimas, ante una pantalla de televisión en blanco y negro. El acontecimiento esperado se produjo un 20 de Noviembre de 1975; pero el franquismo, después de cuarenta y un años, sigue vivo.

Comenzaba la Transición desde la dictadura a la democracia, controlada desde dentro del Régimen. Ahora conocemos como se nos engañó. Adolfo Suárez, no sometió a referéndum la monarquía, porque las encuestas le dijeron que perdería. Franco había dejado todo «atado y bien atado» en la figura de Juan Carlos.

En 1975 la dictadura agonizaba y el nuevo modelo no quedó conformado hasta la aprobación de la Constitución en 1978. Todavía hay grandes dudas sobre si la democracia está consolidada, a la vista de los retrocesos políticos y sociales ejecutados por el gobierno del Partido Popular. El régimen del 78 legitimó al franquista modernizándolo, en la figura de Juan Carlos y ahora en Felipe.

Desde el principio de los tiempos de la Transición, algunos dirigentes franquistas, se convirtieron en demócratas de toda la vida. Hoy son los mismos, que desde las alcaldías, parlamentos y desde el propio PP en el gobierno, siguen defendiendo la dictadura, y con ella los comportamientos y actos de apología nazi o fascista, que «son delictivos» y «deben ser perseguidos por la Fiscalía y debidamente sancionados», como denunció la Unión Progresista de Fiscales.

«Españoles… Franco ha muerto». Imagen de Arias en el recuerdo. «El hombre de excepción que ante dios y ante la historia asumió la inmensa responsabilidad del más exigente y sacrificado servicio a España ha entregado su vida». Aquel hombre, unos meses antes, había firmado las últimas cinco penas de muerte de la dictadura. El 27 de septiembre se ejecutó la sentencia por fusilamientos. Franco murió matando. Del «llanto de España» que decía Arias, a las copas de champán en muchos hogares. Del «dolor y la tristeza» del carnicero de Málaga, a la esperanza ante el futuro. En mi memoria, Franco en estado mortuorio, en la cama de la habitación 103 del hospital La Paz, entubado en su agonía prolongada por medios mecánicos y por razones políticas.

Fueron tiempos de silencio, cuando Franco, con todo el poder en sus manos, diseñó el nuevo régimen: una «monarquía del Movimiento». Todo pretendía dejarlo «atado y bien atado» y no todo salió bien, aunque dicen que le dijo a Juan Carlos, ya príncipe de España: «No sirve de nada lo que yo le diga, porque usted lo tendrá que hacer de otra manera». El tránsito a la democracia culminó en 1978 con la Constitución y como forma política la monarquía parlamentaria. El referéndum sobre monarquía o república estuvo encima de la mesa. La mayor parte de los jefes de Gobierno extranjeros pedían la consulta, pero «hacíamos encuestas y perdíamos», admite Adolfo Suárez, por lo que se rechazó. La solución para que la consulta específica no se realizara fue meter «la palabra rey en la ley» de la Reforma Política de 1976.

La Ley para la Reforma Política fue el instrumento jurídico que permitió articular la Transición desde el régimen dictatorial a un sistema constitucional democrático. El resultado final constituyó una voladura controlada del régimen. «El Rey podrá someter directamente al pueblo una opción política de interés nacional, sea o no de carácter constitucional, para que decida mediante referéndum, cuyos resultados se impondrán a todos los órganos del Estado…» (Artículo quinto). Hasta en cinco ocasiones aparece «el Rey» en la ley «La potestad de elaborar y aprobar las leyes reside en las Cortes. El Rey sanciona y promulga las leyes» (Art. primero.2).

El referéndum sobre el Proyecto de Ley para la Reforma Política se celebró el 15 de diciembre de 1976. Contó con el apoyo del 94,17% de los votantes, con una participación del 77,72%, sobre un censo de 22.644.290. En el tuto revoluto, con la introducción del término «Rey», se aseguró la permanencia de la institución. El rey ni juró, ni prometió la Constitución; la sancionó. Su poder era previo y franquista. No se consolidará la monarquía, mientras no haya un referéndum sobre el modelo de Estado. No lo hubo entonces; hoy dicen que porque no hay razón para ello y además ya se hizo.

Juan Carlos juró fidelidad a los principios del Movimiento, aceptó ser sucesor de Franco, «recibiendo de Su Excelencia, la legitimidad política surgida del 18 de julio». Casi nada; heredaba un régimen surgido por un golpe de Estado y una guerra fraticida. Aseguraba para él y los suyos una corona que hoy ostenta su hijo; y el régimen garantizaba el franquismo sin Franco. Un príncipe, que juraba fidelidad a los principios y leyes del Movimiento, traicionando a su padre, sería fácil de manejar.

El dictador en su testamento, exalta los tópicos patrióticos, como hizo en todos sus actos y discursos en vida y como colofón en su última aparición el 1º de octubre del año de su muerte en la plaza de Oriente. En aquellos momentos de último aliento, recuerda a los enemigos de España. «No olvidéis que los enemigos de España y de la civilización cristiana están alerta» y «Mantened la unidad de las tierras de España, exaltando la rica multiplicidad de sus regiones como fuente de la fortaleza de la unidad de la patria». Estos planteamientos y algunos más, siguen vivos en la derecha que hoy nos gobierna.

Misas y homenajes a Franco y a Primo de Rivera se celebran ante la inacción del gobierno. En un Estado democrático y de Derecho, como el diseñado en la Constitución, es inadmisible que no se persiga la apología del fascismo franquista, que tanto sufrimiento causó durante cuarenta años. Hay que penalizar el enaltecimiento del franquismo, al igual que se hace con el enaltecimiento del terrorismo. Permitiéndolo, se ofende a los demócratas, a la memoria histórica de las víctimas y a la dignidad de los familiares de los miles de asesinados, muertos por defender la libertad y la democracia.

Desde aquel 20-N han pasado cuarenta y un años. Desde aquella esperanza contenida, al compromiso político permanente. De la ilusión desbocada, al desasosiego por el rumbo que toma la historia. Del todo puede ser, a solo algunas cosas conseguiremos. De lo conseguido a lo que ahora perdemos. Por cierto un 20-N de 1957 murió mi padre.

Víctor Arrogante, en Nueva Tribuna

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