lunes, 14 de marzo de 2016

LA TARDE QUE FUSILARON AL ALCALDE DE ABENA

España es un país curioso. Es lo único que se me ocurre cuando leo las reacciones a la petición de Ada Colau de que las fuerzas armadas se retiren de una feria sobre educación en Barcelona. Mucha gente se ha mostrado indignadísima: “¿Cómo no podéis fiaros del ejército? ¿Qué os han hecho para que prefiráis manteneros a una prudente distancia?”. Y pensando en razones, me he acordado de una cosa que ocurrió en un pueblecito del Pirineo hace más de 30 años y que resume perfectamente porqué estoy totalmente de acuerdo con la alcaldesa de Barcelona. Os cuento: 
El miércoles seis de junio de 1984 se intuía el inicio del verano en el Pirineo. Con la caída del sol, y aprovechando que las temperaturas eran ligeramente más suaves que en las jornadas precedentes, los vecinos de Abena,un pequeño pueblo oscense situado a 20 kilómetros de Jaca, coincidían en la Plaza Mayor y en las calles de localidad; era un buen momento para cambiar un saludo y comentar las pequeñas incidencias del día a día antes de retirarse a casa para cenar. 
De repente ocurrió algo inesperado: comenzaron a oírse voces y gritos provenientes de la plaza. Los vecinos, movidos por la curiosidad, se acercaron a ver qué ocurría. Allí se encontraron con un grupo de una veintena de militares, vestidos de camuflaje y con las armas bien visibles que identificaba a quienes iban llegando. Les pedían los papeles, los interrogaban brevemente y los apartaban a un lado. Sin embargo, los vecinos de Abena no se preocuparon en demasía: la presencia de soldados en maniobras, procedentes de Jaca (donde tenía su sede la Brigada de Cazadores de Montaña) era relativamente habitual. Lo extraño, sin embargo, era su actitud: el oficial al mando (un capitán), dio orden de reunir a todo el pueblo en la plaza. Los militares se dispersaron en pequeños grupos por las calles, llamando a las puertas y voceando. Unos minutos más tarde, las gentes de  Abena –ahora sí, preocupadas y asustadas- se amontonaban delante de su ayuntamiento mientras un teniente procedía a leer en un papel un bando. Un bando de guerra.
En silencio escucharon como el militar anunciaba que su compañía había tomado el pueblo y descubierto una “red de apoyo a la guerrilla”. Como represalia y en consonancia con las órdenes impartidas por la superioridad, pasarían por las armas a los cabecillas. Dicho esto, los soldados empujaron a dos personas contra uno de los muros del ayuntamiento. Los vecinos los reconocieron de inmediato: eran el alcalde de la localidad, Juan Galindo, y un vecino llamado Generoso Ara. Ante la consternación general, se formó un pelotón de fusilamiento al mando del mismo teniente que había leído el bando. Cuando el oficial gritó la orden de “¡Apunten!”, se oyeron lamentos y protestas. Una mujer comenzó a llorar, pero nadie reaccionó. Hay que tener en cuenta que menos de cincuenta años antes esta misma escena se había repetido en varios lugares de la provincia: los mayores de Abena sabían, por propia y dolorosa experiencia, que en España lo de fusilar a alcaldes en plena Plaza Mayor no era algo impensable, ni mucho menos.
“¡Fuego!”, ordenó secamente el teniente y un instante después el estruendo de la descarga ahogó el coro de murmullos y protestas. Muchos vecinos cerraron los ojos, como hicieron el alcalde y Generoso, convencidos de que –por motivos que desconocían- iban a morir. Pasó lo que pareció una eternidad pero, para alivio y pasmo general, los fusilados siguieron en pie, temblando de miedo e incredulidad. Los soldados, por su parte, comenzaron a reírse: “¡que eran balas de fogueo, hombre!”. Todo había sido, explicaron, parte de las maniobras, una pequeña broma. Que no se preocupasen, que ya se iban.
Los habitantes de Abena volvieron silenciosos  a sus casas. Ese silencio perduró durante las jornadas siguientes. Tenían buenas razones para ser discretos: seis días después, uno de los vecinos se puso en contacto con Radio Jaca  y contó lo ocurrido. La emisora lo difundió a las 22h mediante una grabación, ya que entre las 22 y las 23h los periodistas salían a cenar. En ese lapso de tiempo, un grupo de desconocidos asaltó la emisora, destruyendo todo el equipo técnico –incluyendo las grabaciones- y sustrayendo, de paso, las 30.000 pesetas que se encontraban en la caja. Sin embargo, el esfuerzo fue inútil: la noticia dio el salto a todos los medios de comunicación del país, generándose una enorme polémica. Se supo que los soldados pertenecían a las COE (Compañías de Operaciones Especiales), que realizaban unas maniobras de adiestramiento junto con alumnos de la Academia General de Zaragoza, los futuros oficiales del ejército. Hacía apenas 3 años del fallido golpe de estado del 23-F y mucha gente se preguntó si era normal incluir en un ejercicio el fusilamiento sumario de un cargo democráticamente elegido. ¿Qué tipo de instrucción recibían quienes estaban considerados como la flor y nata de las fuerzas armadas?. El asunto fue recogido por la prensa internacional y el ejército no tuvo más remedio que reaccionar. Anunció una investigación sobre el proceder del oficial al mando, el capitán Carlos Alemán Artiles y de su segundo, el teniente Jaime Íñiguez Andrade.  Tras una pugna judicial el Supremo  decidió que el asunto competía a la justicia militar, que un año después condenó a ambos a algunos meses de arresto militar con pérdida de antigüedad durante el tiempo de la sanción. 
De los asaltantes de Radio Jaca, nada más se supo. Los únicos indagados fueron, paradójicamente, José Luís Rodrigo y Carlos Sánchez-Cruzar,  dos de los periodistas que habían difundido la información, que fueron citados a declarar por el juez militar en el marco del sumario 256/85, que terminó discretamente archivado.
Las sanciones no tuvieron mayores consecuencias sobre la carrera de los oficiales implicados. Más bien todo lo contrario: en 2013 el gobierno de Mariano Rajoy ascendió a general de brigada al entonces teniente Íñiguez Andrade y en 2015 este asumió la jefatura, precisamente, del Mando Conjunto de Operaciones Especiales. Y me pregunto: ¿de verdad extraña que desconfiemos de una institución dirigida por gente que ve como algo normal poner a dos señores en una plaza y fusilarlos con balas de fogueo delante de todos sus vecinos?. ¿En serio podemos confiar en que alguien que a los veintitantos años hace algo así sin el menor problema puede haber cambiado con la edad?. En mi caso, la respuesta es no. Las fuerzas armadas españolas han vivido en una burbuja irreal, con un control civil escaso y un débil marcaje mediático. En eso se parecen a la monarquía y lo mínimo que se pueden esperar es que no compremos su relato y prefiramos que se mantengan alejados de ferias educativas y centros escolares. Y ya siento decirlo, porque seguro que hay gente muy válida, pero como institución las fuerzas armadas todavía tienen un camino considerable por recorrer. 

Sin Casaca

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