La muerte de Hugo Chávez me pilló en Nicaragua. Mis amigas nicas la lloraron porque creían en su proyecto político. Esas mismas amigas nicas apoyaron en 2018 a las y los estudiantes y pensionistas reprimidos brutalmente por manifestarse contra el enésimo recorte en el seguro social del gobierno dizque socialista de Ortega y Murillo. Desde entonces, sobreviven a la creciente criminalización de los movimientos sociales autónomos; otras se exiliaron. Sí, son chavistas y antiorteguistas, porque la realidad es más compleja que las narrativas binarias que se imponen siempre.
Me resulta imposible escribir sobre Cuba sin pensar en Nicaragua. En ambos casos, el Gobierno y sus comparsas han negado el estallido social, lo han presentado como parte de un golpe blando de Estados Unidos y han caricaturizado a las y los manifestantes como mercenarios vendepatrias. En ambos casos, la amenaza de intervención es real (aunque solo sea por memoria histórica) y una parte de la derecha la reclama. Y, en ambos casos, buena parte de la izquierda internacional ha repetido los mismos mantras para no cuestionar ni un poquito a los últimos bastiones del socialismo. Porque para represión, la de Colombia y, para libertad, la que grita el pueblo palestino. Y porque en Cuba no hay niños ni niñas cosiendo nuestras deportivas.
Y sí, todo eso es verdad. Y sí, es una broma pesada que el Gobierno colombiano pida al cubano que respete el derecho a la protesta pacífica. Y sí, hablemos de Sudáfrica, donde hay más de un centenar de víctimas mortales de la represión policial de protestas. Y sí, exijamos a Estados Unidos que levante el bloqueo a Cuba y que deje de torturar en la base de Guantánamo. Y sí, me da náuseas escuchar al sioinista Josep Borrell hablando sobre crisis política y humanitaria. Y sí, hablemos del Sáhara y de la Franja de Gaza. Y sí, no olvido las cargas de la Policía Nacional en la concentración en Madrid por el asesinato de Samuel Luiz. Ni la muerte de Iñigo Cabacas en mi propia ciudad, Bilbao. Ni las torturas a detenidas y detenidos en régimen de incomunicación, en muchos casos por orden del juez y actual Ministro de Interior, Fernando Grande-Marlaska. Y no, yo tampoco quiero compartir lemas y carteles con VOX, ni con Donald Trump, ni con Keiko Fujimori. Y sí, es jodido que sea la derecha la que apoye las iniciativas institucionales de solidaridad con Nicaragua ante la represión orteguista, porque sus objetivos políticos al hacerlo son antagónicos a los míos.
Si escribo sobre Cuba y sobre Nicaragua es, precisamente, porque soy socialista, porque creo en las revoluciones populares. Y por eso me resisto a decir “dictadura” y “régimen” salvo si es para respetar las palabras de quienes están denunciando su autoritarismo. Porque dar lecciones de democracia desde el Reino de España es un ejercicio de una arrogancia colonial y un cinismo insoportable. Y por eso me cuesta también usar la palabra “libertad”, porque ha sido secuestrada por la derecha.
Pero me escribe por Twitter el activista gay, ambientalista y libertario, Isabel Díaz, "June, nos están matando. La policía cubana ya tiene sangre en sus manos”. Y me niego a aceptar que escuchar su grito sea hacerle el juego al imperialismo.
En 2013, pasé un mes en Cuba realizando un proyecto periodístico sobre la izquierda crítica y los movimientos sociales autónomos. Estaba entusiasmada de haber encontrado voces que rompían con esa polarización que me da alergia: marxistas, trotskistas, anarquistas, feministas, ecologistas, antirracistas, LGTBI, que criticaban el autoritarismo del gobierno desde su compromiso revolucionario y antimperialista. Conocí el Observatorio Crítico, un paraguas de pequeñas iniciativas autogestionadas (Proyecto Arcoiris, la Cofradía de la Negritud, El Guardabosques…) que organizaba debates sobre temas como los transgénicos, el cooperativismo o el auge del reguetón. Constaté las dificultades que tenían para organizarse, para formalizarse como asociaciones, para celebrar actividades en el espacio público sin que se les infiltrasen agentes del Estado. También constaté, como después con las activistas en Nicaragua, su potentísima formación política e intelectual, y su sentimiento de orgullo hacia las revoluciones que hicieron sus madres y sus padres.
Ahí conocí a Isbel y trabé amistad con otra de sus integrantes, Yasmín Portales Machado, escritora de ciencia ficción, bloguera, marxista, feminista, bisexual, negra. Exdirigente estudiantil, exmilitante de la Unión de Jóvenes Comunistas, extrabajadora de organismos de cultura. Luchaba por una Cuba socialista en la que pudiera plantarse en la marcha del 1 de Mayo con carteles contra las discriminaciones racistas y LGTBfóbicas en el empleo público, sin que los funcionarios del Estado la invitasen amablemente a irse, como le pasó un año. Yasmín ha asumido la contradicción política de emigrar a Estados Unidos para hacer un posgrado y respirar un poco. “Si el único lugar seguro para el desacuerdo, del signo político que sea, está fuera de los límites geográficos del archipiélago de Cuba, seremos en verdad una diáspora”, escribió en una ponencia.
En Cuba conocí también las pocas iniciativas feministas que escapaban del control de la Federación de Mujeres Cubanas (FMC). Supe que en 1993 nació Magín, una asociación formada por más de un centenar de comunicadoras cubanas. Duró tres años; no consiguieron ser legalizadas y la FMC les informó de que no podían seguir funcionando, bajo el argumento de siempre: que podía dar oportunidad a la penetración del enemigo. En 2014, el Ministerio de Cultura venezolano me invitó a un congreso de intelectuales, artistas y activistas, y en el debate sobre feminismo, una escritora cubana poco sospechosa de anticastrismo, insistió a las feministas chavistas ahí presentes que, sobre todo, defendieran su autonomía.
En la actualidad, destaca la plataforma contra la violencia machista YoSíTeCreoCuba, que se activó en 2019 para apoyar la denuncia pública de una cantante hacia un músico que la había sometido a violencia psicológica, física, emocional y sexual durante su trabajo en una popular banda de timba. Ese año presentaron ante la Asamblea nacional del Poder Popular un proyecto de ley integral contra la violencia de género, porque Cuba carece de una normativa específica. El pasado viernes denunciaron en sus redes sociales la situación de al menos 383 personas desaparecidas y presas luego de las protestas masivas del 11 de julio (entre las que hay 72 mujeres y seis chicas y chicos menores de edad). En su comunidado recuerdan que la brutalidad militar y policial suele venir acompañada de violencia sexual, como vienen denunciando las feministas nicas desde 2018.
Yasmín me aporta mediante mensajería instantánea discurso, lecturas y vídeos. Le frustra no poder participar en las protestas, como le frustró no hacerlo en dos anteriores, que también fueron desalojadas por la policía y tildadas por los dirigentes cubanos como shows montados desde Miami: una marcha LGTB en 2019 y un plantón de 200 artistas, intelectuales y activistas frente al Ministerio de Cultura de Cuba en 2020: "Repudiamos, denunciamos y condenamos la incapacidad de las instituciones gubernamentales en Cuba para dialogar y reconocer el disenso, la autonomía activista, el empoderamiento de las minorías y el respeto a los derechos humanos y ciudadanos”, expresó la organización del plantón.
“Hay consenso a la izquierda y derecha en que la crisis sanitaria de Matanzas la semana pasada fue el detonante, pero el problema es de fondo: la avanzada neoliberal del gobierno, que deja una creciente precarización y desigualdad en la población”, me escribe Yasmín. “Otra cosa es el discurso producido alrededor de las protestas. La élite política de Miami se apresuró a tratar de atribuirse el liderazgo de estas protestas. Sus pedidos de intervención humanitaria / militar son para mí evidencia de su desinterés por el bienestar del pueblo cubano. Mientras que el gobierno insiste en una construcción clasista de las personas que protestan: son delincuentes”. El Gobierno cubano, ha lamentado la única muerte en las protestas, la de Diubis Laurencio Tejeda, para después destacar que tenía antecedentes por desacato, hurto y alteración del orden público.
Me dice Yasmín que sus analistas de referencia son Ailynn Torres Santana y Julio César Guanche. La primera ha dirigido al presidente Miguel Díaz-Canel una propuesta de hoja de ruta para abrir “un diálogo nacional real, sin tokenismos (recordando al universal Martin Luther King), sin intervencionismo, con la fuerza y la honestidad que permitan a Cuba, y sobre todo a cada cubana y cubano, ser un territorio de soberanía”. Guanche llama en un artículo de opinión a “distinguir y separar el uso instrumental” del sector extremista del exilio cubano de las demandas legítimas de parte del pueblo cubano. Critica que el presidente Joe Biden haya continuado con la política de sanciones, incluso en medio de la pandemia, pero señala el “gran peligro político” de los enfoques que atienden solo a las amenazas externas: “Reconocer la legitimidad de demandas que están hoy en juego es un golpe fuerte contra cualquier pretensión de golpe blando”, sostiene.
Sus mensajes coinciden con los que está publicando el medio comunista independiente La Joven Cuba, que también llaman a superar el binarismo revolucionarios/mercenarios: “La parte del pueblo de Cuba que salió a pedir cambios y que los quiere desde el respeto a la soberanía de la nación, merece ser escuchada y el presidente es quien debe propiciarlo”, escribe José Manuel González Rubines.
Yasmín también me manda una declaración unitaria por la liberación de las y los detenidos en las protestas, firmada por un centenar de intelectuales antimperialistas e internacionalistas como Noam Chomsky o Gayatri Spivak. Destacan los nombres de varios detenidos que son académicos o estudiantes marxistas.
Me enlaza un reportaje en vídeo de la revista sobre mujeres, afrodescendientes, y personas lgbti+ Tremenda Nota en el que mujeres trans manifestantes expresan el acoso policial que viven a diario: “Nos piden carne, nos llevan por prostitución, no podemos vestirnos de mujer. Además vine en compañerismo con todas las personas que hay aquí, por el hambre, la necesidad, no hay medicamentos, no hay agua, no hay nada. Las casas en La Habana se están cayendo. Y esos están construyendo hoteles”, critica Adriana Díaz. Conecto sus palabras con un reportaje que recoge voces de economistas cubanos: “Entre enero y marzo de 2021, en medio de la pandemia y con hoteles prácticamente vacíos, el 50,3% de las inversiones se hicieron en el sector inmobiliario, mientras que en innovación tecnológica se invirtió el 0,6%, en la agricultura el 2,6% y en la industria el 9,5%”. Y con este tuit:
Me dice Yasmín que, por encima de todo, subraye las siguientes dos cosas (así que copio y pego):
1- Las personas desaparecidas. No sabemos cómo lidiar con eso como sociedad, simplemente era algo que “no pasa en Cuba”. Sin embargo, entre domingo y lunes escaló de praxis puntual [recuerda la detención de Isbel y su pareja, Jimmy, por organizar la marcha LGTB de 2019] a masiva. Cargaron con entre 100 y 200 personas a las que ahora dice el gobierno van a juzgar “con justicia” por vandalismo.
2- El antes y el después de la etiqueta #SOSCuba y lo que significa en términos de organización popular autónoma. La cosa empezó entre el 6 y 7 de julio con la revelación de los números de contagios y muertes en Matanzas y denuncias en redes del colapso de sus hospitales. Las etiquetas #SOSMatanzas y #SOSCuba se usaron entre el 7 y 10 de julio para organizar redes de donaciones. La comunidad migrada empezó a reunir recursos y pedir al gobierno que dejara entrar donaciones privadas. El gobierno y sus clarias que no, porque lo que querían era entrar medicinas y revenderlas. El día 9, [la influencer] Mia Khalifa y [el músico] Residente usaron la etiqueta. En especial, fue llamativo que la cuenta oficial de la Presidencia respondiera a Residente y no a otras cuentas cubanas. El día 10 la etiqueta fue levantada por cuentas robots y viralizada. Luego llegaron las protestas. El gobierno aprovechó para criminalizar la etiqueta y pretende que solo existe para provocar las protestas, pero la manipulación funcionó porque tenía base real. Las personas la usan enfatizando que siempre fue acerca de la solidaridad.
El discurso de Residente, por cierto, enfureció tanto a castristas como a anticastristas: “Entre la ineficacia del Gobierno Cubano y el bloqueo de USA tienen al pueblo jodido en medio de una pandemia”.
Salirse del binarismo tiene algo que ver con lo que cuenta Elisa Coll en su libro Resistencia bisexual: el mensaje social que recibimos quienes, en vez de elegir acera, intentamos habitar la carretera, es que seremos atropelladas.
Ailynn Torres Santana vuelve a compartir estos días el artículo que escribió en 2019, titulado “La novela Cuba”, sobre el extrañamiento que le producen las narrativas sobre su país: “La mirada sobre Cuba está capturada por el fatalismo de los polos. Odias o amas, amigo o enemigo, dentro o fuera, conmigo o contra mí, Cuba inmaculada o Cuba podrida”. Concluía con una frase lacerante: “La brújula de la Cuba impoluta es mi perdición; es la imposibilidad de construir una distinta, a muchas voces”.
Por eso escribo estas líneas, sabiendo que tal vez reciba más fotos de gusanos enmarañados como la que me mandó por Twitter un comunista español cuando recomendé seguir a Yasmín.
Por eso y porque mi primer viaje a Cuba, en mayo de 2011, coincidió con el 15M. En la guagua, la gente me decía con una sonrisa: “¡Viva la spanish revolution!”. Sirva este artículo para corresponderles.
June Fernández, en El Salto
No hay comentarios:
Publicar un comentario