El envite es grande, nada menos que romper una inercia que en muchos aspectos nos ha bloqueado como sociedad, en lo social y en la calidad de nuestra convivencia.
Por eso es tiempo de orientación, de fijar los valores con los que afrontamos esta nueva situación, de definir los ejes principales sobre los que pivotará la tarea institucional.
Y resulta clave para el futuro el cómo vamos a repensar Navarra. Lo principal es reconstruir el tejido social dañado después de tantos años de la derecha y tantos recortes. Tenemos que lograr como sea que el cambio se note en la vida cotidiana de las personas que más han sufrido la crisis. Sabemos que la acción institucional a veces es limitada en este aspecto, pero nadie entendería que no nos dejáramos la piel principalmente en esto. En el pasado las instituciones dejaron en la estacada a cientos de personas que estaban siendo desahuciadas, la sensación de orfandad institucional es evidente entre quienes más han sufrido. Corregir esa situación: acompañar, defender y apoyar es obligado.
En este momento es preciso poner en valor a esa Navarra peleona que ha sido la protagonista de las mejores luchas que se han producido. Porque su aportación no se produce sólo en el ámbito de las ideas y los valores, sino que también se ha tratado de incidir en la forma en la que construimos sociedad. Hoy necesitamos a lo mejor de la Navarra republicana, lo mejor de la Navarra sindical de la transición, lo mejor del feminismo incipiente de los 80, lo mejor de la insumisión pacifista y pacífica, y lo mejor de la Navarra que hace de la osadía su bandera y que planta cara en plazas y calles a las plantas nobles.
Colocar lo social como el eje central de la actividad política, promocionar liderazgos compartidos que rompan el frentismo nacional o poner en valor el activismo social, como complemento del cambio institucional, adquieren una dimensión central.
Y sobre todo lo que hará que el cambio perdure es que lo hagamos mirando a toda la sociedad, sin revanchismo nacional. Tenemos que ganarnos a la sociedad que no apoya el cambio, persuadir, reconocer, respetar, sin perder la esencia de nuestras mejores luchas.
Necesitamos una nueva Navarra; más tranquila, menos enfrentada, con una cultura más laica en lo nacional, con una conciencia republicana de las instituciones comunes, que pare en seco la polarización a la que nos abocaba el frentismo identitario, que no confunda la parte con el todo, sabiendo que no se representa a toda la sociedad sino a una parte de ella. No sólo hace falta coexistir, sino ponerse en el lugar del otro y hacerle un hueco al otro, sin provocaciones nacionales innecesarias, con un talante dialogante, tratando de acordar los aspectos comunes de nuestro modelo de convivencia (tratamiento a los símbolos, a las lenguas…). Que salga bien de la historia de la violencia, enterrando de una vez la épica y el culto a la violencia. Con gestos claros y sinceros hacia las víctimas, dejando de lado relatos justificadores o que pretenden hacernos creer que tanto dolor pudo merecer la pena. La autocrítica, el reconocimiento del daño causado no cura el pasado, pero ayuda a que otros no sufran y no se sientan ofendidos.
Ofrecer un pensamiento posado y solvente que sabe descifrar las prioridades de la sociedad es importante, por eso tenemos en cuenta que los resultados electorales tienen la virtud del encuentro. Y por eso es un momento de oportunidad política. El cambio real y profundo tendrá necesariamente que venir desde una mirada de fondo y de base, y ante esto tender puentes se vuelve imprescindible y vincular a las bases sociales del socialismo navarro en la tarea del cambio también. Es importante comenzar un diálogo sincero entre las dos corrientes de la izquierda navarra.
El cambio nace de una necesidad, por eso necesitamos “tomar el poder sin dejarnos tomar por él” como dice Stathis Kouvelakis miembro de Syriza. Necesitamos tener la determinación de cambiar las cosas, y quienes aspiramos a cambiar también debemos tener la voluntad de que este hecho nos cambie, de no gobernar sólo para los nuestros, para los de nuestra identidad. Es la oportunidad de las alianzas sociales amplias, y hasta ahora inéditas, que nos permitan desarrollar nuevas prácticas y una nueva cultura política más integradora, más consciente y defensora de nuestra pluralidad, sin buscar la supremacía identitaria desde el gobierno. Sin duda, en la Navarra del hoy resulta más estimulante el encuentro y la transversalidad que el frentismo.
Por otro lado, hay una interacción evidente entre movilización social y fenómeno político, por eso es necesario fijarnos en las hegemonías culturales y sociales, centrándonos en el tiempo, en procesos de largo plazo. El cambio ha de ser duradero, pero sobre todo la izquierda que salga de esta tiene que ser más fuerte socialmente, con apoyos solventes y bien enraizados en nuestra sociedad, para que el cambio sea eso a lo que hemos aspirado; un momento de oportunidad para hacer que la gente, y no los negocios o las élites, sean el centro de la acción institucional. No podemos fallar.
Joseba Eceolaza, en batzarre.org
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