Cerca de cincuenta soldados inscritos al batallón Colombia empuñan carabinas de aspecto antiguo. Frente a ellos, tendidas en el suelo, decenas de personas intentan resguardarse de las balas. La foto, a blanco y negro, refleja tensión, angustia. Fue tomada por Julio Flórez Ángel, con una cámara Rollei Kort. Su lente logró capturar de forma sagaz aquel momento trágicamente histórico ocurrido la mañana del 9 de junio de 1954. Eran las 11 y 15 minutos y el Ejército abría fuego contra varios estudiantes que participaban en una protesta en la carrera séptima con calle 13.
Se trataba de una fotografía a contrapelo en un instante de peligro, como diría Walter Benjamín, lograda desde un balcón. Como pudo, Flórez calmó sus nervios, guardó la cámara y llamó al diario El Espectador para ofrecer sus fotos. El teléfono sonó y al otro lado de la línea se escuchó la voz del mismo director, quien lo citó en las instalaciones del periódico.
De inmediato se convocó un pequeño consejo de redacción en el periódico para discutir las imágenes, pues las escenas podrían parecer demasiado fuertes para ser publicadas en las páginas del diario. Finalmente, en la edición de esa misma tarde fueron publicadas tres de las cinco fotografías que Flórez puso a consideración del diario.
Los reporteros fueron enviados a completar las historias que el día anterior habían iniciado en la Universidad Nacional y que se extendían con este nuevo escenario de sangre y desconcierto. Los ciudadanos necesitaban respuestas y la misma duda asaltaba a todo el mundo ¿Por qué protestaban los estudiantes?
La tragedia que pesa sobre el movimiento estudiantil
El día anterior, 8 de junio, las emblemáticas paredes blancas de la Universidad Nacional habían amanecido cubiertas de carteles con mensajes que invitaban a los estudiantes, docentes y trabajadores a reunirse en el Cementerio Central para conmemorar 25 años de la muerte de Gonzalo Bravo Páez, el estudiante que, en 1929, recibió un tiro de fusil de manos de oficiales de la guardia presidencial. Bravo Páez cayó baleado cuando se dirigía a comer al mítico Café Capitolio y las autoridades intentaban disolver una manifestación por cuenta de la represión en las protestas contra la Unite Fruit Company.
Desde entonces los estudiantes, cada año, se reunían en una peregrinación nocturna para rendir tributo a la memoria de Gonzalo Bravo. Eso hacían aquel 8 de junio de 1954. Se dirigían al Cementerio Central de Bogotá por la calle 26 cuando se encontraron un cordón de la policía militar que les impedía el paso. Fueron momentos tensionantes, los insultos iban y venían y los ánimos estaban caldeados. El asunto se resolvió, finalmente, luego de que llegara una carta del presidente de la República, el teniente general Gustavo Rojas Pinilla, en la que autorizaba la entrada de los estudiantes al campo santo.
La conmemoración fue concurrida pero lo sucedido quedó en el olvido rápidamente ensombrecido por una tragedia inesperada. Ese mismo día otro estudiante de la Universidad Nacional, Uriel Gutiérrez Restrepo, cayó muerto al interior del campus universitario ultimado por un tiro de la policía militar. El hecho estuvo rodeado de interrogantes y pocas personas pudieron rendir testimonio de lo ocurrido.
Víctor Daniel Bonilla, amigo de Uriel Gutiérrez, fue uno de los pocos testigos de lo sucedido. Bonilla contó que la víctima no había podido acompañar a los estudiantes aquel día en la peregrinación al cementerio pero que se había encontrado con él a las dos de la tarde en el campus. Supieron que no tenía clases y decidieron caminar un poco. El diario El Espectador reseñó en sus páginas el testimonio entregado por Víctor Daniel Bonilla:
“Yo le dije a Uriel Gutiérrez que diéramos un paseo. Así lo hicimos, tomando rumbo hacia la puerta de entrada de la calle 26. Al lado occidental, en los prados, varios estudiantes jugaban fútbol. Uriel me preguntó cómo había resultado la peregrinación. Le relaté los incidentes. Se mostró muy indignado por lo ocurrido (...) Junto a la puerta de salida de la universidad estaba estacionada una radio-patrulla, de ella se bajaron cuatro o cinco policías y penetraron en los prados. Llegaron otras radio-patrulla. Bajaron de ellas varios policías y también cruzaron la puerta y se pasearon por los prados por los prados y calles. Los estudiantes protestaron, silbaron, pedimos que se retiraran de la universidad. Se produjo el incidente cuando un taxi que venía de la calle 45 fue detenido por los policías y se le ordenó regresar por donde había venido.
Fue entonces cuando Germán Escobar protestó antes los agentes por la detención del taxi. Uno de los policías le dijo –usted no se meta- Escobar se acaloró e intento arrebatarle el fusil al policía que le había hablado. Este lo golpeó con la culata en un ojo. Cayó herido. Los estudiantes nos indignamos. Pedimos que se salieran todos los policías de la universidad. Se arrojó piedra contra los agentes y éstos se retiraron más allá de las cercas. Varias veces trataron de penetrar nuevamente, pero los rechazaron los estudiantes a piedra. Durante esas escaramuzas resultaron heridos como tres o cuatro personas. (….) A eso de las tres y media llegó un bus lleno de policías; calculo entre 50 y 60. Venía de la calle 45. El bus fue apedreado. Se bajaron varios oficiales. Los primeros que llegaban, pues antes estaban a órdenes de suboficiales. La policía disparó. Yo me tendí. Había visto unos momentos antes a Uriel Gutiérrez muy acalorado gritando junto al bus que llegó lleno de policía. Uriel Gutiérrez estaba junto a mí. De pronto principiaron a disparar. Corrimos. Yo me tendí. Me escondí bajo unos pinos. Iba delante de Uriel. Al volver la cabeza lo vi caer. Creí que se había tendido. Estaba muerto. Con la cabeza destrozada de un disparo”.
Al ver a su compañero muerto los estudiantes exigieron que se apresaran a los responsables del asesinato y se esclarecieran los hechos. El ministro de Gobierno Lucio Pabón Núñez, prometió justicia a los estudiantes.
Gutiérrez, de 24 años, cursaba cuarto año de medicina y segundo de Filosofía y Letras. Un hombre reservado, tranquilo y católico por convicción. Compartía la habitación 129 de las residencias universitarias con el estudiante Jorge Falla Lozano de cuarto año de ingeniería. Su muerte fue el detonante del descontento estudiantil que motivó la multitudinaria marcha del 9 de junio. La misma que quedó registrada en las inmortales fotografías de Julio Florez que le mostraron al país la magnitud de la tragedia.
Doce personas murieron y cerca de cincuenta resultaron heridas aquel día. Lo que había comenzado como una protesta pacífica hacia el palacio presidencial en contra de la muerte de Uriel Gutiérrez terminó por convertirse en un baño de sangre. Todo fue caos y confusión. Solo se escucharon las ráfagas disparadas por los militares que habían llegado al lugar para acordonar la zona.
Las reacciones no se hicieron esperar. En cuanto se conoció la noticia de la masacre, los estudiantes de las universidades públicas y privadas del país se solidarizaron con el hecho. En Cali, Medellín y Barranquilla los estudiantes suspendieron algunas clases, y el día 10 de junio convocaron a marchar por sus ciudades para mostrar su repudió al hecho, logrando una gran asistencia y apoyo de diversos sectores de la población.
A su turno, el rector de la Universidad Nacional Julio Carrizosa Valenzuela renunció a su cargo asegurando que aunque aquel día le había pedido a los miembros de la policía retirarse antes de que sucedieran los trágicos hechos, estos hicieron caso omiso.
Lucio Pabón Núñez ministro de Gobierno, se dirigió esa misma tarde al país a través de la Radio Difusora Nacional afirmando que las marchas habían sido infiltradas. “En la mañana de hoy, grupos de estudiantes, dirigidos por grupos ajenos a ellos, iniciaron una manifestación contra el gobierno rechazando las bases del acuerdo a que se llegó ayer en Palacio. Los elementos que dirigen a los estudiantes son conocidos y peligrosos, de quienes se tiene se tuene una pista segura. Al llegar la manifestación a la calle trece con carrera séptima se encontraron con un cordón de soldados quienes llamaron la atención a los estudiantes con el objeto de que no continuaran adelante. De pronto de una casa vecina se dispararon varios tiros de revólver hiriendo a un soldado que luego falleció. Luego siguieron más tiros de arma corta de lo cual resultaron dos soldados muertos y siete heridos”, manifestó.
Las primeras declaraciones del brigadier general Alberto Duarte Blum incluían la afirmación de que Laureanistas y comunistas propiciaron el hecho, buscando la caída del Gobierno. Un señalamiento que fue inmediatamente desmentido por el secretario general del Partido Comunista, Gilberto Viera, quien exigió que se abriera una investigación exhaustiva frente al hecho.
La investigación fue encabezada por Rafael Osorio Donado, juez sexto Penal Militar. Durante las pesquisas se ordenó la captura de Carlos López Narváez de filiación conservadora y para el momento director de extensión cultural de la Universidad Nacional quien estaba presente en la Ciudad Universitaria cuando tuvo lugar el asesinato de Uriel Gutiérrez, pero fue puesto en libertad en la madrugada del 11 de junio. Muchos estudiantes fueron detenidos y voceros del partido Liberal tuvieron que interceder por su liberación.
El presidente Gustavo Rojas Pinilla, por su parte, se dirigió al país tres días después de la masacre, en una alocución en la que afirmó que la tropa no había disparado primero sino que había respondido a fuego enemigo. Prometió capturar a los culpables que nunca aparecieron.
El comienzo del fin
La masacre del 9 de junio de 1954 ocurrió en momentos en que el país político estaba convulsionado. Se cumplía un año del polémico golpe de Estado del Teniente General Gustavo Rojas Pinilla que en principio había contado con el apoyo de los dos partidos tradicionales de Colombia (Liberal y Conservador), al perfilarse como pacificador y prometer disolver la violencia partidista que hasta el momento había dejado incontables filas de muertos de ambos bandos a lo largo del territorio nacional. Sin embargo, el apoyo manifestado a Rojas se diluyó con la puesta en marcha, por parte del gobierno, de medidas de corte dictatorial como la persecución a la oposición política y la censura a la prensa que derivó en el cierre de varios de los principales diarios del país.
El apoyo popular también se perdió con el paso del tiempo. La represión a las formas de protesta y los ataques indiscriminados a los estudiantes fueron el argumento de mucho para pararse en la orilla opuesta a la del Gobierno.
De acuerdo con Mauricio Archila Neira, profesor del departamento de historia de la Universidad Nacional de Colombia, la enemistad de Rojas con el estudiantado fue determinante para señalar el rumbo que tomaría el Gobierno. “El estudiantado en dicho momento había recibido muy bien el golpe de opinión de Rojas Pinilla (los hechos se desencadenan sin premeditación alguna contra el gobierno de Rojas) pero se van a distanciar de Rojas desde ese 8 y 9 de junio de 1954. Posteriormente vendrá un proceso de enemistad y el estudiantado va a ser clave en la caída de Rojas el 10 de mayo de 1957”.
Archila, uno de los investigadores más destacados en el tema de los movimientos sociales en Colombia, explica que aunque en los 50 no existía un movimiento estudiantil consolidado, las organizaciones existentes tenían bastante fuerza. “Para dicha época el mundo universitario no era tan amplio como el de ahora, así que aún era muy ‘elitista’ para llamarlo de cierta manera, ya que muy pocos tenían acceso a la universidad. Pero para la época el movimiento universitario no era una fuerza opositora al bipartidismo, incluso van a tener un papel clave en la caída de Rojas y el inició del Frente Nacional. Los estudiantes estaban organizados alrededor de la FUC (Federación Universitaria de Colombia) de orientación conservadora, y la FEC (Federación de Estudiantes de Colombia) de orientación liberal, pero no eran organizaciones de masas que agruparan el conjunto del estudiantado, eran más bien aparatos burocráticos. Si bien las movilizaciones estudiantiles tuvieron un papel protagónico en la caída de Rojas, la consolidación de un movimiento estudiantil autónomo se lograría años después", anotó Archila.
En la sede Bogotá de la Universidad Nacional aún se conserva una placa en memoria de Gonzalo Bravo Páez y un edificio del mismo campus lleva el nombre de Uriel Gutiérrez. Su historia se ha transmitido entre los estudiantes de las nuevas generaciones que rememoran el 8 y 9 de junio de 1954 como fechas históricas para el movimiento estudiantil colombiano.
Steven Navarrete, en El Espectador
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