Hay palabras que, por polisémicas, hacen que en el debate de las ideas, a veces, estemos utilizando el mismo término con significados completamente distintos y esto es cada vez más acusado en el debate político, agudizado si cabe por el uso de las ideas fuerza o por las nuevas formas de comunicación que hemos desarrollado a través de las redes sociales y en especial Twitter con sus 140 caracteres.
Y un ejemplo de esto es el debate preelectoral que estamos viendo en Navarra en las últimas fechas. No hay ni uno solo de los partidos que componen el arco del futurible próximo Parlamento de Navarra que no utilice la palabra cambio como eje central de su mensaje. La desastrosa gestión de UPN durante las dos últimas décadas culminada en una última legislatura delirante, donde las dos instituciones más representativas de la Comunidad Foral han sido poco menos que incapaces de lograr un presupuesto de ocho posibles, donde la crisis ha hecho aflorar algunos despilfarros clamorosos o donde han desaparecido o están al borde de ello algunas de las instituciones más representativas de Navarra como la Can u Osasuna en medio de un mar de sospechas y corruptelas, ha hecho de la palabra “cambio” un talismán al que ninguna fuerza puede renunciar.
Desde la propia UPN que se ha apresurado a cambiar su liderazgo, salvo por el incomprensible caso Maya que más parece responder a una falta de relevo que a la fe de su propio partido en el candidato, hasta las nuevas fuerzas de la derecha que tratan de hacerse un hueco en el panorama político navarro a cuenta del desplome de los habituales PP y UPN; UPyD o Ciudadanos, desde un PSN desnortado que no sabe muy bien a que carta quedarse o a cual le van a dejar jugar hasta las fuerzas vasquistas en sus dos variedades, desde la ya conocida IE hasta la sorprendente aparición de Podemos, todos reclaman cambio. Ni siquiera UPN, gestor único o cuasi único de estas dos últimas décadas es capaz de ofrecer a la sociedad navarra continuidad en una prueba palmaria de su fracaso.
Eso si, cada una de estas fuerzas cree que solo su propio cambio es real, que el resto de los cambios son maquillaje en unos casos y el desastre en otros.
Por el contrario, algunos creemos que hay, al menos, dos escenarios de cambio factibles, de cambio profundo, de cambio real…
El primero de esos escenarios es el que yo llamo el cambio frentista que ofrece la sustitución de las hasta hoy fuerzas dominantes de la política navarra; alineadas a la derecha y con un fuerte componente identitario español con los toques navarristas al uso y cuya seña de identidad a la hora de hacer política ha sido el ninguneo y la exclusión de todos los navarros que no compartiesen su visión de Navarra, “los navarros que se pueden volver locos” que dijo el expresidentes Sanz, por otro nuevo frente que aglutine a las fuerzas que se alinean a la izquierda del panorama político y con un componente identitario vasconavarro cuya función será el ninguneo y la exclusión de los hasta hoy dominantes en una especie de justicia política con cuarenta años de retraso. Sin darse cuenta de que la sola posibilidad de que se diese este escenario es la que ha sustentado el que nos ha tocado sufrir hasta hoy y que ha sido un frentismo el que ha alimentado al otro. Esta opción de cambio, si atendemos a lo que dicen las encuestas de la sociología de los navarros y no tanto a los resultados electorales, es difícilmente sostenible en el tiempo y en una situación de calma económica tiene visos de ser flor de un día, aunque la trayectoria de la Navarra del Amejoramiento haga que en muchas ocasiones la tentación de aplicarlo sea grande.
Existe por otro lado una segunda opción, la que yo llamo el cambio integrador. Probablemente a estas alturas no pueda ser protagonizado más que por las mismas fuerzas que el anterior aunque con distintos protagonismos aunque tampoco estaría de más explorar la posibilidad de integrar a más agentes políticos que le den pluralidad. Este cambio no pasa por sustituir a la derecha españolista por la izquierda vasquista, simplificación esta que nos vamos a hartar de oír en la campaña que se nos avecina y que solo favorece a los partidarios de la Navarra frentista, sino por sustituir las políticas de exclusión, sectarismo y ordeno y mando por políticas de integración, colaboración, respeto mutuo y participación democrática.
Se trata pues de conseguir una nueva Navarra sin exclusiones donde todos tengan su papel y en la que los cambios no se vean como una tragedia griega sino como consecuencia del propio juego democrático y el respeto a la ideas de los demás sea la pauta normal de comportamiento. Es este cambio el que si tiene posibilidades de perdurar a la larga, con unos u otros agentes, porque este es el único cambio que nos garantiza la cohesión y la democracia en vez de la segregación y la imposición y porque, además, probablemente represente mucho mejor las expectativas de los navarros de a pie que lo que hemos tenido hasta el momento o por lo que otros lo pretenden sustituir.
No he querido poner siglas en ninguno ambos modelos de cambio porque creo que son los electores navarros los encargados de esa tarea y los que con su voto decidirán cual es el cambio que nos conviene.
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