lunes, 23 de julio de 2012

GRABAN ANTE EL AYUNTAMIENTO DE BUÑUEL LAS SILUETAS DEL ALCALDE Y EL SECRETARIO ASESINADOS EN 1936


El golpe de estado de 1936 tuvo en el pueblo navarro de Buñuel uno de sus episodios más amargos: fue una carnicería que se dilató un mes entero. Ayer, vecinos del pueblo y de las localidades de alrededor rindieron un sentido y sencillo homenaje a las víctimas del terror franquista. En particular, recordaron al alcalde del pueblo, Alfonso Marquina, y al secretario, Martín Domingo, que fueron ejecutados por la Guardia Civil en el zaguán del Ayuntamiento.
Pedro José Francés, investigador de estos hechos, calificó el acto de ayer como «íntimo y muy bonito». El encuentro entre quienes reivindican la memoria de todos los asesinados se prolongó durante horas. «Aquí contamos lo que pasó, tal como pasó. Porque no nos vamos a callar», explica el escritor. En realidad, ayer se centraron en un episodio, el del secretario y el alcalde, de una serie de muchos. Como ya documentó Francés en su libro «Buñuel, verano de 1936», las sacas se sucedieron en el pueblo desde el día 21 de julio hasta el sangriento día 26 de agosto. En total, 52 personas de ese pueblo acabaron muertas pese a que ninguno de ellos empuñó un arma. Y lo más triste de todo es que, en muchos de los casos, no tuvo que venir nadie de fuera para ejecutarlos, sino que los mataron sus vecinos. Francés dice que su pueblo está «enfermo de hipocresía y cobardía», después de muchos años de convivencia de víctimas y verdugos y con una mayoría social dominante que «miraba a las víctimas como si hubieran hecho algo malo».
«Hoy una nieta de un fallecido se ha asomado desde una esquina», dice Francés. «Ha sido para alcahuetear, no porque le interesara lo que aquí estamos recordando, aunque recordemos a su propio abuelo. Hasta ese punto este pueblo sigue estando enfermo», detalló.
Los reunidos siluetearon dos figuras en el suelo, que simulaban las que se emplean en la investigación de asesinatos. «Aquí las vamos a dejar para que la gente se entere», dijeron. Su decisión, salvando las distancias, recuerda a la que tomó la Guardia Civil. A pesar de que los cadáveres de los dos muertos del día 23 fueron retirados, los guardias dejaron los charcos de sangre para que esas manchas amedrentaran al resto de vecinos que habían elegido un ayuntamiento de izquierdas, liderado por jornaleros. «La gente del pueblo lo que más recordaba eran esos dos manchurrones, que se quedaron ahí durante muchos días», certifica Francés.
Las matanzas de Buñuel comenzaron el día 21 de julio, con un muerto, continuaron el 23 (alcalde y secretario), siguieron dos días después (otros cuatro ejecutados) y una ejecución más el día 30. Agosto fue aún más cruento: seis víctimas el día 3, otra el 5, una el 9, tres el 10, una el 12, una el 15, seis el 18, hasta que llegó la saca más importante, la del día 26 de agosto en la que 16 personas fueron ejecutados por sus propios convecinos.

La celebración en memoria de los ejecutados en Buñuel no se cerró sin anécdota. Algún vecino, al ver al grupo en favor de la memoria histórica junto a la puerta del Ayuntamiento, decidió avisar a la Policía. Al poco tiempo, llegó una patrulla desde el cuartel cercano de Cortes. Los guardias encontraron la silueta de dos cadáveres y una acusación directa hacia sus verdugos, que según ha quedado constatado por testigos e historiadores, vestían el uniforme del mismo cuerpo que acudió a controlar la situación.
A pesar de que el crimen ya está resuelto, los agentes de la Guardia Civil decidieron iniciar una investigación. Se emplearon a conciencia, y decidieron identificar no sólo a quienes participaban en el acto en recuerdo de las víctimas, sino también a la prensa que acudió a la cita.
Los actos en recuerdo a las víctimas de Buñuel siguen siendo polémicos, ya que el Ayuntamiento sigue exaltando a los verdugos y les ha erigido monolitos recientemente. Por el otro lado, quienes defienden la memoria se manifiestan en agosto, marchando por las calles del pueblo e indicando los lugares en los que murió cada una de las víctimas del terror falangista que se desató en Buñuel. 
Aritz Intxusta, en GARA

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