“Soy recuerdos”. Así lo resumiste, abuela, en vísperas de que se nos fuese el abuelo. Y como siempre, no podías tener más razón. Es lo que sentimos en estos momentos en los que las lágrimas nos humedecen los ojos y los recuerdos se nos agolpan en el corazón.
Abuelo, nos viene a la mente todo lo que hemos vivido contigo. Sí, en primera persona del plural. Porque dejas mucha gente que te va a tener siempre: la abuela, tus hijas, tus yernos, tus nietos y nietas, sobrinos, primos y toda tu familia. Dejas también un hueco en los bancos de la calle El Olmo, junto a Julio, Blanca, Juanita y Concha, como antes dejaste otro en el Atrio de San Pedro y en los Pinos. Atrás nos quedamos familiares y amigos, compañeros todos de este viaje que es la vida y que tú has andado lo mejor que has sabido.
Abandonas muchas cosas, pero te llevas nuestro más sentido adiós. Un susurro lleno de recuerdos, tan cariñosos como un padre, suegro, abuelo, tío, primo, amigo y vecino tan cercano puede dejar. Quisiéramos revivirlos una y mil veces más. ¿Cómo era aquel companaje que te preparaba la abuela para ir a la Celada, la Cortina, la Laguna y la Recueja con Lucero, tu yegua que relinchaba cuando te asomabas por la calle El Olmo?
Todavía te vemos en Barranquiel, cogiendo olivas como tú sabías hacer: el cesto sobre el pecho y una a una. Preferías seguir con la misma sencillez y constancia con la que comenzaste a hacerlo con tu padre Sabino. Eso sí, siempre vigilante de que no se nos escapase ninguna y de que moviésemos correctamente las redes. Cada una cuenta. Y tenías razón, hasta el final, cada día cuenta.
Andueza -como te llamaban todos-, te vas con tu túnica de la Romería de Ujué, después de tantos años yendo a cantar la aurora a la Virgen. ¡Qué orgulloso estabas! Seguro que te llevas también tu boina. Y otros muchos momentos vividos: las partidas al ilustrau en el Jubilau, los encierros y las corridas de toros, la mili en Irún, la iglesia de San Pedro, las vacaciones en Donosti, las comidas los domingos y las cenas de Navidad… Celebraste este mismo 14 de agosto cantando y sonriendo. Qué vida tan bien vivida.
Volveremos a llevar samantas de sarmientos a la Navilla. Esas costillas saben a un tiempo del que solo nos queda tu sosiego. Te gustaba una bien hechica, acompañada de un trago de vino. ¡Cómo olvidarlo! Parece ayer mismo cuando íbamos a vendimiar al Camino Falces.
Alzamos la vista para que no se nos sobren las lágrimas de los ojos, mientras te damos un último beso de despedida. No te preocupes, tus hijas se quedan en buenas manos. Decías esta misma semana en el hospital: “¡qué bien he vivido con la Mariaje!”. Tan lúcido hasta el final. Cuidaremos de ella entre todos.
Has vivido 94 años. Se dice pronto, pero sabemos que no debe ser fácil llegar hasta aquí. Como repetías cada día, “hasta mañana si Dios quiere”. Has vivido de la forma que mejor has sabido: austero en lo cotidiano, generoso en lo personal.
Allí queda 1926, aquel “hijo solo”, la abuela Jesusa que tantos años vivió con vosotros y una vida labrada con tiento y mesura. Has convivido con tiempos tan distintos, adaptándote poco a poco y siendo tú mismo siempre. Buscaremos tu clara mirada azulada en todos aquellos momentos en los que no sepamos qué hacer, qué decisión tomar, recordando tu sentido de la honradez y del trabajo.
Eskerrik asko egun hauetan hurbildu zareten guztiei, dolumina adierazi diguzuenei. Esker anitz, Jesus, gurekin igarotako urte hauengatik guztiengatik.
Somos memoria viva, abuelo. Nos toca seguir adelante en este camino, contigo siempre en el corazón.
Familia Andueza Ruiz (en La Voz de la Merindad)
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