El cruce de cuchillos que se está produciendo estas últimas horas entre el Palacio de la Zarzuela y la Moncloa es, sin ninguna duda, la crisis más grave entre la jefatura del Estado y el Gobierno español de cuantas hayamos podido conocer desde la aprobación de la Constitución. El Rey y el Gobierno están ventilando en público sus crecientes desencuentros, algo insólito en un estado en que todo se juega entre bambalinas. Dos son los detonantes de la grave crisis institucional: los presupuestos y la Justicia. Y ambos miran por uno u otro motivo a Catalunya y al independentismo que, perdidos sus partidos en su propio laberinto, encuentra paradójicamente su fuerza en la protesta masiva de catalanes cada vez que el monarca pisa tierra catalana haciendo ostentoso que la monarquía española no es bienvenida. La fuerza de la gente por encima de los partidos y un súbito miedo escénico por parte del Gobierno español.
En el caso de las cuentas del Estado, es porque a Pedro Sánchez no le salen los números si en la ecuación de los presupuestos no entra Esquerra Republicana; de ahí que no quiera añadir leña al fuego tal como están las cosas entre la Corona y Catalunya permitiendo como en años anteriores que Felipe VI asistiera al acto de entrega de despacho de jueces este viernes en Barcelona. En lo que respecta a la Justicia la irritación del presidente viene de que el Consejo General del Poder Judicial, el Supremo o la Audiencia Nacional y sus respectivas fiscalías se están convirtiendo, en su opinión, en un frente judicial contra el ejecutivo. Y por en medio, la renovación del CGPJ que tiene bloqueada el PP.
Este cóctel del Gobierno vetando el viaje de Rey subió varios decibelios al trasladarle Felipe VI al presidente del CGPJ, Carlos Lesmes, que le hubiera gustado estar en Barcelona. Y hacerlo público sin ningún tipo de rubor. Felipe VI, saltándose las atribuciones del rey en una monarquía parlamentaria en que es el gobierno el que determina los actos a los que debe acudir. Como en el caso catalán de octubre de 2017, el Rey tomando partido, haciendo política. En aquel caso en contra de los independentistas y el Govern, en este en contra del Gobierno español conformado por PSOE y Podemos.
La insólita respuesta de un ministro, Alberto Garzón, reprochándole que maniobre "contra un gobierno democráticamente elegido", acusándole de "incumplir la neutralidad que le impone la Constitución" y recordándole que "es aplaudido por la extrema derecha" se concluye afirmando que así la monarquía es sencillamente insostenible. Más prudente, pero en la misma línea, el vicepresidente Pablo Iglesias le ha pedido respeto institucional, osea "la neutralidad política de la jefatura del Estado". Todo eso el mismo día que La Razón había publicado que Sánchez ha cambiado alguna de sus regulares audiencias con el Rey por una conversación telefónica o por unos sms.
Garzón no se ha salido del guión, Iglesias tampoco. Sánchez sabe lo que se está jugando y, seguramente, lo ha aprobado. Sabe que sin presupuestos cae su Gobierno y que, sin una renovación, la cúpula judicial va a seguir muy controlada por la derecha. La pandemia, por un día, ha dado paso a una crisis institucional sin precedentes. Y la comunidad de Madrid haciendo de las suyas desoyendo la necesidad de cerrar Madrid como le exige el Gobierno español. Solo un tipo como Sánchez, dispuesto a pensar siempre primero en él, es capaz de tener tantos frentes abiertos.
José Antich, en El Nacional
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