No sé ni muy bien ni muy mal si el Comité de Listas de UPN y el propio UPN acertaron eligiendo al campechano Esparza como presidenciable, pero de lo que no me cabe duda es de que dieron en el clavo escogiendo a Adolfo Araiz como cabeza de lista de Bildu. Porque no me negarán que casi más parece una decisión de UPN -o PPN o PSN- que de quienes integran Bildu, gente muy similar en algunas cosas pero muy diferente en otras, como su actitud ante la barbarie etarra en los 80, 90 y primeros años del milenio. Y si el mensaje que Bildu quería transmitir a los navarros es de diversidad, ruptura con el pasado, asunción de errores y omisiones y la esperanza puesta en el futuro, poner de primer espada a un Herri Batasuna de los 90 es, sinceramente, todo lo contrario. Claro, que si el mensaje es somos los mismos e igual que antes y pese a ello creemos merecer de sobra ser de confianza entonces no hay nada que objetar, ellos sabrán. Pero esta última no parece la idea más brillante a la hora de que otras formaciones -y sus votantes- se sientan cómodos o cuando menos no muy incómodos para formar un posible gobierno con ellos. Si, por contra, la apuesta era mostrar una cara más poliédrica, abierta, firme ante las líneas rojas superadas en el pasado y empática cuando menos con el dolor ajeno -que se esparció a mansalva-, situar ahí a Araiz es darle oxígeno -muchísimo- al contrincante. UPN no ha tardado en decir que Araiz “justificó el asesinato de 137 ciudadanos”, los asesinados por ETA entre 1991 y 1997, cuando formaba parte de la Mesa Nacional de Herri Batasuna. Y mienta, exagere, manipule o utilice UPN, lo único cierto es que esto y mil cosas más que pasarán -y otras que pueden dejar de pasar- vienen como consecuencia de situar en lo más alto a alguien que hubiese estado menos mal en segunda línea o mejor en casa, aunque esta es ya una opinión personal y estomacal.
Jorge Nagore, en Diario de Noticias
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