lunes, 1 de octubre de 2012

LO QUE ESTÁ EN JUEGO


A un año escaso de la declaración del cese definitivo de la violencia por parte de ETA, el principal reto de la sociedad vasca es acertar en el modo en que realizamos la transición de tantos años de violencia a una sociedad sin violencia y a una convivencia conciliada. Es ésta la gran transformación histórica que está viviendo nuestro país: por primera vez en nuestras vidas todas y todos los vascos vamos a vivir en una sociedad sin violencia política. Y por tanto, más allá de otros retos que también son importantes, lo que está en juego en este momento es cómo hacemos esta transición.
Un cambio de este calado necesita, antes que nada, una reflexión sincera para pensar por qué ha pasado lo que ha pasado, asumir responsabilidades y poner las bases para que nunca más vuelva a ocurrir. Reflexión que todavía no se ha realizado con la profundidad que requiere el cambio aunque se ha avanzado en la ponencia de paz y convivencia del Parlamento entre los que han querido. En algunos casos porque la evitan, en otros porque es relegada o ensordecida por el ruido electoral siempre presente en nuestro país.
Tal ha sido la dinámica electoral por la que nos hemos visto atrapados desde la renuncia de ETA, que no hemos tenido tiempo para tomar conciencia del calado de la noticia, de disfrutarlo y de celebrarlo de forma colectiva. No nos hemos concedido ni siquiera la posibilidad de compartir nuestras emociones ante la noticia que nos ha generado tantos sentimientos encontrados, pero sobre todo un enorme alivio. Alivio porque nadie más va a morir por pensar diferente; porque nadie va a desperdiciar su vida en la espiral de la violencia en la que han sido atrapados tantos y tantos jóvenes.
¿Cómo hacemos, por tanto, nuestra transición? Existen básicamente dos modelos: el que estableció la transición española basado en el olvido. Un modelo que sirvió para eludir responsabilidades de los que vulneraron derechos fundamentales o se callaron ante ellas; que pretendió avanzar sin mirar hacia atrás con el argumento de que lo importante era construir futuro, dando carta de naturaleza a la falsa idea de que la verdad y la memoria no dejan cerrar las heridas. Por otra parte, está el modelo que hoy impera a nivel internacional de verdad, justicia y reparación; el que apuesta por la memoria inclusiva, por la reflexión crítica del pasado, con el objetivo de depurar y asumir responsabilidades, aprender de lo vivido y garantizar la no repetición.
Es este segundo modelo el que hemos acordado en la Ponencia de Paz y Convivencia del Parlamento Vasco. Partir de una paz con memoria para construir convivencia. Y es esta línea la que tendrá que seguir la próxima legislatura. Estoy convencida de que el Parlamento tendrá un papel crucial y se convertirá en la sala de máquinas del proceso hacia la paz de nuestro país. Además del acuerdo ético ya alcanzado -ninguna causa política, ni razón de Estado se puede anteponer a la dignidad y la vida humana- los representantes políticos deberían abordar, al menos, las siguientes cuestiones desde la necesaria reflexión compartida:
1) Culminar las políticas de memoria, verdad, justicia y reparación y reconocimiento de las víctimas. El Parlamento ha avanzado mucho en esta cuestión: los últimos pasos han sido el impulso del Instituto de la Memoria y los Derechos Humanos y el inicio del reconocimiento de la condición de víctima a las víctimas policiales. Antes, ya se había aprobado la Ley de Reconocimiento de las víctimas del terrorismo. Queda pendiente el reconocimiento de las víctimas policiales a partir de la transición o la investigación independiente sobre la tortura, la vulneración de derechos sobre la que menos luz se ha arrojado hasta el momento y que como sociedad debemos abordar sin dilación.
2) Tratar de acordar la política penitenciaria entre todas las sensibilidades políticas como se hizo en Irlanda. Aunque sea una competencia del Gobierno central, la reincorporación de las y los presos a la sociedad debe contar con consensos sociales y políticos amplios que le den cobertura. Y de esta manera, además, se intentaría desbloquear la situación de las y los reclusos y el inmovilismo del Gobierno de Madrid. Acordar cuáles deben ser los pasos que se pueden dar desde ya, como el acercamiento, la excarcelación de los enfermos graves, la derogación de la doctrina Parot o la liberación de los presos estrictamente políticos, o alcanzar consensos sobre la hoja de ruta para la reinserción, será uno de los trabajos más difíciles, pero imprescindibles de la ponencia. La experiencia de las y los presos que ya han realizado una reflexión crítica en relación a la violencia puede ser un buen punto de partida para el acuerdo. 3) Acordar políticas preventivas que actúen tanto en el ámbito social, educativo, como político. Se trata de impulsar una nueva cultura política basada en el respeto entre diferentes, el diálogo y los derechos humanos. Sobre todo, en aquellos sectores políticos que han vivido la diferencia política desde la lógica del enemigo. Para desterrar definitivamente la épica de la violencia y el paradigma del "conmigo o contra mí" que ha hecho que el clima social haya sido irrespirable para demasiada gente, durante demasiados años.
Una verdadera transición requiere que quienes han apoyado la estrategia político-militar reconozcan que ha sido un desastre, tanto desde la perspectiva política, pero sobre todo humana; que los que han mantenido actitudes de presión y coacción a nivel local durante 35 largos años de democracia reconozcan que han actuado mal y se comprometan a cambiar de actitud.
Y no traten de tapar su error, maquillándolo con supuestos éxitos electorales, ni de eludir su propia responsabilidad dirigiendo el foco de atención a otras cuestiones. Sería paradójico que después de criticar tantas veces la transición española, trataran ahora de emularla, por evitar mirarse ante su propio espejo.
Una verdadera transición, requiere, a su vez, una sociedad exigente con la memoria y la asunción de responsabilidades. No sería bueno que quienes hasta hoy han justificado la violencia lideraran la sociedad vasca sin haber hecho autocrítica, sin asumir sus responsabilidades, sin siquiera decir que "matar ha estado mal". Se puede jugar al escondite, pero lo cierto es que sin una autocrítica sincera no será posible una sociedad conciliada.
Aintzane Ezenarro, en Noticias de Gipuzkoa

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