A un año escaso de la declaración del
cese definitivo de la violencia por parte de ETA, el principal reto de
la sociedad vasca es acertar en el modo en que realizamos la transición
de tantos años de violencia a una sociedad sin violencia y a una
convivencia conciliada. Es ésta la gran transformación histórica que
está viviendo nuestro país: por primera vez en nuestras vidas todas y
todos los vascos vamos a vivir en una sociedad sin violencia política. Y
por tanto, más allá de otros retos que también son importantes, lo que
está en juego en este momento es cómo hacemos esta transición.
Un cambio de este calado necesita, antes que nada, una
reflexión sincera para pensar por qué ha pasado lo que ha pasado, asumir
responsabilidades y poner las bases para que nunca más vuelva a
ocurrir. Reflexión que todavía no se ha realizado con la profundidad que
requiere el cambio aunque se ha avanzado en la ponencia de paz y
convivencia del Parlamento entre los que han querido. En algunos casos
porque la evitan, en otros porque es relegada o ensordecida por el ruido
electoral siempre presente en nuestro país.
Tal ha sido la dinámica electoral por la que nos hemos visto
atrapados desde la renuncia de ETA, que no hemos tenido tiempo para
tomar conciencia del calado de la noticia, de disfrutarlo y de
celebrarlo de forma colectiva. No nos hemos concedido ni siquiera la
posibilidad de compartir nuestras emociones ante la noticia que nos ha
generado tantos sentimientos encontrados, pero sobre todo un enorme
alivio. Alivio porque nadie más va a morir por pensar diferente; porque
nadie va a desperdiciar su vida en la espiral de la violencia en la que
han sido atrapados tantos y tantos jóvenes.
¿Cómo hacemos, por tanto, nuestra transición? Existen
básicamente dos modelos: el que estableció la transición española basado
en el olvido. Un modelo que sirvió para eludir responsabilidades de los
que vulneraron derechos fundamentales o se callaron ante ellas; que
pretendió avanzar sin mirar hacia atrás con el argumento de que lo
importante era construir futuro, dando carta de naturaleza a la falsa
idea de que la verdad y la memoria no dejan cerrar las heridas. Por otra
parte, está el modelo que hoy impera a nivel internacional de verdad,
justicia y reparación; el que apuesta por la memoria inclusiva, por la
reflexión crítica del pasado, con el objetivo de depurar y asumir
responsabilidades, aprender de lo vivido y garantizar la no repetición.
Es este segundo modelo el que hemos acordado en la Ponencia de
Paz y Convivencia del Parlamento Vasco. Partir de una paz con memoria
para construir convivencia. Y es esta línea la que tendrá que seguir la
próxima legislatura. Estoy convencida de que el Parlamento tendrá un
papel crucial y se convertirá en la sala de máquinas del proceso hacia
la paz de nuestro país. Además del acuerdo ético ya alcanzado -ninguna
causa política, ni razón de Estado se puede anteponer a la dignidad y la
vida humana- los representantes políticos deberían abordar, al menos,
las siguientes cuestiones desde la necesaria reflexión compartida:
1) Culminar las políticas de memoria, verdad, justicia y
reparación y reconocimiento de las víctimas. El Parlamento ha avanzado
mucho en esta cuestión: los últimos pasos han sido el impulso del
Instituto de la Memoria y los Derechos Humanos y el inicio del
reconocimiento de la condición de víctima a las víctimas policiales.
Antes, ya se había aprobado la Ley de Reconocimiento de las víctimas del
terrorismo. Queda pendiente el reconocimiento de las víctimas
policiales a partir de la transición o la investigación independiente
sobre la tortura, la vulneración de derechos sobre la que menos luz se
ha arrojado hasta el momento y que como sociedad debemos abordar sin
dilación.
2) Tratar de acordar la política penitenciaria entre todas las
sensibilidades políticas como se hizo en Irlanda. Aunque sea una
competencia del Gobierno central, la reincorporación de las y los presos
a la sociedad debe contar con consensos sociales y políticos amplios
que le den cobertura. Y de esta manera, además, se intentaría
desbloquear la situación de las y los reclusos y el inmovilismo del
Gobierno de Madrid. Acordar cuáles deben ser los pasos que se pueden dar
desde ya, como el acercamiento, la excarcelación de los enfermos
graves, la derogación de la doctrina Parot o la liberación de
los presos estrictamente políticos, o alcanzar consensos sobre la hoja
de ruta para la reinserción, será uno de los trabajos más difíciles,
pero imprescindibles de la ponencia. La experiencia de las y los presos
que ya han realizado una reflexión crítica en relación a la violencia
puede ser un buen punto de partida para el acuerdo. 3) Acordar políticas
preventivas que actúen tanto en el ámbito social, educativo, como
político. Se trata de impulsar una nueva cultura política basada en el
respeto entre diferentes, el diálogo y los derechos humanos. Sobre todo,
en aquellos sectores políticos que han vivido la diferencia política
desde la lógica del enemigo. Para desterrar definitivamente la épica de
la violencia y el paradigma del "conmigo o contra mí" que ha hecho que
el clima social haya sido irrespirable para demasiada gente, durante
demasiados años.
Una verdadera transición requiere que quienes han apoyado la
estrategia político-militar reconozcan que ha sido un desastre, tanto
desde la perspectiva política, pero sobre todo humana; que los que han
mantenido actitudes de presión y coacción a nivel local durante 35
largos años de democracia reconozcan que han actuado mal y se
comprometan a cambiar de actitud.
Y no traten de tapar su error, maquillándolo con supuestos
éxitos electorales, ni de eludir su propia responsabilidad dirigiendo el
foco de atención a otras cuestiones. Sería paradójico que después de
criticar tantas veces la transición española, trataran ahora de
emularla, por evitar mirarse ante su propio espejo.
Una verdadera transición, requiere, a su vez, una sociedad
exigente con la memoria y la asunción de responsabilidades. No sería
bueno que quienes hasta hoy han justificado la violencia lideraran la
sociedad vasca sin haber hecho autocrítica, sin asumir sus
responsabilidades, sin siquiera decir que "matar ha estado mal". Se
puede jugar al escondite, pero lo cierto es que sin una autocrítica
sincera no será posible una sociedad conciliada.
Aintzane Ezenarro, en Noticias de Gipuzkoa
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