jueves, 24 de mayo de 2012

LA SALIDA DEL EURO DE GRECIA PODRÍA CONVERTIRSE EN LA ENVIDIA DE LA EUROZONA

"La suspensión de pagos será desastrosa para Grecia y el consiguiente contagio sería perjudicial para Europa". O así reza la sabiduría convencional. El debate ha girado exclusivamente en torno a la fuerza del contagio y la respuesta adecuada de los países vulnerables y del país que escribe los cheques. Quizá el debate esté desacertado porque falla la premisa. Expulsada de la Eurozona, Grecia podría ser más peligrosa para el sistema que cuando estuvo dentro al ofrecer un modelo de recuperación que tiene éxito. Hay un escenario que se ha pasado por alto en el que la suspensión de pagos no es un desastre para Grecia. Si éste es el caso, la amenaza real, más existencial para la Eurozona podría ser muy diferente, donde los griegos serían los últimos en reírse. Se debe considerar este escenario.
Las consecuencias inmediatas de la salida o expulsión de Grecia de la Eurozona sin duda serían devastadoras. La fuga de capitales se intensificaría, lo que alimentaría la depreciación y la inflación. Todos los contratos en vigor tendrían que expresarse en una nueva moneda y renegociarse, lo que crearía un caos financiero. Aunque políticamente devastadora, la austeridad fiscal quizá deba intensificarse puesto que Grecia todavía tiene déficit primario que tendría que corregir si faltaran los fondos de la Unión Europea y el Fondo Monetario Internacional.
Pero este proceso generaría también un tipo de cambio considerablemente depreciado (¿a alguien le parece bien 50 dracmas por cada euro?). Y esto pondría en marcha un proceso de ajuste que pronto daría una nueva orientación a la economía y le colocaría en la senda del crecimiento sostenible. De hecho el crecimiento griego seguramente aumentaría vertiginosamente, posiblemente durante un periodo prolongado, si se adoptaran políticas sensatas con el fin de restaurar rápidamente y sostener la estabilidad macroeconómica.
¿En qué nos basamos para afirmar esto? Durante las crisis financieras de los años 90 hubo países que declararon suspensión de pagos y devaluaron su moneda. Inicialmente todos padecieron recesiones severas. Pero sólo duraron uno o dos años y luego hubo recuperación. Corea del Sur registró nueve años de crecimiento con una media de 6%. Indonesia, que padeció una ola de suspensiones de pago que tumbó casi todos los bancos del sistema, registró un crecimiento por encima de 5% durante un periodo similar; Argentina cerca de 8% y Rusia por encima de 7%. El historial demuestra claramente que hay vida después de las crisis financieras. Esto sería verdad también en Grecia, aun teniendo en cuenta las particularidades de la situación allí. Se dice a menudo que la baja relación entre las exportaciones y el PIB de Grecia excluye la posibilidad de un alto crecimiento encabezado por las exportaciones. Pero dicho argumento no está blindado porque las crisis pueden conducir a nuevas y dramáticas orientaciones de la economía. Por ejemplo, India consiguió doblar la relación igualmente baja entre las exportaciones y el PIB una década después de la crisis de 1991, doblándola de nuevo durante la siguiente década sin una gran depreciación de la moneda.
Además, Grecia experimentaría una mega-depreciación, igual que los países mencionados, no una depreciación modesta. Un cambio de este tipo crearía necesariamente nuevas oportunidades para las exportaciones y convertiría las actividades que son marginalmente no comerciables en comerciables. La naturaleza de estas exportaciones será, por definición, impredecible. Pero las fuertes iniciativas que un tipo de cambio muy competitivo creará son innegables.
Supongamos que a mediados de 2013 la economía de Grecia se recupere mientras el resto de la Eurozona sigue en recesión. Los efectos para España y Portugal, podridos por la austeridad, e incluso Italia serían poderosos. A los electores de esos países no se les escaparía la mejoría de su vecino griego, hasta ahora desdeñado. Empezarían a preguntar por qué sus gobiernos no siguen el camino emprendido por Grecia y pedirían salirse de la Eurozona. En otras palabras, la experiencia griega podría alterar de manera fundamental los incentivos para estos países de quedarse dentro de la Eurozona, sobre todo si las condiciones económicas siguiesen siendo sombrías. En esta fase, la política de Alemania se vería también afectada. Hoy Alemania hace a regañadientes lo mínimo imprescindible para mantener intacta la Eurozona. Si la salida del euro, para emular a Grecia, se convierte en una proposición atractiva, Alemania se verá en un aprieto y la magnanimidad que demuestre en lugar de su tacañería actual podría ser la última prueba de cuánto valora la Eurozona. La respuesta podría sorprender. Quizá el pueblo alemán se dé cuenta de repente de que la Eurozona dispensa a Alemania no uno, sino dos “privilegios excesivos”: tipos de interés bajos como refugio para el capital europeo y un tipo de cambio competitivo al estar enganchado a socios más débiles, en cuyo caso Alemania tendría que ofrecer a sus socios un trato mucho más atractivo para mantenerlos dentro de la Eurozona.
Un escenario de este tipo sería muy irónico. A Grecia se le ve como el paria que contamina la Eurozona; su expulsión podría convertirlo en una amenaza mucho mayor para la supervivencia de la moneda única. Si la salida de la Eurozona crea las condiciones para una recuperación en Grecia, podría resultar ser un modelo contagioso. La tragedia griega en curso podría todavía no salirles tan mal a los griegos. Pero bien podría ser una tragedia para la Eurozona y quizá para el proyecto europeo.
Financial Times. Traducido del inglés para Rebelión por Christine Lewis Carroll

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