En menos de dos meses desde su vuelta al poder, la derecha española ya nos ha dejado claro la España que no quiere y, con ello –y sin declararlo abiertamente – hacia dónde quiere encarrilarnos a todos. Cualquiera con más de cuarenta años que haya visto las imágenes del pasado 10 de febrero en Madrid, en las que la policía apaleó con saña a un grupo de personas del movimiento 15M, por protestar por la reforma laboral aprobada ese mismo día por el Gobierno de Rajoy, habrá tenido que frotarse los ojos y mirar el calendario, para no pensar que estábamos de nuevo en los años en los que Fraga se ufanaba de la política de mano dura que aplicaba desde el ministerio de la Gobernación. Política que resumió en aquella frase de “la calle es mía” y que ya ha quedado para la historia de las boutades propias de aquellos a los que el autoritarismo les desborda por todas partes. Mano dura e incumplimiento de su propia legalidad que vuelven de nuevo a la acción policial como se demuestra en el hecho de que ninguno de los agentes que reprimió a los concentrados del 15M llevara su número de identificación, tal y como es preceptivo.
Desde luego, la nueva delegada del Gobierno en Madrid, Cristina Cifuentes, es una aventajada alumna política de “don Manuel”, al que tanta pleitesía y agasajos han tributado en estas semanas sus herederos políticos tras su muerte. Tantos, que tal parece -para sonrojo de los que sufrimos los palos de su policía y sus exabruptos políticos- que tenemos democracia gracias a Fraga, al que esta derecha gobernante quiere convertir ahora en el padre de la moderna democracia española, al que debemos agradecer que domesticara a la derecha fascista, golpista y ultramontana, y del que debemos olvidar -como si fuera un anécdota de juventud- que fue un franquista convencido y destacado. Condición de la que él nunca en vida adjuró.
Este ensalzamiento de la figura de “don Manuel” con la asignación de su nombre a calles y plazas públicas, con la reedición de sus escritos y con la búsqueda en su biografía de los ángulos políticos más presentables con los que edulcorar una figura franquista, autoritaria y muy conservadora, no es más que un aspecto de una estrategia más amplia que busca, recordando las palabras de Rajoy en campaña: “hacer las cosas como Dios manda”.
Y en esas estamos, en la revancha de la derecha, con los mismos tintes curiles de moralidad estrecha de siempre. De nuevo bajo el mandato divino que nos devuelve al siglo pasado, por medio de una serie de medidas adoptadas en tropel -sin pérdida de tiempo- para demostrar que ahora gobiernan ellos y que no van a aceptar ningún atisbo de todo aquello que entienden que desborda, con mucho, lo que manda Dios. Y así, y en solo mes y medio, se han cepillado gran parte de las medidas que han hecho de España un modelo para el mundo de progresía y libertades públicas.
La simple enumeración de la retahíla de medidas aprobadas por el gobierno Rajoy a toda prisa, da por sí misma una idea precisa de la marcha atrás a la que vamos y el calado de esa revancha de la derecha, de la que el Gobierno es mera correa de transmisión. En Enseñanza tenemos la supresión de la asignatura de Educación para la Ciudadanía (para contentar a la iglesia católica), modificación de los estudios de bachillerato (para dar oxígeno a la escuela concertada en época de crisis) y, de momento, modificación -a última hora- de los temarios de las oposiciones a profesores de instituto, para dar en las orejas a las comunidades díscolas que se han atrevido a convocar oposiciones desoyendo al autoritario nuevo ministro José Ignacio Wert (uno de las más aplicados en hacer lo que Dios manda). En Sanidad, modificación de la Ley de interrupción del embarazo que nos devuelve al año 1985, como si en la sociedad española no hubieran transcurrido los últimos 27 años o la declarada pretensión de la ministra Mato (que hace lo que le mandan) para acabar con la dispensación libre de la píldora del día después (de nuevo para contentar a la iglesia católica). En Medio Ambiente, modificación –práctica supresión- de la actual Ley de Costas, para santificar el privilegio de los que disfrutan del espacio público de todos o estimular a los desaprensivos del dinero fácil; además de sacar de nuevo del cajón el plan hidrológico que Aznar se quedó con ganas de poner en marcha. En Industria, el ministro Soria (otro de los que hace lo que le mandan) va a anular los planes de cierre de las centrales nucleares para gozo de las eléctricas que ya se frotan las manos con la prolongación del negocio, a la par que suprime las ayudas a las renovables: sin duda, con el objetivo de acercarnos al futuro. En Asuntos Exteriores, pleitesía total al amigo americano, con el anuncio, sin que nadie se lo haya pedido, de que España estará a la orden y no abandonará ni Iraq ni Afganistán hasta que el jefe americano se lo diga. En paralelo, se premia a Federico Trillo con la embajada de Londres (único embajador que no tiene la carrera diplomática) por los servicios prestados en la estrategia judicial de bloqueo de las renovaciones del Consejo General del Poder Judicial y Tribunal Supremo, y por haber contribuido a ralentizar y devaluar mediáticamente el impacto del caso Gürtel. Todo ello después de ser exonerado –por nuestra bendita justicia- de toda responsabilidad en el caso Yak 42. En Justicia, el insigne Gallardón anuncia la reforma del sistema de elección de los miembros del CGPJ con la idea de volver al que rigió allá por los ochenta.
Y ya por último, y como corolario de un revanchismo que nos devuelve al pasado, está toda esa cadena de ajustes que nos dejan tiritando el bolsillo y con miedo al futuro, que se han venido a completar con una reforma laboral hecha a la medida de los empresarios –que en la práctica parecen sus redactores- y que deja los derechos de los trabajadores más inanes que en la época de Franco, además de suponer un ataque frontal al papel de los sindicatos de cara al futuro inmediato.
Y esto no ha hecho más que empezar, porque Dios manda y mandará muchas cosas más que los agnósticos y ateos tendremos que afrontar, como siempre, volviendo a salir a la calle a reclamar, a exigir, a levantar la voz -una vez más- contra los poderosos de siempre instalados en el poder.
Vicente Mateos - Consejo Editorial “La Antorcha de la Información”
Desde luego, la nueva delegada del Gobierno en Madrid, Cristina Cifuentes, es una aventajada alumna política de “don Manuel”, al que tanta pleitesía y agasajos han tributado en estas semanas sus herederos políticos tras su muerte. Tantos, que tal parece -para sonrojo de los que sufrimos los palos de su policía y sus exabruptos políticos- que tenemos democracia gracias a Fraga, al que esta derecha gobernante quiere convertir ahora en el padre de la moderna democracia española, al que debemos agradecer que domesticara a la derecha fascista, golpista y ultramontana, y del que debemos olvidar -como si fuera un anécdota de juventud- que fue un franquista convencido y destacado. Condición de la que él nunca en vida adjuró.
Este ensalzamiento de la figura de “don Manuel” con la asignación de su nombre a calles y plazas públicas, con la reedición de sus escritos y con la búsqueda en su biografía de los ángulos políticos más presentables con los que edulcorar una figura franquista, autoritaria y muy conservadora, no es más que un aspecto de una estrategia más amplia que busca, recordando las palabras de Rajoy en campaña: “hacer las cosas como Dios manda”.
Y en esas estamos, en la revancha de la derecha, con los mismos tintes curiles de moralidad estrecha de siempre. De nuevo bajo el mandato divino que nos devuelve al siglo pasado, por medio de una serie de medidas adoptadas en tropel -sin pérdida de tiempo- para demostrar que ahora gobiernan ellos y que no van a aceptar ningún atisbo de todo aquello que entienden que desborda, con mucho, lo que manda Dios. Y así, y en solo mes y medio, se han cepillado gran parte de las medidas que han hecho de España un modelo para el mundo de progresía y libertades públicas.
La simple enumeración de la retahíla de medidas aprobadas por el gobierno Rajoy a toda prisa, da por sí misma una idea precisa de la marcha atrás a la que vamos y el calado de esa revancha de la derecha, de la que el Gobierno es mera correa de transmisión. En Enseñanza tenemos la supresión de la asignatura de Educación para la Ciudadanía (para contentar a la iglesia católica), modificación de los estudios de bachillerato (para dar oxígeno a la escuela concertada en época de crisis) y, de momento, modificación -a última hora- de los temarios de las oposiciones a profesores de instituto, para dar en las orejas a las comunidades díscolas que se han atrevido a convocar oposiciones desoyendo al autoritario nuevo ministro José Ignacio Wert (uno de las más aplicados en hacer lo que Dios manda). En Sanidad, modificación de la Ley de interrupción del embarazo que nos devuelve al año 1985, como si en la sociedad española no hubieran transcurrido los últimos 27 años o la declarada pretensión de la ministra Mato (que hace lo que le mandan) para acabar con la dispensación libre de la píldora del día después (de nuevo para contentar a la iglesia católica). En Medio Ambiente, modificación –práctica supresión- de la actual Ley de Costas, para santificar el privilegio de los que disfrutan del espacio público de todos o estimular a los desaprensivos del dinero fácil; además de sacar de nuevo del cajón el plan hidrológico que Aznar se quedó con ganas de poner en marcha. En Industria, el ministro Soria (otro de los que hace lo que le mandan) va a anular los planes de cierre de las centrales nucleares para gozo de las eléctricas que ya se frotan las manos con la prolongación del negocio, a la par que suprime las ayudas a las renovables: sin duda, con el objetivo de acercarnos al futuro. En Asuntos Exteriores, pleitesía total al amigo americano, con el anuncio, sin que nadie se lo haya pedido, de que España estará a la orden y no abandonará ni Iraq ni Afganistán hasta que el jefe americano se lo diga. En paralelo, se premia a Federico Trillo con la embajada de Londres (único embajador que no tiene la carrera diplomática) por los servicios prestados en la estrategia judicial de bloqueo de las renovaciones del Consejo General del Poder Judicial y Tribunal Supremo, y por haber contribuido a ralentizar y devaluar mediáticamente el impacto del caso Gürtel. Todo ello después de ser exonerado –por nuestra bendita justicia- de toda responsabilidad en el caso Yak 42. En Justicia, el insigne Gallardón anuncia la reforma del sistema de elección de los miembros del CGPJ con la idea de volver al que rigió allá por los ochenta.
Y ya por último, y como corolario de un revanchismo que nos devuelve al pasado, está toda esa cadena de ajustes que nos dejan tiritando el bolsillo y con miedo al futuro, que se han venido a completar con una reforma laboral hecha a la medida de los empresarios –que en la práctica parecen sus redactores- y que deja los derechos de los trabajadores más inanes que en la época de Franco, además de suponer un ataque frontal al papel de los sindicatos de cara al futuro inmediato.
Y esto no ha hecho más que empezar, porque Dios manda y mandará muchas cosas más que los agnósticos y ateos tendremos que afrontar, como siempre, volviendo a salir a la calle a reclamar, a exigir, a levantar la voz -una vez más- contra los poderosos de siempre instalados en el poder.
Vicente Mateos - Consejo Editorial “La Antorcha de la Información”
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