lunes, 4 de octubre de 2010

EXCELENTE OBRA TEATRAL SOBRE CONVENCIONES SOCIALES EL PRÓXIMO VIERNES EN PERALTA

El argumento de esta obra que ya tiene cien años y que podría escribirse ahora, es ese guiñol en que se convierte a veces la vida política y social.

Un guiñol que parece convenir a cierta prensa que incluso pretende ser “periodismo de investigación” y unos programas televisivos en los que es “servir a los intereses del público” decir quien se acuesta con quien.

Aquí la mujer se muestra “deliciosa e inocente” según al personaje le gusta que creamos y los hombres (ese género) se ven sometidos a irrefrenables deseos eróticos y de poder convirtiéndose en marionetas que giran a su alrededor.

Todo ello dicho en un tono humorístico muy aconsejable para que podamos reírnos, y que quizás sea una de las pocas actividades que pueden mejorar nuestras relaciones.

Porque cambian las tecnologías pero las personas nos parecemos mucho a las de entonces.

Pedro Salaberri

Opinión Posterior

Un vodevil escrito en 1911, cuya acción describe las intimidades de un político francés, muy preocupado por su ascenso social y tremendamente irritado porque su mujer, a la que conoció en un cabaret como al final descubriremos, produce en casi todos los hombres que la ven, el mismo impacto “emocional” que le impresionó a él.

El marco donde suceden las cosas, una gran casa burguesa de París y el calor.

Este espectáculo que produce el Gayarre, es el que tuvimos la suerte de poder disfrutar en el hotel Palacio de Guendulain en su estreno.

Digamos que la escenografía estaba servida. El acceso a la “casa del diputado Ventroux” y el que un criado con librea nos acomodara en un magnífico salón en medio de una trama que se desarrollaba a dos escasos metros, nos convirtió por una hora y media divertidísima en habitantes de la casa y al parecer, invisibles.

En esa convención teatral que tanto y tan bien nos están ofreciendo últimamente, pudimos reírnos con las idas y venidas de un marido histérico y de su mujer, que muestra sus encantos y usa del poder que le dan, como sin ser consciente de que lo tiene.

Su marido el diputado, la quiere como suele decirse, ardiente en la intimidad y recatada en las relaciones sociales. Ella se limita a existir ¿Qué culpa tiene de estar tan estupenda y repetir sin malicia, lo que ha oído decir a su esposo en cualquier tiempo y lugar?, ¿qué problema hay en ser sincera?.

Vemos los intereses personales, que cada uno insiste en que son los de todo el mundo y los políticos que los personifican; los criados que están para llevarse unos cuantos gritos de su jefe sobreexcitado y el periodista que llega enarbolando la bandera de la influencia que le confiere el poderoso periodico para el que trabaja y que convertirá las mentiras, las verdades y los equívocos, en hermosos titulares que le harán brillar de manera especial.

Una escena de 1911 y unos personajes que actualmente suelen aparecer en la televisión.

En la función, el director los trata con suavidad; nos reímos con ellos, nos reconocemos en parte y comprendiendo sus debilidades, tendemos a aceptarlos.

Están presentes los intereses y la vanidad, la corrupción y los deseos, todo parece un poco ingenuo y nos reímos; nos conviene hacerlo pues sabemos que vamos a seguir viviendo en ese mundo.

Pedro Salaberri

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