Ahora que las bombas caen sobre Ucrania, es buen momento para volver la atención a Yemen, una guerra silenciada que, a diferencia del rechazo generalizado que ha recibido la agresión rusa, ha contado con el apoyo explícito del Gobierno español. Aunque mucha gente lo desconoce, el Gobierno de Mariano Rajoy apoyó la guerra desde el primer momento, aunque fuera con ambigüedad para dificultar la transparencia. Ese desconocimiento se aprecia bien en algunos diputados de la derecha. Miguel Ángel Gutiérrez, portavoz de Ciudadanos en la Comisión de Defensa, llegó a calificar una Proposición no de Ley del diputado de Unidas Podemos Roberto Uriarte como “una sarta de mentiras” porque recordaba que tanto Rajoy como Felipe VI apoyaron la intervención militar de la Coalición liderada por Arabia Saudí y Emiratos Árabes Unidos.
Para saber la verdad solo basta con atender a los hechos: nada más aprobarse que la Coalición militar iba a intervenir en Yemen en marzo de 2015, el antiguo ministro de Asuntos Exteriores, José Manuel García Margallo, respaldó la guerra al considerar esta decisión como “un paso muy significativo en apoyo de la legitimidad institucional del país”.
Previamente, Felipe VI y Rajoy llamaron al rey saudí el 28 de marzo de 2015 para mostrar el apoyo de España, pero decidieron ocultar esa información a la ciudadanía. Los medios de comunicación españoles tampoco informaron, a excepción del periodista Danilo Albín, que lo destapó unos años después. Asimismo, hay que destacar que según las fuentes contactadas por el periodista Miguel González, el Gobierno de Mariano Rajoy ofreció no solo colaboración diplomática, sino también “logística” con las famosas 400 bombas que Margarita Robles suspendió por unos días y que después Josep Borrell defendería en un ejercicio obsceno de realpolitik.
Por supuesto, los medios de comunicación árabes mostraban entusiasmo hacia la guerra de Yemen. Ahora, que quizá se abuse de comparar a Putin con Hitler, hay que recordar que el que era entonces un periodista muy ligado al régimen saudí, Jamal Khashoggi, defendió la guerra de Yemen porque ellos estaban en un “momento 1939”, siendo Irán la Alemania nazi. Como todos tristemente sabemos, Khashoggi sería asesinado brutalmente unos años después por Arabia Saudí (información confirmada por las Naciones Unidas y la CIA) por empezar a criticar las atrocidades del príncipe Mohamed bin Salmán (MBS).
De todas formas, la propaganda de los medios de las monarquías del Golfo ha ido bastante más lejos, llegando a justificar posibles crímenes de guerra para luchar contra el terrorismo. Quizá merezca la pena reflexionar por qué la Unión Europea unas veces veta a medios de comunicación y otras no, al margen de que puedan ser instrumentos de propaganda de guerra, como podría ser el caso de RT o Sputnik.
Da la sensación de que siempre se cumple una regla dolorosa. Cuanto más graves son nuestros crímenes, mayor es el apagón informativo. No existen páginas suficientes para describir las atrocidades que se han perpetrado en la guerra de Yemen. Recientemente, un informe para el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo habló de que 377.000 personas habían muerto en el país desde 2015. Sin embargo, la investigadora Helen Lackner desmiente esa cifra y afirma que está “subestimada”, conclusión similar a la de Eva Erill, de Solidarios Sin Fronteras.
Una buena parte de estas muertes (el 60 por ciento) se deben a causas indirectas como el hambre o las enfermedades. Es innegable que todas las partes en la guerra han conculcado los derechos humanos, pero también que la coalición saudí-emiratí es la principal responsable de esta tragedia.
Antes de la guerra, Yemen era un país extremadamente pobre que importaba el 90 por ciento de su comida. La coalición decidió que la mejor estrategia para ganar la guerra era realizar un bloqueo por tierra, mar y aire que utilizaba el hambre como método bélico, lo cual es un claro crimen de guerra según el Estatuto de Roma de la Corte Penal Internacional.
Tal como recordaba, en 2018, Martha Mundy, profesora emérita de la London School of Economics, “hay una fuerte evidencia de que la estrategia de la coalición ha buscado destruir la producción de comida y su distribución”. Mundy señalaba que un alto diplomático saudí, ante la amenaza de hambruna, dijo extraoficialmente: “Cuando los controlemos, los alimentaremos”. En definitiva, tácticas de hacer la guerra que dan la razón a la exministra sueca Margot Wallström, cuando utilizó el adjetivo “medieval” para referirse a la represión en Arabia Saudita.
Esta barbarie era perfectamente evitable. Uno de los hombres claves de Barack Obama en Oriente Próximo, Robert Malley, reconoció que el sufrimiento masivo en Yemen era “un resultado muy, muy probable” ya que el país más pobre estaba siendo bombardeado por el más rico. Además, las monarquías del Golfo Pérsico tienen acceso a las armas más avanzadas que suministra Occidente para que estos crímenes pudieran tener lugar.
De todas formas, los países occidentales hicieron todo lo posible para empeorar lo que ya era una tragedia anunciada. En ese sentido, vale la pena recordar que el Gobierno de Rajoy en ese momento era miembro no permanente del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, y presumía de participar en la redacción de varios textos entre el que destaca la Resolución 2216 (2015). Esta resolución terminaría siendo un desastre para Yemen, ya que básicamente exigía una rendición de los hutíes, algo que aparte de ser irreal, dificultaba sobremanera la paz, tal como no ha parado de recordar Helen Lackner.
Asimismo, la Resolución 2216 establecía un embargo de armas a los hutíes, pero no a nuestros aliados de la coalición. La diputada del Partido Popular María Aránzazu Miguélez no dejó ninguna duda el 16 de abril de 2015 al reconocer que el Consejo de la ONU apoyaba “estas tesis saudíes”. Estas tesis sirvieron no solo para que la coalición y los hutíes agravaran la crisis humana, sino además para que una y otra vez los distintos Gobiernos en España siguieran vendiendo armas, a pesar del manifiesto riesgo de no cumplir nuestra ley y los tratados internacionales.
La amenaza del terrorismo yihadista tampoco sirvió para que España revisara sus relaciones con Arabia Saudí, un país siempre bajo sospecha. De la misma forma, bastaba con tener unos conocimientos básicos de geopolítica para darse cuenta de que apoyar una guerra en Yemen era ir en contra de nuestra propia seguridad nacional. Especialmente después de que en el año 2009 se formara Al Qaeda en la península arábiga y de que Barack Obama aumentara las operaciones antiterroristas en Yemen en la tan cuestionada guerra contra el terrorismo.
La elección de Joe Biden insufló cierto optimismo para que se pusiera fin a esta guerra. Durante su campaña electoral prometió convertir a Arabia Saudí en un Estado paria. De todas formas, no supuso ninguna sorpresa que eso no ocurriera, tal como advertimos desde la Internacional Progresista, pero es también cierto que se pudo apreciar una estrategia de máxima presión. En primer lugar, negándose a llamar a MBS y, en segundo lugar, suspendiendo parcialmente la venta de armamento a Arabia Saudí y Emiratos Árabes Unidos.
En ese contexto desfavorable para el reino saudita, la que era entonces ministra de Asuntos Exteriores, Arancha González Laya, realizó un viaje diplomático por Catar, Emiratos y Arabia con el objetivo de “atraer nuevas inversiones” según la versión del Ministerio de Exteriores. Uno de los méritos de Laya sería firmar un acuerdo en materia de seguridad y de lucha contra la delincuencia con Emiratos, país en el punto de mira de las ONG por conculcar los derechos humanos. La ministra se reunió con el ministro del Interior de Emiratos, Saif bin Zayed al Nahyan, y realizó una entrevista muy desafortunada al medio Al-Arabiya en la que mostró un fuerte respaldo a la política de Arabia Saudí y Emiratos en Yemen, llegando a decir: “No podemos dejar que los terroristas nos ganen la batalla, con independencia del tipo de terrorismo”.
El apagón informativo también pudo verse un año después cuando el presidente Pedro Sánchez decidió viajar personalmente a Emiratos para evitar que Felipe VI se sintiera incómodo al estar Juan Carlos allí. La falta de crítica de los medios es reveladora en un momento en el que la coalición saudí-emiratí está aumentando considerablemente los ataques. Desde el 1 de enero al 26 de enero se habían contabilizado 1.403 ataques aéreos de la coalición, mientras que han tenido lugar auténticas atrocidades como el ataque indiscriminado a una cárcel donde murieron 87 personas.
Esto último debería convencer al Gobierno para que deje de vender armamento a países que siguen participando en la destrucción de Yemen. El Gobierno debe dar ejemplo y hacer caso a las peticiones de Naciones Unidas y del Parlamento Europeo para que se deje de suministrar armamento a estos países. Es, al fin y al cabo, lo que las organizaciones en defensa de los derechos humanos llevan siete años diciéndonos.
Isaías Ferrero, activista de Derechos Humanos (en CTXT)
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