Andrés Lanz Andueza, de Lakuntza, fue detenido en Guatemala en 1982. Sus familiares no tuvieron más noticias. Suponen que fue torturado y, junto a quienes le ocultaban, arrojado al Pacifico desde un avión militar, en uno de los tenebrosos vuelos de la muerte.
Situada en la orilla derecha del Arakil, y encajonada entre la sierra de Aralar y el gigante Beriain coronado por su ermita de San Donato, la población de Lakuntza no llegaba siquiera a los mil habitantes cuando Andrés llegó al mundo en este paraje de la Sakana, un 30 de octubre de 1933.
Uno de los cinco hermanos de la familia Lanz Andueza, el más pequeño. Entre el mayor y Andrés, 14 años de diferencia. Justa era la madre. Su padre Telesforo fue movilizado para la guerra y sobrevivió para regocijo de la familia, al contrario que miles de navarros que fallecieron en la contienda. Trabajaría entre la Cerrajera San Antonio y en casa criando cerdos, compaginando como tantos en aquellos tiempos de transformación las faenas del campo con la industrialización del valle. A pesar de la represión, la familia conservó el euskara.
En una localidad de muy escasa tradición religiosa, Andrés fue la excepción. Tomó el camino del seminario y se ordenó en la Congregación de Misioneros del Sagrado Corazón (Corazonistas). En 1960 ofreció la primera misa y, con 29 años, la congregación le envió a Guatemala, donde tenía una numerosa red.
Por esas fechas, y al calor de un contexto revolucionario, nació el primer grupo guerrillero armado guatemalteco, las FAR (Fuerzas Armadas Rebeldes). Andrés volvió por vez primera a Lakuntza en 1967. El primer permiso que recibió. La familia y el pueblo lo recibieron festivamente.
Volvió semanas más tarde a Guatemala, hasta un nuevo permiso en 1972. En esta segunda ocasión, el relato de Lanz fue bien distinto. Desde 1969 la situación en el país centroamericano era excepcional. Andrés, además, estaba destinado en el Quiché, la zona caliente de la insurrección en Guatemala. Y los guerrilleros habían matado al embajador de Estados Unidos cuando intentaba huir de un secuestro. La represión fue feroz.
En los años siguientes, las FAR casi desaparecieron, surgiendo otros dos grupos clandestinos, el EGP (Ejército Guerrillero del Pueblo) y la ORPA (Organización del Pueblo en Armas), escisión de las FAR y comandadas por Rodrigo Asturias, hijo del nobel de Literatura de 1967, Miguel Ángel Asturias.
En 1970, el coronel Carlos Manuel Arana, perteneciente a una organización neonazi, lideró el primero de una serie de gobiernos militares. Abrió la puerta a diversas organizaciones paramilitares que dieron paso a una época de terror indiscriminado en este país centroamericano.
Andrés Lanz, que había llegado con el objetivo de ‘catequizar’ a las comunidades del Quiché, que apenas tenían conocimiento del castellano, fue testigo de decenas de tropelías cometidas por el Ejército guatemalteco y por los grupos anticomunistas alentados por Washington. Fue forjando una personalidad solidaria, cercana a las comunidades de base, en las pedanías de Chicamán, Sacapulas, Santa Cruz y Chichicastenango.
Su formación se fue completando con diversos cursos amparados por la UNESCO y la Fundación Konrad Adenauer, creada por la Unión Demócrata Cristiana alemana. Fue fundador y animador de Radio Quiché, que transmitió programas religiosos, sociales, educativos y culturales. Se alistó voluntario en el cuerpo de Bomberos. Desde 1976, su hermana Margarita le acompañó en la organización y micrófono de Radio Quiché.
Mientras, el país se desangraba entre pugnas internas de generales por ser más que los anteriores en la represión, por la venta del suelo minero a una empresa subsidiaria de Canadá y por un terremoto, en 1974, que convirtió a Guatemala en uno de los países más pobres del planeta. No hubo soluciones en el horizonte y el Gobierno militar declaró la guerra abierta a los pobres.
La situación general se fue convirtiendo en un cerco insalvable para Andrés y Margarita. Radio Quiché fue focalizada por los grupos paramilitares como objetivo. En abril de 1980, frente a la puerta de la emisora, apareció el cadáver de un muchacho desconocido, torturado. Andrés había recibido para entonces varias amenazas de muerte. Sus superiores ordenaron la salida de los Corazonistas de Guatemala, y los dos hermanos, Andrés y Margarita, retornaron a Lakuntza. Era mayo del mismo año.
En junio y julio de ese 1980, tres compañeros de Andrés, también corazonistas, fueron muertos por fuerzas militares guatemaltecas mientras ejercían su labor religiosa. Se trataba del asturiano Juan Alonso Fernández, el catalán José María Gran y Faustino Villanueva. Como Andrés, Faustino era navarro, de la localidad de Esa (Yesa), el tercero de nueve hermanos. Esos días Juan Gerardi, obispo del Quiché, salió ileso de un atentado contra su persona.
Fueron los años (1977-1982) en los que el Ejército guatemalteco aplicó la ‘política de tierra arrasada’, 600 masacres colectivas. En enero de 1980, la Policía asaltó la embajada española en la capital guatemalteca, lanzando granadas de fósforo e incendiándola con lanzallamas, provocando la muerte de decenas de campesinos que se había encerrado en el recinto denunciando sus condiciones de trabajo en el Quiché. Uno de los fallecidos fue Vicente, el padre de Rigoberta Menchú, premio Nobel de la Paz en 1992. Las organizaciones de derechos humanos calculan que entre 1960 y 1996 las fuerzas gubernamentales mataron a 200.000 personas, de las que 45.000 están desaparecidas.
A pesar de la prohibición, Andrés tenía otros planes. Más aún al recibir las noticias de las muertes de los corazonistas. Haciendo caso omiso a la orden de salida, volvió a Centroamérica. Esta vez sin propósitos evangelizadores, no al menos en términos estrictamente religiosos.
Se dirigió primero a Nicaragua, donde el año anterior había triunfado la Revolución Sandinista, enviado por su comunidad. Como en La Habana en 1959, la guerrilla había tumbado también en Managua al Gobierno represor. En Guatemala y El Salvador, los guerrilleros continuaban la senda del mítico Che Guevara.
Y así, en una fecha indeterminada, probablemente a mediados de 1981, Andrés Lanz, con documentación falsa a nombre de Juan García, ingresó clandestinamente en Guatemala. Se dirigió a la capital y comenzó una segunda vida, esta vez netamente política, en la organización guerrillera ORPA. Una de las organizaciones que en febrero de 1982 dio luz a la URNG (Unidad Nacional Revolucionaria Guatemalteca) que intentó el asalto al poder. Se ubicó concretamente en la colonia “El Alamo” de la Zona 10 de la capital y se dejó crecer la barba.
El 11 de setiembre de 1982, agentes de paisano embozados asaltaron una vivienda ubicada en la calle 23, diagonal 17, de la Zona 11 de la capital. Se llevaron detenidos a todos los presentes y, con un camión, vaciaron completamente la casa. Los secuestrados fueron Graciela Morales Herrera, de 52 años; sus hijos José Ramiro, Gabriela Iris y Astrid Samayoa, de 20, 18 y 16 años; y Andrés Lanz Andueza, de 49 años.
El marido de Graciela y padre de los tres jóvenes, Verny Aníbal Samayoa López, se encontraba entonces refugiado en Honduras. Dos días después, los medios se hacían eco de la detención de Graciela, trabajadora de la facultad de Economía de la Universidad San Carlos. La propia universidad, así como organizaciones de derechos humanos, denunciaron las detenciones.
Hasta que su organización no alertó de que Andrés Lanz estaba en aquella vivienda, nadie imaginó su detención, menos aún su desaparición. Y la denuncia llegó semanas más tarde, cuando los augurios sobre la situación de los detenidos eran extremadamente pesimistas. De hecho, la familia no tuvo noticia de su desaparición hasta bastante después, y por ello guardaron la esperanza de que apareciera en algún otro país.
Pero no fue así, Andrés había sido detenido con la familia Samayoa, torturado y hecho desaparecer, probablemente y como el resto de sus compañeros, arrojado al mar desde uno de los llamados aviones de la muerte. Los Corazonistas obviaron su desaparición, aludiendo a que habían ordenado a Andrés que no volviera a Guatemala, hecho que acrecentó el desconocimiento del caso.
La Comisión Interamericana de Derechos Humanos abrió el Caso 8.065 y se entrevistó, ya en 1983, con los ministros de Gobernación y de Defensa de Guatemala. Ambos sostuvieron que desconocían el asunto y que sólo sabían que Verny Aníbal Samayoa, marido de la madre desaparecida, era un «conocido subversivo».
Teresa Samayoa, otra de las hijas de Gabriela y Verny Aníbal, resultó detenida y desaparecida en setiembre de 1983. Sergio Vinicio, hijo también del matrimonio citado, fue atacado en la capital por un grupo paramilitar y herido de gravedad con cinco balazos, en enero de 1984. Cuando estaba en el hospital a punto de ser intervenido, lo secuestraron diez uniformados. Una semana después apareció su cadáver con 22 tiros más, entre ellos el de gracia.
Todas aquellas muertes, incluida la desaparición de Andrés Lanz, quedaron impunes. Sus allegados esperan que llegue, en este cuarenta aniversario, el reconocimiento institucional.
Iñaki Egaña, en GARA
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