martes, 14 de diciembre de 2021

CHILE O LA ESPIRAL DEL ETERNO RETORNO

 Hace 33 años el pueblo chileno votó en un plebiscito que puso fin a una de las dictaduras más sangrientas de Latinoamérica. A pesar de las consecuencias devastadoras que había tenido la imposición de un modelo económico neoliberal, de la persecución política, de las torturas y la represión, un 44% de los chilenos y las chilenas que acudieron a las urnas el 5 de octubre de 1988 votaron a favor de la continuidad del dictador Augusto Pinochet. El cambio lo decidió un 55%. 

Este domingo vuelven a enfrentarse estas dos caras de Chile. La ciudadanía decidirá si hace presidente del país a José Antonio Kast, un candidato de ultraderecha, hijo de un nazi, que niega los crímenes de la dictadura y reivindica la figura de Augusto Pinochet, o a Gabriel Boric, un joven de 35 años que encarna las reivindicaciones de cambio que han motivado el estallido social que vive Chile desde octubre de 2019. 

Los ojos del mundo volverán a mirar hacia ese país remoto donde nací para escudriñar los resultados de un proceso electoral que podría ser el más trascendente desde el que permitió el regreso de la democracia en 1988 porque, a pesar de los 33 años transcurridos, la disyuntiva sigue siendo muy parecida. Avanzar hacia un horizonte de democracia y justicia social o continuar con un modelo que ha normalizado la desigualdad pero con un presidente que además coquetea con el fascismo. 

Chile es actualmente uno de los países más ricos de la región pero también uno de los más desiguales, algo que ha hecho insostenible la vida de la mayor parte de la ciudadanía en la última década. El billete de metro se duplicaba mientras los sueldos se mantenían estancados. El precio de la vivienda crecía un 150% mientras el acceso a servicios esenciales como la salud, la educación y las pensiones, privatizadas durante la dictadura, se volvían prohibitivas. Subía el precio del agua, de la electricidad y de los medicamentos, pero al mismo tiempo la clase política y económica protagonizaba escándalos de corrupción millonarios. Si en Europa se debate la posibilidad de implantar la jornada de 35 horas, una de las promesas de Gabriel Boric es conseguir la de 40 porque cada vez son más las personas en Chile obligadas a trabajar los siete días de la semana. Es lo que sucede cuando las únicas reglas son las del libre mercado.

La historia de Chile es circular. Cada vez que las fuerzas transformadoras ganan fuerza, el inmovilismo y la regresión se imponen. Sería un buen ejemplo para demostrar la teoría del corsi e ricorsi del filósofo Giambattista Vico, según la cuál la historia no avanza de forma lineal, impulsada por el progreso, sino a través de ciclos que se repiten, una espiral en la que todo regresa, aunque no siempre de la misma manera. En 1973, el sueño revolucionario de Salvador Allende, que parecía destinado a convertirse en un modelo de construcción del socialismo para el mundo, acabó en un baño de sangre y en una dictadura. El plebiscito de 1988 se tradujo en el triunfo del NO, pero dejó como herencia un sistema económico neoliberal blindado que ha perpetuado y profundizado las desigualdades históricas que el mismo proceso prometía combatir y que el gobierno de Salvador Allende ya había intentado erradicar. 

Los gritos y las canciones que han alimentado las manifestaciones del estallido social de los últimos dos años son las mismas que se escuchaban en los años ochenta. Porque los estudiantes que nos movilizábamos por el triunfo del NO a Pinochet queríamos no sólo elegir a nuestros gobernantes y acabar con la represión, soñábamos con un país más justo. Entendíamos la democracia como un elemento transformador que daría lugar a un modelo económico y social más equitativo que acabaría con las enormes desigualdades existentes. 

Tres décadas después, estas reivindicaciones siguen en lista de espera. La juventud que ha protagonizado las protestas ha crecido en democracia, pero en una donde el 1% de la población acumula el 25% de la riqueza. Donde la movilidad social es escasa y los hijos de los pobres siguen siendo pobres, y los hijos de los ricos se hacen más ricos. 

En la primera vuelta de las elecciones, celebrada el 21 de noviembre, un 54% de electores se quedó en casa porque, tal y como ocurrió en 1988, el principal enemigo del cambio es el escepticismo y la resignación de una ciudadanía que siente que ya no tiene el control sobre su propia vida. El sociólogo Eugenio Tironi, uno de los que elaboró la campaña del NO, explica siempre que ésta fue concebida justamente para vencer la resignación y mantener viva la esperanza porque el principal peligro era que la gente se quedara en casa. 

Chile vota este domingo para revertir un sistema neoliberal injusto o mantenerlo, entre tener pensiones dignas, salarios equitativos, acceso a la salud y a la educación, o seguir perpetuando la desigualdad existente. El mismo país que intentó construir el socialismo con el voto y derrumbó la dictadura con el voto, tiene en sus manos la fuerza del voto para avanzar o retroceder. 

Gabriel Boric representa el anhelo histórico de cambio del pueblo chileno simbolizado en la estrella estampada en la bandera chilena y en la bandera mapuche que no es otra que el lucero de la aurora, el astro que anuncia la llegada del día, el amanecer de justicia social al que aspira el pueblo chileno desde hace un siglo y que nunca acaba de llegar. 

Beatriz Silva, en CTXT

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