domingo, 6 de diciembre de 2020

TRIBULACIONES Y DESVENTURAS DE UN CAMARERO OCASIONAL

 Conseguí mi primer empleo a los 16 años, justo el día de mi cumpleaños. Iba caminando con un amigo mayor que yo y me dijo que ya podía trabajar. Me entusiasmó la idea y el hecho de tener mi propio dinero, así que sin perder ni un segundo, me acerqué a una atracción para niños que casualmente estaba a nuestro lado y le pregunté a la encargada del tiovivo si podía trabajar allí. La mujer me preguntó por mis estudios, le contesté que estaba empezando 4º de ESO y me respondió que le parecía bien pero que antes quería hablar con mis padres. Al día siguiente, conté la historia en casa y accedieron a hablar con aquella mujer. Así de sencillo fue conseguir mi primer empleo.

Trabajaba casi todo el fin de semana: viernes por la tarde de 17:00 a 20:30, sábados por la mañana desde las 10:00 hasta las 14:00, el sábado por la tarde tenía el mismo horario del viernes y los domingos igual que los sábados. El horario estaba sujeto a cambios que se podían producir en cualquier momento. Por ejemplo, si comenzaba a llover de forma abundante tardábamos poco tiempo en cerrar porque dejaba de haber niños paseando en las calles para subirse al tiovivo. Eventualmente, también me llamaba para decirme que no era necesario que fuera a trabajar ese día porque acudiría en mi lugar otra persona. Mis labores allí eran fáciles. Consistían en ayudar a la dueña del carrusel a desmontar un sistema de rejas que guardaban el tiovivo. Cuando estábamos abiertos tenía que ayudar a sentar a los niños en las diferentes figuras, ir a cambiar monedas cuando era necesario, ayudar a repartir caramelos al terminar cada viaje y así hasta cerrar y volver a montar el mencionado sistema de rejas. La dueña siempre fue muy amable conmigo y en lo que se refiere al trato personal no tengo ninguna queja. La única razón que me motiva a contar esta parte de mi vida es que nunca firmé ningún contrato y tampoco me dieron de alta de la seguridad social. Mientras trabajaba, debido a mi juventud e ignorancia sobre esos asuntos, no le daba importancia a esto pero ahora sé que fueron muchas horas las que trabajé y de las que ya no queda ningún registro y, por tanto, no podré contar con ellas al final de mi vida laboral. Por suerte, no tuve ninguna lesión durante el trabajo.

Después de aquello pasé varios años muy centrado en mis estudios. Hasta que llegó la crisis de 2008. Entonces comenzaron meses duros y, en casa, costaba llegar a final de mes. Por esa razón, decidí volver a trabajar y contribuir a la economía familiar. Gracias a un amigo de un familiar conseguí trabajar en un restaurante.

Allí estuve aproximadamente dos años trabajando como camarero extra, que es como se denomina comúnmente a los camareros que trabajan solo los días de más trabajo, lo que puede ser cualquier día. Dentro de esa incertidumbre parecía haber algo de rutina y trabajaba principalmente los sábados, aunque no me lo confirmaba el dueño del restaurante hasta el viernes anterior por la noche. Solía entrar a trabajar a las 10:30 de la mañana para montar las mesas, es decir, limpiarlas, poner los manteles, platos y cubiertos. Luego solía ponerme a cortar barras de pan y preparar las cestas. Un poco más tarde, sobre las 12:30, cuando empezaban a llegar los primeros clientes, me ocupaba de preparar las bebidas que mis compañeros me pedían. También ayudaba a sacar platos de comida a las mesas y a recoger las mesas quedaban vacías. Esos momentos centrales del servicio eran muy estresantes, no parabas de correr con bebida en las manos hacia las mesas o con vasos y platos vacíos en dirección a la cocina. Aunque acababa bastante cansado, no me importaba porque de esa forma pasaba el tiempo más rápido. Cuando todo ese ajetreo terminaba comenzaba la parte más dura del día: limpiar y recoger. Había que barrer, recoger las mesas, tirar la basura, reponer toda la bebida de las neveras, etc. Recuerdo que quedé impactado por la gran cantidad de comida que se tiraba todos los días y también la enorme cantidad de basura que generaba el bar. Salvo las botellas retornables, no se reciclaba nada más.

Nunca salía a la misma hora, salía cuando llegaba el dueño del restaurante quien miraba la hora, contaba el número de horas que había trabajado y me pagaba en metálico, lo que solía ocurrir entre las 19:00 o las 20:00 aproximadamente. El trato con los compañeros, incluyendo al dueño, era bueno y nunca nadie dirigió hacía mí ninguna palabra inapropiada.

A pesar de que el día a día en el bar se desarrollaba de forma razonable, no firmé ningún contrato al comenzar, no firmé ningún finiquito al terminar y, obviamente, dadas las circunstancias no me dieron de alta en la seguridad social. Al año siguiente, comenzaría un máster universitario, por lo que si hubiera podido contar con la habitual prestación por desempleo hubiera tenido las cosas un poco más sencillas. Por otro lado, no me cabe duda de que me acordaré también de estos meses de trabajo al final de mi vida laboral.

Merece la pena destacar una conversación que tuvolugar en la barra del restaurante un día cualquiera a la hora del café. En la conversación estaban unos clientes y el hermano del dueño hablando sobre la situación de crisis económica que estábamos viviendo. En un momento dado, dije que no pensaba que la solución a aquella situación pasara ni por PP ni por PSOE. En mi defensa diré que era demasiado joven para saber que no era el lugar apropiado para expresar mi opinión política. Por otro lado, ojalá llegue el día en que no haya situación inapropiada para expresar, de forma respetuosa, una opinión política. En ese momento no consideré que la conversación tuviera mucha importancia, pero fue la última vez que trabajé en el restaurante. Nunca llegué tarde, nunca me ausenté de mi puesto de trabajo y no recuerdo hacer nada que estuviera claramente mal hecho o al menos nadie me lo notificó. Simplemente dejaron de llamarme los viernes por la noche. Después de eso, llamé al dueño en alguna ocasión para preguntarle si me necesitaba y su respuesta era que no había muchas reservas para el sábado. No hubo un despido porque no firmé ningún contrato. Es posible que el restaurante comenzará a sufrir los efectos de la crisis y que por esa razón dejaran de contar conmigo. Por otro lado, el restaurante continúa abierto. En cualquier caso, el dueño del restaurante nunca tuvo una conversación conmigo para explicarme porqué prescindía de mis servicios como camarero. Poco después, el día de las elecciones municipales, me encontré al dueño del restaurante ejerciendo el papel de apoderado del Partido Socialista en el colegio electoral. Al día siguiente, los resultados de aquellas elecciones hacen al dueño del restaurante alcalde del municipio.

Pasaron unos años hasta mi próxima experiencia laboral. En este caso, fue una amiga quien me propuso trabajar otra vez como camarero extra para un restaurante. En este nuevo local, el horario era bastante bueno, trabajaba desde las 20:30 hasta la 01:30. Me pagaban 7€ la hora. Tengo entendido que las horas por la noche se deben cobrar a un precio más alto pero sinceramente nunca he tenido esa suerte. Mis funciones en este restaurante eran muy similares a mi anterior trabajo, justo al entrar comenzabas a montar las mesas, barrer la terraza, etc. Cuando empezaban a venir los clientes todos los compañeros comenzábamos a pasar bandejas llenas de copas de cerveza y tinto de verano. Un rato más tarde, empezábamos a pasar platos de comida fría, como por ejemplo, platos de queso, tablas de embutidos, etc. A continuación, pasábamos a servir algunos platos calientes y, por último, los postres. Para terminar el trabajo, solo nos quedaba recoger todo el restaurante y sentarnos a la mesa a cenar sobre la 01:00 de la madrugada. Aunque parezca tarde, todos comíamos con mucha hambre. El ambiente era realmente bueno, había mucho compañerismo, porque éramos todos jóvenes entre 20 y 30 años, cenábamos juntos haciendo bromas, incluido el encargado, que era una persona muy simpática y educada. Estoy prácticamente seguro de que las condiciones laborales no dependían del encargado sino del dueño, un señor bastante más mayor que nosotros que, a veces, veíamos pasearse por allí. En esta ocasión, aunque no firmé ningún contrato sí me daban de alta en la seguridad social casi todos los días que trabajaba, digo casi porque de forma excepcional había días que no me daban de alta. Es curioso que para una vez en mi vida que me daban de alta en la seguridad social, casi hubiera preferido que no lo hicieran porque por cada día que me daban de alta perdía una o, a veces, dos mañanas en volver a inscribirme en el paro y en el programa de garantía juvenil, ya que por aquel entonces había terminado un grado universitario, un máster y tenía dos títulos de inglés y, como es lógico, esperaba encontrar un trabajo acorde a mi formación.

Sin duda, lo mejor de aquel trabajo era la cena. El cocinero era muy bueno además de simpático. Solíamos sentarnos a cenar en la cocina y charlábamos sobre cualquier cosa. Recuerdo que ya en esa época me llamaba la atención que todos teníamos uno o dos títulos universitarios, lo que es un poco triste y frustrante. Le tengo mucho respeto a la profesión de camarero, la he ejercido durante mucho tiempo y no creo que sea una etapa finalizada de mi vida, simplemente he estudiado para ejercer otra profesión que disfruto más. Pensando en mis compañeros sé que tenían una opinión parecida a la mía. Pienso que cuando alguien estudia un grado universitario en Traducción de Francés o en Ingeniería Informática no creo que lo haga pensando en trabajar en un restaurante para servir cafés y cerveza a turistas.

Así continué, varios meses, buscando trabajo de lo mío mientras trabajaba de camarero extra cuando me llamaban, lo que solía ocurrir dos o tres veces al mes. Para trabajar me solían avisar ese mismo día para entrar a las 20:30, normalmente confirmaba mi asistencia inmediatamente y cancelaba cualquier plan que tuviera planeado, ya que la lista de personas que querían y podían trabajar era larga.

Cansado de trabajar de forma eventual, decidí preparar un currículum pensado para trabajar en algún restaurante a jornada completa. Las peculiaridades de ese currículum pasaban por borrar mi máster universitario y explicar con todo detalle mi experiencia en el sector. Sinceramente fue muy triste hacer desaparecer mi máster universitario para ir a pedir trabajo, después de tanto esfuerzo y dinero que me costó. Lo hice porque había escuchado muchas veces que en el sector de la hostelería no suelen contratar a gente con formación superior, también escuché que no contrataban a graduados en Derecho ni en Relaciones Laborales. Ciertamente, viendo las condiciones de trabajo que había experimentado lo comprendía.

Gracias a mi nuevo currículum y a largas jornadas entregando una copia en cada bar o restaurante por el que pasaba, finalmente me contrataron en un restaurante de una zona muy turística. Por primera vez en mi vida firmé un contrato a 40 horas. A pesar de que tenía una amplia experiencia en la hostelería, lo que sin duda fue una de las razones por las que me contrataron, firmé de prueba de un mes. Por fin había conseguido un contrato más o menos estable y estaba contento (a pesar de que mi trabajo no tenía nada que ver con lo que había estudiado) pero cuando vi mi horario, mis sensaciones cambiaron un poco, ya que iba a trabajar unas 60 horas a la semana. Descansaba un solo día a la semana, del resto de la semana trabajaba tres días seguidos en horario de 14:00 a 02:00 aproximadamente y luego cambiaba otros tres días de 09:00 a 18:00. Eso suponía que había un día que salía de trabajar a las 02:00 y tenía que entrar a las 09:00 de ese mismo día. Digo que salía a las 02:00 aproximadamente porque era el cierre del restaurante y en ese sector no se sabe la hora a la que sales de trabajar porque siempre puede venir un cliente de última hora. Sin embargo, son muy estrictos con la hora a la que debes estar allí, listo para trabajar.

En alguna ocasión pude hablar con algún compañero sobre las condiciones de trabajo, le explicaba que según el convenio no era legal trabajar más de 10 horas diarias y que debíamos tener dos días de descanso a la semana, pero no insistí mucho porque siempre tenía respuestas cargadas de miedo a perder el puesto de trabajo. Me solían decir que aunque eran condiciones duras por lo menos nos pagaban puntualmente, que tenían hijos pequeños a su cargo, que era mejor no llamar la atención de los jefes, etc.

Mis funciones allí eran muy parecidas a las de cualquier otro restaurante. Si entraba a las 14:00 me ponía directamente a servir bebidas, sacar platos de comida y luego servir meriendas y cafés… Si entraba a las 09:00 la cosa no cambiaba mucho solo que servía desayunos… nada que no hayan visto hacer mil veces a cualquier camarero. Lo único destacable de ese lugar era que a mi encargado le gustaba cerrar el restaurante muy rápido para poder irse antes a casa, lo que es comprensible al tiempo que complicado de hacer después de trabajar 12 horas.

Probablemente, lo peor de aquel trabajo fue el horario. Todas las horas que trabajabas por encima de las 40h las tenías que apuntar y te las pagaban el último día del mes en un sobre blanco. Todo eso me lo explicó con detalle el encargado en mi primer día. Una vez más me imagino que estas condiciones de trabajo no eran una ocurrencia del encargado sino de los dueños, en cualquier caso son suposiciones porque yo solo hablaba con mi encargado.

Después de un tiempo trabajando allí, decidí que no quería seguir con ese ritmo de vida. Me pasaba los días cansado en casa o cansado en el bar, no había más opciones. Trabajar unas 60 horas a la semana te deja muy poco tiempo para cuidar amistades o tener alguna afición. Así que después de algún tiempo decidí marcharme del restaurante para no volver.

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