Hay símbolos que valen mil palabras. La toma de posesión de Uxue Barkos como nueva presidenta de Navarra estuvo marcada por dos gestos de alcance. Un aurresku y una jota navarra cantada por un orfeón. Dos iconos que pretenden sintetizar con naturalidad la identidad dual de Navarra. Ha sido inteligente la presidenta al optar por una escenografía que pretendía tranquilizar a quienes temen que la llegada de un Gobierno nacionalista a Navarra pueda traer un aire de revancha. Serán los hechos los que confirmen si la declaración de buenas intenciones se queda o no en un brindis al sol. De entrada, las primeras palabras no son de ruptura, ni en el ámbito identitario ni en el económico. Los empresarios han pasado del tono apocalítico inicial a un mensaje bastante más templado en un ejercicio de pragmatismo. Eso sí, Barkos va a tener que aplicar mucho tacto para desactivar la desconfianza en torno al Departamento de Interior y a su consejera María José Beaumont. El Gobierno navarro se envolvió en la bandera de la integración pero no puede obviar que tiene el respaldo parlamentario de EH Bildu, y que ese apoyo, en cualquier democracia representativa, implica un peaje político que suscita lógicos recelos. Durante mucho tiempo la izquierda abertzale no ha sido en Navarra un modelo de reconocimiento amable de la pluralidad.
Hay dos cuestiones en las que el Ejecutivo de Barkos puede marcar su impronta. Una es la revisión de la actual política lingüística, y en concreto, la traslación del modelo bilingüe mixto a la zona no vascófona de la Comunidad Foral, una propuesta ya contemplada con el tripartito PSN-CDN-EA. La otra será la incorporación a la eurorregión con Euskadi y Aquitania, primer paso de la constitución a medio plazo de un órgano de cooperación permanente con el País Vasco. La medida más visible e inmediata será la luz verde a la recepción de ETB en la Comunidad foral.
En todo caso, Navarra es el paradigma de una catarsis que debe enterrar una época contaminada por la corrupción. Barkos sabe que la mayoría de la sociedad navarra no es nacionalista, pero sí apuesta por el cambio. El problema de fondo registrado en Navarra no tiene que ver con su relación con el País Vasco, sino con el abuso continuado que han ejercido en los últimos años unas élites que han controlado el poder político y económico para sus intereses y los de su reducida clientela en detrimento de la mayoría. Han sido lo que algunos teóricos denominan "élites extractivas" las que han secuestrado las instituciones para su beneficio. De aquellos polvos estos lodos. Por eso la prioridad, por encima de todo, es la regeneración y la devolución de la confianza y la credibilidad en las instituciones.
El cambio en Navarra ha sido posible porque ha emergido una nueva relación de fuerzas. El botón de muestra más elocuente es la llegada de Podemos, que ha tenido la llave maestra de las nuevas mayorías, sin que este papel parece que vaya a pasarle una factura política a Pablo Iglesias, como se pensaba en un primer momento. Además, Podemos no tiene una posición definida respecto a la cooperación futura entre Navarra y Euskadi y su máxima dirigente, Laura Pérez, ya ha señalado que, aunque no es una prioridad, en el caso de una eventual consulta a la ciudadanía navarra a este respecto, prevista en la Disposición Transitoria Cuarta de la Constitución española, si una mayoría del Parlamento foral lo pide, ellos recomendarían libertad de voto.
Este eclecticismo permite a Podemos salir por la tangente en un debate altamente sensible durante la Transición. Esta estrategia ambigua, hasta ahora le está resultando eficaz políticamente para atraer votos de ambos sectores, del mundo abertzale y del no nacionalista. Esta ambivalencia rompe compartimentos estancos en una sociedad en la que cada vez pesan más las identidades complejas, sobre todo entre las nuevas generaciones que no reproducen de forma mimética los códigos de sus padres y de sus abuelos. Pero la ruptura de este tabú identitario se hace compatible con que la cuestión de un referéndum sobre Euskadi permanezca aparcada. Quien ponga en cuestión la viabilidad de Navarra como proyecto político diferenciado lo pagará caro.
Alberto Surio, en El Diario Vasco
Hay dos cuestiones en las que el Ejecutivo de Barkos puede marcar su impronta. Una es la revisión de la actual política lingüística, y en concreto, la traslación del modelo bilingüe mixto a la zona no vascófona de la Comunidad Foral, una propuesta ya contemplada con el tripartito PSN-CDN-EA. La otra será la incorporación a la eurorregión con Euskadi y Aquitania, primer paso de la constitución a medio plazo de un órgano de cooperación permanente con el País Vasco. La medida más visible e inmediata será la luz verde a la recepción de ETB en la Comunidad foral.
En todo caso, Navarra es el paradigma de una catarsis que debe enterrar una época contaminada por la corrupción. Barkos sabe que la mayoría de la sociedad navarra no es nacionalista, pero sí apuesta por el cambio. El problema de fondo registrado en Navarra no tiene que ver con su relación con el País Vasco, sino con el abuso continuado que han ejercido en los últimos años unas élites que han controlado el poder político y económico para sus intereses y los de su reducida clientela en detrimento de la mayoría. Han sido lo que algunos teóricos denominan "élites extractivas" las que han secuestrado las instituciones para su beneficio. De aquellos polvos estos lodos. Por eso la prioridad, por encima de todo, es la regeneración y la devolución de la confianza y la credibilidad en las instituciones.
El cambio en Navarra ha sido posible porque ha emergido una nueva relación de fuerzas. El botón de muestra más elocuente es la llegada de Podemos, que ha tenido la llave maestra de las nuevas mayorías, sin que este papel parece que vaya a pasarle una factura política a Pablo Iglesias, como se pensaba en un primer momento. Además, Podemos no tiene una posición definida respecto a la cooperación futura entre Navarra y Euskadi y su máxima dirigente, Laura Pérez, ya ha señalado que, aunque no es una prioridad, en el caso de una eventual consulta a la ciudadanía navarra a este respecto, prevista en la Disposición Transitoria Cuarta de la Constitución española, si una mayoría del Parlamento foral lo pide, ellos recomendarían libertad de voto.
Este eclecticismo permite a Podemos salir por la tangente en un debate altamente sensible durante la Transición. Esta estrategia ambigua, hasta ahora le está resultando eficaz políticamente para atraer votos de ambos sectores, del mundo abertzale y del no nacionalista. Esta ambivalencia rompe compartimentos estancos en una sociedad en la que cada vez pesan más las identidades complejas, sobre todo entre las nuevas generaciones que no reproducen de forma mimética los códigos de sus padres y de sus abuelos. Pero la ruptura de este tabú identitario se hace compatible con que la cuestión de un referéndum sobre Euskadi permanezca aparcada. Quien ponga en cuestión la viabilidad de Navarra como proyecto político diferenciado lo pagará caro.
Alberto Surio, en El Diario Vasco
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