Desde que el resultado de las elecciones dejó claras las posibilidades e imposibilidades para formar una nueva mayoría parlamentaria, quienes vieron que los números no les salían por ningún lado comenzaron a exhibirse como el partido que había obtenido más escaños, como si eso les diera sin más derecho a formar un gobierno. Quienes así argumentaban hubieran hecho mejor si dejaran de preguntar a los partidos que sostienen al nuevo gobierno qué habían hecho para configurar esa mayoría (suponiendo en ello incluso las peores conspiraciones) y se preguntaran por qué no han sido capaces de hacerlo ellos mismos, qué es lo que les ha impedido gobernar y de qué modo podrían conseguirlo en el futuro. Podríamos ahorrarles ese esfuerzo y adelantarles la respuesta: no van a gobernar porque el pueblo de Navarra no les ha dado los escaños suficientes y, además, porque no disponen de aliados suficientes en el Parlamento. Y si hacen esa reflexión seguramente tendrán que reconocer que esa incapacidad tiene mucho que ver con el modo como han gobernado durante estos años y cómo valora la sociedad navarra cuanto han hecho y dejado de hacer.
Y, además, quienes así razonan parecen desconocer que esta democracia es parlamentaria y no presidencialista. En una democracia parlamentaria la ciudadanía no elige a un presidente o presidenta entre los candidatos que se presentan sino a un Parlamento, del cual tiene que salir, mediante la construcción de la correspondiente mayoría, como ha sido este caso, una presidenta. Lo mismo vale, con algunos matices, con nuestros ayuntamientos, cuyo alcalde es elegido por los concejales y no por los votantes directamente. Podrían haberse hecho las leyes de otra manera e incluso hay alguna propuesta de modificarlas en este sentido, pero la legalidad a la que tanto apelan cuando les resulta favorable establece los procedimientos de este manera. No debería ser necesario recordar algo tan elemental pero me veo obligado a hacerlo a la vista de ciertos mensajes con los que UPN trata de ocultar su fracaso a la hora de obtener ese respaldo de los parlamentarios. Por tanto, quien lidera una institución lo hace gracias a que dispone de la mayoría parlamentaria correspondiente.
Lo de “gobernar para todos y todas”, que tanto hemos oído estos días en las tomas de posesión en las tomas de posesión de presidenta y alcaldes es una fórmula que debe interpretarse adecuadamente. Al estar apoyado el nuevo gobierno en una concreta mayoría parlamentaria y no en otra, no hace falta insistir en que su compromiso es llevar a cabo los acuerdos sobre los que se ha configurado esa mayoría. Un gobierno lo hace desde un programa y con los compromisos que haya adquirido en virtud de los pactos; no tiene sentido esperar otra cosa de él. En cierto modo se trata de una fórmula retórica más que de una realidad. No tendría sentido esa formulación si entendiéramos por ella que hay que gobernar a partir de una síntesis entre el propio programa de gobierno y el de la oposición.
Pero desde otra interpretación, la formulación “gobernar para todos” es un horizonte que no solamente tiene pleno sentido sino que constituye una verdadera exigencia democrática. ¿Se puede gobernar para todos y, al mismo tiempo, llevar a la práctica un programa que no es el de todos los votantes? Por supuesto que sí, si entendemos por ello que se trata pensar en el interés general (que incluye el de quienes no le han votado), así como de no excluir de entrada a ninguna fuerza política a la hora de llegar a acuerdos, sin vetos ni exclusiones por principio. Y en este sentido, las palabras pronunciadas por muchos de los nuevos gobernantes no tendría que ser un recurso retórico hueco, sino algo que debe comenzar por el modo de considerar a aquellos que piensan de manera diferente.
Muchos de los nuevos gobiernos han supuesto una alternancia política. Ahora bien, es un signo de calidad democrática entender el cambio de una manera mucho más profunda que la mera sustitución de unos gobernantes por otros. La sociedad está exigiendo cambio y no mera sustitución, lo que significa que la política deben hacerla otros, sí, pero también de un modo diferente. No se trata de echar a nadie del gobierno sino de hacer la política de otra manera. En Navarra, menos aún en la Navarra del cambio, no sobra nadie. Ha habido alternancia, pero no debería haber exclusión. Las fuerzas del cambio no han llegado hasta aquí para excluir a quienes excluían sino para construir la Navarra de todos y de todas. En el gobierno y en muchos ayuntamientos la ciudadanía, que se expresa a través de sus representantes y construye su voluntad con el legítimo juego de las alianzas y acuerdos, ha querido que UPN esté en la oposición, no que desaparezca del mapa político. No habría cambio de fondo si no fuéramos hacia una forma nueva de gobernar caracterizada por un profundo respeto a quienes no piensan como nosotros. Para afirmar lo que somos y lo que pensamos no tendría que ser necesario negar lo que no somos o pensamos.
Espero que con el cambio, además de una alternancia en el gobierno, se inaugure también una nueva cultura política que comienza con el modo de comunicarnos unos con otros, de manera que las diferencias que nos separan no se conviertan en faltas de respeto o marginación. En esta nueva etapa nadie debería sentirse excluido de nuestra pluralidad, aunque no haya sido capaz de configurar una mayoría de gobierno.
Daniel Innerarity, en Diario de Noticias
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