El diario ABC lleva unos días publicando, debidamente liofilizados, documentos reservadísimos del inmenso fondo de armario de quien fuera el gran capo del Cesid –hoy CNI– Emilio Alonso Manglano. Estuvo en el cargo durante los 14 años tenebrosos y malolientes que mediaron entre 1981 y 1995; imaginen la cantidad de atrocidades de las que fue testigo (¡y protagonista!) el individuo. En las primeras entregas se nos ha mostrado alguna esquinita del golpe de estado de Tejero, como el proyecto de unos militarotes de fusilar a Pedro J. Ramírez y Juan Luis Cebrián. También se nos ha contado, casi como si fuera un jijí-jajá, que en su etapa como número dos de Juan Alberto Belloch en Interior, Margarita Robles llevaba cada mes a Zarzuela un maletín con cinco millones de pesetas procedentes de los fondos reservados. Todo muy interesante (e interesado, de acuerdo), pero palidece al lado de la revelación de ayer sobre la continuación de terrorismo de estado bien entrados los noventa.
En concreto, el diario cuenta cómo el 22 de diciembre de 1994, el entonces ministro del Interior, Antoni Asunción, confesó a Manglano que su antecesor, José Luis Corcuera, había instigado el envío de cartas-bomba a simpatizantes de la izquierda abertzale que presuntamente colaboraban con ETA. Se buscaba pagar a la banda con su misma moneda. Uno de esos envíos acabó con la vida del cartero eventual José Antonio Cardosa, de 22 años. Ocurrió el 20 de septiembre de 1989 en Errenteria. Al tratar de doblar el sobre para que entrara en el buzón del destinatario, un militante de Herri Batasuna, se activó el explosivo que le provocó la muerte al joven. Nadie reivindicó el atentado, aunque desde el principio olía a lo que fue: guerra sucia, pese a que teóricamente el GAL había cometido su último atentado dos años antes.
Lamentable pero convenientemente para la persona señalada, tanto el autor de la confesión (Asunción) como quien la registró (Manglano) están muertos. Sin embargo, la profusión de datos es demoledora. Y aquí no hay el menor atisbo de esa reflexión crítica del pasado que siempre reclamamos. José Luis Corcuera y su jefe en aquella época siniestra, Felipe González, siguen dando lecciones de democracia a granel y pasan por irreductibles defensores de la nación española. ¿Cabe esperar que la Justicia actúe? En nombre de la verdad, del reconocimiento, de la garantía de no repetición y de la reparación estos crímenes no deben quedar impunes. Pero ya verán como sí.
Javier Vizcaino, en Grupo Noticias
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