Cinco bombarderos y nueve aviones de caza italianos surcaron el  cielo de Durango el 31 de marzo de 1937 a las ocho y media de la mañana con una  cruel misión: arrasar un municipio indefenso incapaz de imaginar lo que estaba a  punto de ocurrir. Los historiadores calculan que se arrojaron 281 bombas con  14.840 kilos de explosivos. El dramático saldo superó los 336 muertos y otros  tantos heridos.
La ofensiva aérea se planificó bajo las órdenes del general Emilio  Mola con el objetivo principal de amedrentar a la población civil. «A nuestro  pueblo le tocó la triste suerte de ser campo de experimentación de nuevas  tácticas devastadoras» que luego se utilizaron en la II Guerra Mundial, resumió  el durangués Félix Arkarazo en la presentación del 75 aniversario del genocidio,  que tuvo lugar ayer.
Más de 300 edificios resultaron afectados, entre ellos las iglesias  de Santa María, Jesuitas y la del convento Santa Susana donde se oficiaban las  primeras misas del día. Muchas de las víctimas fallecieron sepultadas entre los  escombros.
 El bombardeo de Durango ha vivido históricamente a la sombra del de  Gernika. Gerediaga Kultur Elkartea, la asociación que promueve la Feria del  Libro y Disco vascos de Durango, inició tímidamente la reivindicación de esta  fecha en los años 80 y después se le sumaron otros colectivos locales hasta que,  en 2004, el Ayuntamiento se involucró directamente en el reto de recuperar su  memoria histórica. 
 El acto central de esta jornada se ha organizado desde entonces  como homenaje a todas las víctimas de la Guerra Civil, bajo el lema 'Paz y  reconciliación'. Hasta allí se desplazaron ayer un pequeño grupo de  supervivientes junto a familiares y amigos de otros fallecidos. Ninguno ha  logrado librarse de aquellas dramáticas imágenes pese al prolongado y duro  silencio que se impuso tras el ataque aéreo. 
 «Nunca más se habló de lo que había ocurrido ese día», destaca Asun  Elkoro. Ella apenas contaba con 6 años, pero le llamó la atención que todo el  mundo callara a su alrededor. Tampoco ha logrado olvidar cómo empezó todo.  «Sonaron unas sirenas muy fuerte y después empezaron a caer bombas por todas  partes». Habitual en los actos conmemorativos, Elkoro se siente reconfortada  ante gestos así aunque su corazón todavía guarda penas. Su padre fue dado por  desaparecido tras el bombardeo y nunca más supieron de él. «Al menos, me  gustaría saber dónde lo enterraron», subraya con los ojos llorosos.
 Un buen número de personalidades arropó a los supervivientes. Entre  ellos, los dirigentes del PNV José Luis Bilbao, Ana Madariaga, Iñigo Urkullu,  Andoni Ortuzar y Pilar Ardanza, y los socialistas Idoia Mendia e Iñaki Egaña. No  acudieron al acto institucional concejales de Bildu, Aralar ni el PP. El  Ayuntamiento también invitó a la ceremonia a representantes de otras ciudades  bombardeadas, entre los que estuvieron el alcalde de Bilbao, Iñaki Azkuna, y el  de la localidad catalana de Granollers, Albert Camps. 
 El único discurso oficial fue el de la alcaldesa de Durango,  Aitziber Irigoras, quien hizo hincapié en la importancia de recordar «con  responsabilidad» las vivencias de «nuestros aitites y amamas, las que hemos  escuchado en las cocinas de nuestras casas», porque es una deuda contraída con  las víctimas. El Ayuntamiento local ha solicitado a los Gobiernos de Italia y  España que reconozcan su implicación en el ataque y pidan perdón público. 
 Irigoras también advirtió sobre la «insensatez» de las guerras con  «la legitimidad que nos da el dolor» de nuestros antepasados: «Todas son  iguales, nos abocan a la venganza y la destrucción, el hambre y el odio»,  concluyó. Un minuto de silencio, un aurresku y una ofrenda floral en la capilla  que cobija la placa con los nombres de las víctimas pusieron fin a la  ceremonia.
El Correo
 
 
 
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