sábado, 19 de noviembre de 2011

DE FOGONES Y HOSPITALES

¿Han pensado en el tema de las cocinas de los hospitales públicos? A mí es una cuestión que me tiene preocupado. ¿Saben ustedes cuál es la única alegría de un enfermo hospitalizado? Miren, se lo digo por experiencia. Cuando tu mundo se reduce al espacio de una cama y tu esperanza se limita a que el dolor te deje dormir, cuando la vida te lo racanea todo, el flan que asoma en la bandeja de la comida o una porrusalda bien hecha producen un efecto verdaderamente consolador. No es solo un momento agradable, es el detalle que te salva el día.

Y en esto no hay derechas ni izquierdas. Todos somos igual de limitados. La comida es esencial cuando no hay nada más para alegrarnos. Tanto en el Hospital de Navarra como en la Residencia Virgen del Camino eso estaba garantizado. Nadie lo puede negar. Los enfermos comían bien. Los cocineros hacían su trabajo con primor y diligencia. La comida era sana, variada, completa; tenía ingredientes de calidad y estaba deliciosa.

He leído en este periódico sobre el esfuerzo que se realiza a diario en sus cocinas para preparar menús para 850 pacientes, con más de 60 menús prefijados y otros personalizados. He leído que la dieta del paciente influye en su evolución y en el tiempo de su estancia. Y que los costes del personal al que se quiere despedir (casi 200 personas), repercute en unos costos del menú que se sitúan en 29,94 euros frente a los 19,60 que cuesta un menú en el Hospital Reina Sofía que tiene ya privatizado este servicio.

Yo creo hay cosas que no tienen precio. Y que, remedando a Machado, "es de necios confundir valor y precio". Me asusta que esta necedad sea obviada en tiempos de crisis, y que el precio se equipare al valor, o incluso le robe la prioridad en las decisiones políticas.

Todos sabemos lo que son esas comidas de catering. Sustituyen la sopa de fideos y carne de gallina por sopistant, el arroz de cazuela por arroz de microondas y el puré de patatas por puré de sobre. Cuando la economía manda, el aspecto nutricional solo puede deteriorarse. Lo saben bien las madres de hijos celíacos, diabéticos, intolerantes a la lactosa o alérgicos a cualquier cosa que, por mucho que intentaron dejar a sus hijos en el comedor de la guardería o del colegio, se vieron obligados a llevarlos de nuevo a comer a casa.

Me temo que si este servicio se externaliza nadie supervise la nutrición de cada paciente, ni la composición de los menús; que las dietas ya no sean programadas con prescripción médica y que la empresa privada contratada se niegue a ofrecer 60 menús prefijados y mucho menos personalizados. Tengo miedo de que los enfermos hospitalizados no tengan ni una alegría que llevarse a la boca en ese tiempo en el que la vida les obliga a subsistir con tan pocas alegrías.

Javier Ayestarán, licenciado en Ciencias Químicas (en Diario de Noticias)

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