jueves, 7 de enero de 2010

EL OCASO DE LA ÉLITE

Del mismo modo que las grandes iglesias están fracasando a la hora de dar respuestas a las inquietudes espirituales de los individuos, los partidos políticos con estructuras jerárquicas y piramidales están fracasando a la hora de cumplir su papel como cantera de gestores de lo público y el liderazgo social de los políticos está en franca decadencia.

En lugar de ser una plataforma para aquellos cuya vocación es el servicio público, los partidos políticos jerarquizados, se han convertido en un coladero de personas muy hábiles a la hora de mezclar sus intereses privados con los de los ciudadanos a los que supuestamente deberían representar y servir. La consecuencia inmediata es el divorcio que padecemos entre los ciudadanos y sus supuestos representantes.

Algunas de las perversiones que pueden justificar la fuerte crisis institucional que nos acompaña:

Despilfarro: Cualquier persona acostumbrada a gestionar recursos queda, cuando menos, sorprendida del uso que los organismos públicos hacen de los fondos de los ciudadanos. Los presupuestos completamente sobredimensionados se emplean en muchas ocasiones para ejecutar proyectos innecesarios y de dudosa utilidad. La gestión se hace, en el mejor de los casos, bajo criterios de clientelismo y búsqueda de votos para mantener el poder y, en el peor, con la cruda premisa de enriquecerse. La larga lista de representantes públicos imputados así lo atestigua.

Burocratización: El entramado jurídico-institucional decimonónico que tenemos no está a la altura de los tiempos. Los rápidos cambios que la sociedad de la información ha generado ha dejado completamente obsoletas la mayoría de instancias públicas que nos son capaces de reaccionar frente a los retos de nuestro tiempo: crisis financiera, cambio climático, caos energético, globalización económica, colapso de la justicia, cohesión social… la sensación que perciben los ciudadanos es una carga burocrática kafkiana, que no forma parte de la solución sino que agrava aún más los problemas.

Corrupción: Los casos de corrupción política en nuestro país y en nuestra comunidad no son una anécdota ni un caso aislado. Todos los grandes partidos políticos han sido investigados en numerosas ocasiones por financiación ilegal. Y, de hecho, la financiación de los partidos políticos es tremendamente opaca. Las tramas urbanísticas, por poner un ejemplo, urdidas a través de partidos políticos e instituciones públicas han estado a la orden del día en los últimos años.

Alejamiento: El lenguaje de los políticos ya no conecta con la gente. El hecho de que los candidatos se hagan los simpáticos cada cuatro años para obtener el voto y después hagan despropósitos con él ya no contenta a nadie. Esto supone que cada vez se tenga que gastar más dinero en campañas publicitarias para captar la atención de los cada vez más hastiados ciudadanos. La atención desproporcionada que los medios de comunicación convencionales prestan a los representantes políticos está únicamente justificada por las grandes inversiones publicitarias de las instituciones en dichos medios. En este momento los grandes medios de comunicación y los partidos políticos han formado un híbrido bendecido con el dinero de las instituciones que ha pervertido en gran medida las responsabilidades de ambos.

Falta de separación de poderes: Si Montesquieu (pensador que diseño los equilibrios y compensaciones entre el poder legislativo, ejecutivo y judicial) levantase cabeza y observase el carácter puramente partidista de los dirigentes del poder judicial no daría crédito. O si tomara conciencia de que existe un cuarto poder, los medios, que ni siquiera fue incluido en el diseño inicial. Pero lo que le daría un verdadero disgusto sería cuando descorriera el velo final y descubriera que detrás de ese entramado existe un único poder, el económico, que actualmente controla a todos los demás.

Ritmos: Los problemas de los ciudadanos no pueden ser resueltos con los ritmos de los partidos políticos. Cuatro años de legislatura en los que el primero se dedica a aterrizar en las instituciones y el último a hacer campaña electoral con inauguraciones apresuradas, deja como resultado un ritmo caótico de acciones efectistas y poco fundamentadas que raramente resuelven problemáticas reales.

Nueva élite: Todos estos factores dan como resultado la aparición de una nueva aristocracia parasitaria formada por los representantes públicos que disfrutan de una serie de privilegios, en muchos casos desproporcionados. Este hecho provoca que se anteponga el interés de conservar dichos privilegios sobre la prioridad de servir a los ciudadanos.

Paralelamente y, en parte como consecuencia, a esta degeneración se está produciendo un despertar de la sociedad civil, que apoyada en herramientas como Internet ha comenzado a movilizarse frente a este proceso. Los ciudadanos, azuzados por la crisis económica y el elevado número de casos de corrupción destapados, están pasando de la impotencia al cabreo y se comienzan a despertar del letargo. Se empieza a poner en duda la viabilidad de un sistema que no resuelve los problemas de la gente. Salvando las distancias, hablamos de algo similar a lo que se vivió hace algo más de 200 años, en la Revolución Francesa, cuando un sistema obsoleto, incapaz de dar respuesta a las necesidades sociales, dio paso a otro más acorde con el espíritu de los tiempos. Ahora toca una nueva renovación. Las herramientas de comunicación y participación a nuestra disposición en este momento permiten apostar por la democracia participativa en la que los ciudadanos toman decisiones reales sobre lo que se hace con su dinero. Mientras no se remedie la hipertrofia de la clase política, es necesaria una cura de urgencia que proporcione verdaderos mecanismos de control sobre los representantes públicos, ya que los actuales dan claras muestras de ser insuficientes y la brecha entre estos y los ciudadanos es cada vez mayor.

Toca una segunda y decisiva transición en nuestro país. La que establezca la democracia real, ya que hasta ahora hemos tenido una únicamente formal.

Todo ello nos invita a plantearnos qué tipo de líderes necesitamos, y cual es el verdadero significado del liderazgo. Un verdadero líder es responsable, es decir, asume sus valores y predica con el ejemplo porque sabe que es un referente, la expresión de la psique colectiva. Como consecuencia de lo anterior, el líder es alguien que está al servicio de los demás. Un líder no busca la fama, busca la integridad.

Los líderes son los que hacen lo que predican. Aquellos que jamás piden a alguien que haga algo que no han hecho ellos antes. Hay coherencia entre las palabras y sus acciones. Y sobretodo un líder es alguien capaz de reconocer sus errores y limitaciones. Cuando alguien busca el beneficio personal, pierde la cualidad de liderar, aunque siga ostentando el poder.
Alberto D.Fraile Oliver (en revistanamaste.com)

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