Ayer fue la Guardia Civil; hoy, una reprimenda epistolar de Felipe González. El nacionalismo español está en pie de guerra. Y en El País, que le cede su articulo editorial, es decir, hace suya la opinión de González, y este habla por el periódico. No es menudo privilegio. Se entiende, sin embargo. Hace ya unas fechas que, habiendo comprendido por fin el calado de lo que llama con flema anglosajona el desafío soberanista, el cuarto de máquinas del diario de Prisa echa humo. Ha puesto a trabajar a sus plumillas más o menos cultos y los muñidores de ideología en defensa de la unidad de la Patria. Si su autoconciencia legitimadora lo pinta como el diario de la transición y el que se enfrentó al golpe de 1981 en nombre de la Constitución, su idea del momento es erigirse en paladín de la unidad de España y nuevo salvador de la Patria.
El editorial firmado por González viene a ser como un artículo de fondo. Aunque de poco fondo. Como pieza literaria es insignificante y como documento resulta bastante ramplón. Ocasión tan distinguida hubiera necesitado algo más de estilo y mayor densidad de contenido. No tendría por qué ser un nuevo Discurso a la nación española o Yo acuso u Oigo Patria tu aflicción, pero debiera tener algo que permitiera recordarlo. En vez de eso, la epístola que González dirige a los catalanes, a diferencia de las que San Pedro o San Pablo dirigían a distintos destinatarios colectivos, reproduce el contenido adocenado de las habituales admoniciones del nacionalismo español de más rancia estirpe vestido con las galas del "éxito" de la segunda restauración. Tengo la impresión de que el Rey le ha pedido que se dirija a los españoles en defensa del statu quo -y la Corona, por ende- y le ha dado la plantilla del discurso español tradicionalista, una triada que incluye: a) jeremiadas, b) malos augurios; c) amenazas.
Las jeremiadas. ¡Ah, con lo bien que nos llevamos y lo mucho que hemos prosperado gracias a la Constitución de 1978 que otorga el mayor autogobierno que Cataluña ha tenido en su historia! González no está familiarizado con la del nacionalismo catalán e ignora que lo lógico (y legítimo) de este no es quedarse con "el mayo autogobierno" sino la totalidad del autogobierno. Esto sin contar con que el juicio sobre el Título VIII de la CE es muy contradictorio. A él le parece un éxito; a otros, un desastre y un fracaso, sobre todo después de que Alfonso Guerra y los demás "Guerras" que hay en el Parlamento y el Tribunal Constitucional se cepillaron el Estatuto de 2006.
¡Ah, qué lástima ver Cataluña convertida en una Albania! Tengo la impresión de que antes se verá así España que Cataluña. Pero, sobre todo, es absurdo emplear estas imágenes después de los referéndums de Quebec y Escocia, que han dejado sin argumentos a los nacionalistas españoles. En especial los de Quebec porque se dieron a raíz de una doctrina jurisprudencial del Tribunal Supremo Federal, según la cual, el derecho de autodeterminación no existe en la Constitución canadiense (como tampoco en la CE), pero si una parte importante de la población se empeña en ejercerlo, el Estado viene obligado a negociar alguna forma para ello, como es lógico y entiende todo el mundo, incluida Escocia, pero no el gobierno español.
Las "razones", los (malos) augurios. Horrorosa la pretensión de desconexión de Mas tan en contra del espíritu del tiempo, que es el de la gran conectividad. Dice González que la desconexión será en primer lugar entre catalanes, pues ya empieza a haber signos de racismo. Cierto. Pero los ha habido siempre. Y en todas direcciones. El "¡háblame en cristiano!" es puro racismo. Tambien dice que se quiere desconectar a los catalanes del resto de los españoles. Si todo el mundo está tan conectado, tanto dará estarlo con los españoles como con los demás europeos. Y esto sin contar con que ese contacto entre españoles y catalanes de que tanto dicen enorgullecerse los políticos nacionalistas españoles es pura demagogia. Un estudio sobre los prejuicios de unos hacia otros, del grado de conocimiemto real sobre todo de los españoles hacia los catalanes probará que no hay cercanía y que no la habido nunca. Para los españoles, en el fondo, Cataluña no es el extranjero, pero sí el cuasiextranjero.
Igualmente se augura una ruptura de Cataluña con Europa. Ni que él fuera el dueño de la kermesse. Eso está por ver y también lo está lo que pueda hacer España o lo que quede de ella. No resulta verosímil que la parte más europea de España vaya a quedar fuera de Europa. No es pensable ni quizá posible. González recurre a una caricatura: un consejo europeo de 200 o 300 miembros. Eso no se dará, pero, aunque se diera, ¿qué? ¿Cuál es problema con que en lugar de haber 28 Estados en Europa haya 29 o 39 o 45 o 7? ¿La defensa? Nadie ignora que Europa es incapaz de defenderse a sí misma aquí y ahora y depende para ello de la OTAN y, en último término, a qué engañarse, de los Estados Unidos. Las cosas no cambiarán mucho.
Augura González asimismo una ruptura con América Latina y señala los 500 millones de almas de un apetitoso mercado con el que nos une la lengua. Y ¿quién ha dicho al expresidente que dejará de hacerlo? El español o castellano seguirá siendo oficial en Cataluña independiente por la cuenta que le trae. A esta desconexión le pasará lo que al intento de mantener a los catalanes y aragoneses en general al margen del comercio con el imperio español. Sin duda se dio en uno u otro momento, pero siempre hubo comerciantes de la Corona de Aragón en la trata de Indias.
Amenazas. Aunque el escriba las edulcora cuanto puede, están siempre ahí: ningún gobierno español negociará, dice, ante hechos consumados Eso de los "hechos consumados" suena a nazi y, en efecto, no falta la comparación (disimulada, pero clara) entre Cataluña y Alemania/Italia años treinta. Luego de una serie de intentos de los catalanes de negociar, siempre rechazados (el propio González acusa al gobierno de no negociar y de inmovilista), ¿qué significa aquí "hechos consumados"? Y eso sin contar con que se trata de otro vaticinio: ningún gobierno español se sentará a negociar ante hechos consumados, hasta que se siente.
Pero González aquí tiene otro talante. Sale el demócrata, el gran defensor del Estado de derecho y recuerda que el límite a la ambición de Mas (nunca habla de movimiento social o cosa parecida; la posible secesión de Cataluña es una manía de Mas) es la ley. Tan solemne se pone que la escribe con mayúsculas: la LEY. Hay que cumplir la ley. Exactamente lo mismo que dice Rajoy. Y con más rotundidad que los infelices compañeros de partido de González pues, cuando le parece, él la incumple. A veces se molesta en disfrazar el incumplimiento de reforma según el procedimiento previsto pues para eso tiene una mayoría absoluta parlamentaria ante quien nadie rechista. Otras veces se limita a incumplir (generalmente plazos, obligaciones, etc) y no sucede nada. Los catalanes, en cambio tienen que cumplirla a rajatabla, por inicua o injusta que sea. Y eso no está bien, lo vea él así o no.
Dice González que no le gusta lo que hace el gobierno, pero que no puede ser equidistante. O sea, que se alinea con quien hace lo que no le gusta, probablemente porque el otro se apresta a hacer algo que le gusta menos. Parecería suficiente, pero no es así. La ultima ratio no podía faltar. Y no falta: Ningún gobierno responsable puede permitir una política de hechos consumados, y menos rompiendo la legalidad, porque invitaría a otros a aventuras en sentido contrario.
En todo caso, concluye González, no haya cuidado porque España no va a romperse por la muy poderosa razón de que "sé que eso no va a ocurrir, sea cual sea el resultado electoral".
Pues podía habernos ahorrado la carta.
Ramón Cotarelo, en Palinuro
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