martes, 6 de enero de 2015

YO, IMPERTURBABLE

La reedición en castellano de Hojas de Hierba de Walt Whitman, obra cumbre de la poesía norteamericana y que supuso una actualización de la lengua inglesa como no había ocurrido desde Shakespeare, me lleva a darle un par de vueltas al sentido y significado del poema Me, imperturbe -expresión latina traducible como “Yo, imperturbable”-, uno de los más sobresalientes de la citada obra. El poeta se manifiesta “serenamente plantado ante la naturaleza, amo de todo o señora de todo, aplomo en medio de las cosas irracionales”. El alto voltaje sexual de su poesía, el uso indistinto del género, señor o señora, que fue interpretado como una declaración de bisexualidad, fue motivo de escándalo en aquella época tan puritana (1855) y fuente de inspiración para posteriores poetas como Pablo Neruda o Federico García Lorca, que le dedicaron sendas y aplaudidas odas, una de ellas, la Oda a Walt Whitman del poeta granadino, musicada con acierto por Patxi Andión.

La imperturbabilidad, la pasiva serenidad, es para Whitman fuente de creación poética, pues “Yo, donde quiera que viva mi vida, quiero hacer frente a las contingencias / y encarar la noche, las tormentas, el hambre, el ridículo, los accidentes / y los rechazos como lo hace el animal”. Pero esa misma imperturbabilidad puede resultar fuente de destrucción si de un líder político se trata porque la vida política se depaupera cuando, atendiendo a la demanda de ser consecuentes, solo nos atrevemos a pensar aquello que podemos vivir. Si el líder no se atreve a pensar en algo más que lo inmediato, la vida política se disminuye por falta de pensamiento y acción proyectada hacia el futuro.

No deber ser agradable para la izquierda abertzale ver su utopía deshilachada, experimentar una sensación difusa de autoengaño tras la sustitución de los objetivos pretendidos por los objetivos logrados, en particular, la amnistía de los presos por el cumplimiento de la legalidad penitenciaria. Emerge por toda la superficie de la IA un moho en sus objetivos fundacionales que seguirá extendiéndose los próximos años. Por muchas proclamas independentistas que hagan, sus políticas cotidianas serán cada vez más reformistas y por eso tal vez positivas para el bien común. Pasado por el colador y eliminado lo dramático y lo superfluo del pasado, el presente les está resultando insípido por mas que algunos de sus dirigentes se comporten como esos personajes de los dibujos animados que pueden seguir corriendo en el aire hasta que se dan cuenta de ello, que es cuando caen al vacío sin remedio.

Tres años desde el anuncio del fin de las actividades terroristas de ETA y el imperturbable Mariano Rajoy ofrece el mismo consejo que los maestros zen a los iniciados: no hagas nada. Esta imperturbabilidad comienza a ser destructiva porque la responsabilidad de los crímenes cometidos por ETA en nuestro nombre ha sido aceptada y ya no es reprimida en la propia izquierda abertzale. En esta nueva situación ya no tenemos motivo para hacer del juicio de ayer el prejuicio de hoy.

Mariano Rajoy, incapaz de distinguir el mal hecho de la persona que lo hizo, rezuma una especie de entereza pasiva, que no noble. A su imperturbabilidad le falta una chispa de conciencia en el tratamiento de los presos de ETA. Al ejercer un poder sin precedentes para decidir su propio camino, encuentra cada vez más difícil aceptar compromisos políticos. Me inquieta que termine como una de aquellas vírgenes necias de la parábola y, llegado el momento de la verdad, no le quede aceite para la lámpara y persista a la espera de que amanezca de una vez por todas.

En el momento presente, resulta incomprensible la situación en la que se encuentran los que no hicieron otro mal que organizarse políticamente para los nuevos tiempos que ya han llegado. Y por lo que fueron condenados. La paz real no es la simple ausencia de guerra sino la improbabilidad de la guerra. Otegi, Miren Zabaleta, Díez Usabiaga y todos aquellos, demasiados para contarlos, que permanecen presos, han hecho improbable otra “guerra”. Se equivocan de medio a medio quienes esperan que por el solo transcurrir del tiempo, encarcelados, se convertirán en estearina, poso de velas acabadas. El desconocimiento del adversario es el camino más corto a la perdición y Rajoy debería saber a estas alturas que su partido disminuye en Euskadi sin que crezca en España, a pesar de su imperturbabilidad ante la situación de los presos. Cuando el fracaso de su política se evidencie, entonces, apelará a lo fortuito, a la casualidad, ese lugar donde “nuestros cálculos fracasan”, según dijo Albert Einstein.

El victimismo, el uso de las víctimas para refrenar una política penitenciaria compasiva y adecuada al fin de ETA, es un árbol viejo que ha dejado de dar sus frutos; un puro follón ese hacer caso omiso del hecho irrevocable de que ETA acabó. Persistir en el victimismo como elemento aglutinador de una política antiterrorista cuando el terrorismo que generó tales víctimas ha dejado de existir evoca el intento de restaurar el culto a los dioses antiguos que en el siglo IV d. C. el emperador romano Juliano (El Apóstata) pretendió con el resultado de que poca gente se detuvo delante de las nuevas esculturas de los habitantes del viejo Olimpo.

La última ocurrencia, la pretensión de que los actos de terror cometidos antaño por ETA sean tratados como genocidio para que no prescriban nunca jamás, es sencillamente canibalesca. El mal es la manifestación en el mundo de algo ejercido por el hombre, surgido del abismo del hombre y dirigido contra el hombre. Cuando la sociedad tiene que castigar a una persona por sus malos hechos, debe hacerle el menor daño posible y debe proteger su orgullo en la medida que pueda, so pena de que se extiendan por esa sociedad sentimientos de los que impulsan a la gente a cometer actos gravísimos. Por lo tanto, no es aconsejable que los demás añadamos al tránsito de la IA dosis de turbiedad y resentimiento.

Los sondeos sobre el voto para las próximas elecciones vaticinan un mapa electoral sustentado sobre arenas movedizas, lo que hace más difícil la conformación de un bloque sólido a favor de la normalización política en Euskadi y de la salida ordenada de los presos, en consonancia con las sentencias por las que se les condenó. Sentencias dictadas conforme a derecho en la mayoría de los casos y socialmente imprescindibles en orden a restablecer la justicia y así refutar el lamento de Job, 21,9 : “Las casas de los impíos están a salvo del temor”. Lo inquietante es que en un futuro inmediato no parezca posible que por medio de la política se resuelva la situación de los presos. Los marineros solían llamar a sus velámenes más altos “Confía en los dioses” porque ¿a quién más te podías encomendar cuando tenías que encaramarte a ellos? En la singladura hacia la normalización política en la que estamos embarcados, que los más atrevidos llaman “Segunda Transición”, ¿debemos encomendarnos a los dioses? ¿comportarnos ante los accidentes durante la travesía como el animal de la poesía de Whitman? El camino que conduce al crepúsculo de las naciones está empedrado por políticos que con sus hechos afirman “Yo, imperturbable”, lo que no denota talento propio de un hombre de Estado, sino calderilla política partidista.

Rajoy y los políticos de cualquier partido que siguen encaramados a la cofa del palo mayor de la soberbia imperturbable deben hacer un ejercicio de humilde aproximación al giro que se avecina, reconocer, como Whitman expresaba, “que mi ocupación, mi pobreza, mi notoriedad y / mis debilidades son menos importantes de cuanto creía”.

Txema Montero, en DEIA

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