lunes, 20 de junio de 2011

LA PLAZA Y EL PALACIO

En Madrid, la manifestación contra el estado general de las cosas fue más tranquila que en Barcelona. Más relajada, más de aperitivo dominical bajo un espléndido cielo castellano, y posiblemente menos numerosa, pese a la grandilocuencia de las cinco columnas confluyendo en la plaza del dios Neptuno. En Madrid, los manifestantes no tenían cuentas pendientes con la policía.

El palacio y la plaza han pactado en la capital de España y han chocado en Barcelona. Caray, ese sí que es un buen cambio de papeles. El tópico dice que en Barcelona siempre se acaba pactando y que el choque del carnero es cosa de los madrileños, de los mesetarios y de la España visigótica en general. Saber por qué en tan delicada ocasión –la primera protesta a gran escala y sin los sindicatos de por medio desde el estallido de la crisis– se han invertido los papeles de las dos principales ciudades de las Españas es primordial.

En Madrid, lo hemos visto estas últimas seis semanas, el primer ministro Alfredo Pérez Rubalcaba toleró con guante de seda la acampada en la Puerta del Sol, pese a la presión en sentido contrario de la derecha madrileña que orbita alrededor de Esperanza Aguirre Gil de Biedma. La movida de Sol concluyó sin incidentes, después de que el Centro Nacional de Inteligencia interceptara el plan de un grupo de exaltados de llevar a cabo un asalto nocturno del Congreso de los Diputados. Desde el primer día, la más céntrica plaza de Madrid estuvo trufada de informantes de la Policía, la Guardia Civil, el servicio secreto y los dos principales partidos políticos. Los estados mayores centrales saben lo que ocurre en el interior del 15-M madrileño. Y los sucesos de Barcelona han tenido la virtud de atemperar a la derecha capitalina He ahí otra curiosa paradoja. Excepto un diario de extrema derecha con delirios de estado de excepción, el tono ha sido muy comedido estos últimos días. Desde la calle Génova han tocado el pito. A Mariano Rajoy no le interesa una España en llamas.

En Barcelona todo ha sido bastante más complejo, como corresponde a una gran ciudad que desde hace siglos afronta los conflictos sociales a pelo, porque el Estado fuerte está lejos y el propio, el próximo, es incompleto. En Barcelona, las cosas se envenenaron a raíz de una intervención policial con doble filo. Se pretendía evitar un mal mayor –que la plaza Catalunya fuese un polvorín en plena celebración de la gran victoria europea del Barça–, y para ganar peso en el nuevo escenario político catalán, el conseller de Interior, el impetuoso Felip Puig, quiso interpretar el papel del Capità Collons (Miquel Badia, legendario y discutido comisario de orden público de la Generalitat republicana), con resultados no muy afortunados para el Govern que preside Artur Mas.

Después vinieron los Fets de Juny, que traerán cola –más de la que cree alguna gente habituada a pensar que en Catalunya los conflictos de fondo quedan resueltos una vez emitido el correspondiente sketch humorístico en TV3–. Los Fets de Juny traerán cola y algún día sabremos si el intento de secuestro del Parlament de Catalunya fue un acontecimiento radicalmente espontáneo. Y, por último, había ayer más gas carbónico en la manifestación de Barcelona porque la Generalitat de Catalunya es la única administración que está diciendo la verdad –o media verdad– a los ciudadanos: hay que cortar en la sanidad, en la educación y en lo servicios sociales para evitar la bancarrota del Estado de bienestar. En el resto de las autonomías –trece de ellas en fase de cambio o ajuste de gobierno– se sigue disimulando. Esa es la otra foto fundamental del momento español.

Enric Juliana, en La Vanguardia

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