viernes, 15 de mayo de 2020

LA DERECHA ESPAÑOLA APRIETA MÁS CUANTO MÁS TOCA DESAPRETAR

Ayer lo explicaba muy bien mi suegro con un símil que yo imaginaba incluso berlanguiano: La derecha española es como si fueras en un barco a la deriva en mitad de una tempestad y parte del pasaje se dedicara a insultar al capitán, a lanzar objetos a la cabina de mando, a quejarse porque de vez en cuando entra agua en cubierta, porque tienen que permanecer encerrados a la fuerza en sus camarotes y además, como el barco se mueve mucho, se les caen las cosas, se marean y vomitan, en realidad porque ellos esperaban una plácida travesía y, como no ha sido así, la culpa, nunca de los elementos, de la mera fatalidad, no, claro que no, sino del capitán y solo de él, faltaría más. Un pasaje que en mitad de la tormenta exige la dimisión del capitán simple y llanamente porque no es de su gusto, no es de su cuerda. De hecho, lo aborrecen tanto que prefieren que suelte el timón y el barco se vaya a pique con ellos a sabiendas de que no hay tiempo ni posibilidad de poner otro al mando. Ya lo dijo uno de sus preclaros ministros: "¡Que se hunda España, que nosotros la levantaremos!" Nada que ver esa otra derecha de nuestros vecinos ibéricos, la del líder que pronuncia en el parlamento estas hermosas palabras: "Para mí, en este combate, éste no es un Gobierno de un partido adversario, sino el Gobierno de Portugal, al que todos tenemos que ayudar en este momento. Señor primer ministro, cuente con la colaboración del PSD. En todo lo que podamos, le ayudaremos. Le deseo coraje, nervios de acero y mucha suerte, porque su suerte es nuestra suerte". No, claro que no, la derecha española es otra cosa muy diferente, antagónica. Es una derecha esencialmente miserable, eternamente guerracivilista, ultramontana, sólo homologable con lo peor de Europa, Salvini, Le Pen, los meapilas polacos y el húngaro Orbán.

Han pedido la dimisión del Gobierno rojo desde el primer momento a espaldas de toda lógica teniendo en cuenta la magnitud de la crisis en la que estamos sumidos. No han dado tregua en mitad de la tempestad porque, en realidad, esta les ha venido que ni al pelo para intentar derrocar un gobierno que ellos habían previamente tachado de ilegal porque según su muy especial concepción de la democracia nunca puede serlo si recibe los votos de aquellos que ellos consideraban indeseables por principio, aquellos a los que se refieren de manera harta retorcida e interesada como bolivarianos, indepes o etarras solo para deslegitimarlos para los restos. No, porque en realidad están convencidos de que España les pertenece por herencia de sus mayores, los que ganaron la Guerra, que la democracia solo fue un apaño para adaptar el Estado a los tiempos con la connivencia de una oposición democrática que nunca tuvo la fuerza necesaria para hacerlos a un lado y romper de verdad y para siempre con el régimen de la larga noche de piedra de cuarenta años. Por eso pactaron un cambio de cromos en el que los suyos conservaban en lo esencial todo el poder económico al tiempo que toleraban los cambios de una izquierda debidamente adocenada y timorata para no provocar a los llamados poderes fácticos que habían sostenido todo el tinglado resultante de la victoria franquista.

Y por eso mismo también salen a las calles, cuando todavía estamos en plena pandemia, cuando todavía el riesgo de contagio sigue siendo el que es y sigue muriendo gente en los hospitales, a exigir la dimisión del gobierno al grito de "¡Fuera los comunistas!" Ya no hay comunistas, ni siquiera su odiado Podemos se reconoce como tales aunque muchos de sus miembros flirtearan con el comunismo y otros ismos en el extremo de la izquierda cuando todavía eran unos chavales. Podemos es todo lo más una socialdemocracia más o menos atrevida como resultado de poner los pies en la tierra y asumir la realpolitik como la única alternativa para intentar cambiar siquiera algo dentro del sistema. Sin embargo, a ellos, a los patriotas de la rojigualda hasta en la ropa interior, los dueños putativos de España, les conviene creer, y sobre todo hacer creer al resto, que todavía hay comunistas como los de antes de la caída del Muro para poder así sacar a pasear sus demonios particulares como coartada para lo que en esencia es puro y duro golpismo.

No protestaron contra el rescate a los bancos a fondo perdido, ni contra la corrupción del PP, ni contra los recortes y privatizaciones de la sanidad pública a cuyos trabajadores puede que hayan estado aplaudiendo a regañadientes, siquiera hasta que les han dicho que dejen de hacerlo porque les estropean el discurso. Tampoco protestarán contra el desastre de la gestión sanitaria de la crisis en manos de los gobiernos autonómicos de los suyos como Madrid, la comunidad que se lleva la palma en muertos e improvisación y que con más saña se aplicó a desmontar la sanidad pública. No, ni siquiera permitirán que los datos les desmientan el discurso de la gestión caótica y fracasada del Gobierno (939 muertos el 31 de Marzo, 184 el 13 de Mayo). Una gestión con todos sus errores, improvisaciones y todo lo que se quiera, se pueda y se deba reprochar al Gobierno cuando llegue el momento de pedir cuentas; pero, no en mitad de la tempestad, cuando todavía estamos a merced del virus, si es que de verdad les preocupa el virus y no solo su ansias de derribar a un gobierno, pese a quien pese, legalmente constituido. No les preocupa la gente del común, la cual, una vez más, apechugará con todo lo malo de la crisis que sucederá inexorablemente a la pandemia, tal y como ha ocurrido siempre, pero siempre, después todas y cada una de las pandemias habidas a lo largo de la Historia. No, porque ellos no son del común, son los vástagos de las élites económicas que viven en los barrios del centro de Madrid que ayer llenaron sus calles de rojigualdas, jersey al cuello, zapatos castellanos y gomina para pedir la dimisión de un gobierno que nunca reconocieron porque ellos solo reconocen la legitimidad de los suyos para gobernar España y los otros, y como mucho, solo en condición de inquilinos y bajo condiciones.

Sin embargo, y por eso mismo, porque los que ayer se saltaron a la torera todas las normas de prevención para vociferar su descontento de clase, los que gritaban libertad porque han visto coartada su libertad de movimiento como todos nosotros durante la cuarentena, la cual muchos de ellos califican con la mayor de las desvergüenzas de ensayo para instaurar un régimen totalitario sin ser capaces de explicar por qué o para qué, olvidando incluso y a propósito que el confinamiento se ha aplicado en la práctica totalidad de los países de nuestro entorno inmediato, solo llenaron las calles del mismo Madrid que, casualidades de pega de la vida, una más, los aviones del bando nacional procuraban evitar en sus continuos bombardeos sobre la población civil durante la Guerra Civil, porque solo se representan a ellos mismos, no podemos olvidar que también hay otro Madrid, y este de verdad mayoritario. Como el de Aluche que aparece en una de los dos fotos que he robado a la amiga Miriam Miriam. El Madrid de la verdadera gente del común, aquella que sostiene de verdad el país y que sobre todo lo padece, que va a volver a hacerlo una vez más con toda su crudeza como consecuencia de la endémica fragilidad de su andamiaje socio-económico, el mismo del que solo se benefician las clases pudientes a las que pertenecen la mayoría de los que salen a la calle con sus banderitas y sus consignas golpistas, los españoles y más españoles que nadie, la hostia de españoles, asquerosamente españoles. Y de ahí también, o sobre todo, la visceralidad, la rabia, el odio, con los que responden cuando alguien cuestiona ese estado de las cosas que nunca quisieron revertir de verdad en previsión de otra crisis como la anterior porque nunca tuvieron la necesidad de hacerlo, no iba con ellos.

Txema Arinas, en su página de Facebook

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