José Rodríguez-Medel fue el comandante de la Guardia Civil que el Gobierno Republicano destinó a Iruñea ante el ruido de sables que se escuchaba antes de que se ejecutara el golpe de estado de 1936. Fue el primero en morir aquel 18 de julio.
El comandante de la Guardia Civil en Nafarroa José Rodríguez-Medel entra al Palacio de la Gobernación, que antes fue de los reyes navarros. Hay polémica en la puerta. Rodríguez-Medel va vestido de gala y lleva el sable. El jefe de los militares, Emilio Mola, teme que le mate de un espadazo por lo que va a contarle. Gana el envite con los guardias de la puerta Rodríguez-Medel, que entra con su espada. Obviamente, hoy es 18 de julio de 1936. El golpe no ha comenzado aún, todavía es por la mañana.
A continuación, se reproduce una aproximación del diálogo entre Rodríguez-Medel y Emilio Mola, tal y como la recogió el historiador de la Guardia Civil Gonzalo Jar Couselo, que utilizó para ello distintas fuentes, siendo la más importante la del propio secretario de Mola, Benito Maiz.
Mola: Quiero hablarle, no en plan general, sino de compañero. He decidido sublevarme para salvar España, contra un Gobierno que nos lleva a la ruina y al deshonor y le llamo para decírselo y para saber si está usted dispuesto a sumarse al movimiento que ha de estallar dentro de unas horas.
Rodríguez-Medel: Yo no puedo secundar ese movimiento.
Mola: Le advierto a usted de que cuento con toda la guarnición y toda la provincia.
Rodríguez-Medel: Yo cuento con mi fuerza.
Mola: ¿Cree usted?
Rodríguez-Medel: Sí señor.
Mola: Lamento su decisión. Mire que va a ser muy duro tener que enfrentar mis tropas con la Guardia Civil.
Rodríguez-Medel: La Guardia Civil seguirá del lado del Gobierno. Ahora y siempre defenderé al Gobierno de la República como poder constitucional. Esa es mi postura.
Mola: Entonces, ¿no le importa nada la salvación de España? ¿Qué haría usted si se implantase, dentro de unos días, el comunismo en nuestra patria?
Rodríguez-Medel: Cumpliría mi deber.
Mola: ¿Y cuál es su deber?
Rodríguez-Medel: Obedecer las órdenes del poder constituido.
Mola: Sí, pues aténgase a las consecuencias.
Rodríguez-Medel: Supongo que no será una amenaza o una encerrona, mi general.
Mola: Usted no me conoce. Para eso no le hubiera llamado. Puede irse bien tranquilo, porque, por lo que a mí me atañe, no tiene nada que temer, ni en su vida ni en su libertad. Adiós.
Rodríguez-Medel: A sus órdenes, mi general.
El comandante de la Guardia Civil, efectivamente, salió de allí por su propio pie. Y sin desenfundar el sable. Los siguientes acontecimientos suceden en muy pocos metros, sin salir de Alde Zaharra de Iruñea. Mola ejecutó el golpe de estado desde ese mismo palacio, donde hoy se ubica el Archivo General, dando las instrucciones al resto de los conspiradores. Franco había cumplido en Marruecos, Queipo de Llano en Sevilla...
Mola salió al balcón y sus tropas le responden alzando en brazo. El golpe fascista estaba en marcha. Solo quedaba darlo a conocer por todos los rincones. En la calle Zapatería está la imprenta de ‘Diario de Navarra’, que será el vehículo para difundir el Bando. Garcilaso, el director de la publicación, era uno de los impulsores del golpe, y prestará sus servicios con gusto para la difusión. Este periodista filonazi, asimismo, había jugado un papel trascendental muñendo el acuerdo entre Mola y los líderes carlistas.
En cuanto al mensaje radiado, Mola desfiló desde su palacio hasta los estudios de Radio Nacional que se encontraban en la calle Mayor.
Rodríguez-Medel, por su parte, acude al Cuartel de la Guardia Civil que se ubicaba en la actual Plaza de San Francisco. Cuenta con 90 agentes para frenar al general Mola. Él no lo sabe, pero si se repasa el diálogo con Mola, se encuentra bien clara la advertencia: el comandante no cuenta con la lealtad de sus hombres. En el documental de Mikel Donazar sobre Rodríguez-Medel se apunta que 30 de los agentes se habían consignado con la conspiración algunos días antes.
Natural de Badajoz, el mando de la Guardia Civil en Nafarroa no ha tenido tiempo para trabajarse lealtades. Había llegado hace apenas un mes. Lo había enviado allá Azaña, como uno de sus hombres de confianza. Tenía como cometido vigilar a Mola y ya le había hecho el primer desplante, después de no hacerle la visita de rigor.
Se hacen precisos en este momento unos apuntes más personales. No fue cosa solo de Azaña, Rodríguez-Medel había pedido también ser enviado a Nafarroa. Su pareja era iruindarra. La había conocido en una estancia anterior. Con ella había tenido siete hijos, seis de ellos varones, y todos harán carrera militar. El día que Rodríguez-Medel entró con su sable a hablar con Mola, había cumpido 47 primaveras.
El comandante ordena a sus guardias que apresten las armas, que se marchan para Tafalla a tratar de contener la insurrección. Allá, en la esquina de la plaza que da a la calle Florencio Ansoleaga, se libró –quizás– uno de los acontecimientos más relevantes de esas primeras horas.
Queda de aquel momento un testigo. Un joven de 22 años llamado José Antonio Balduz, que pasaba por allá y al que aquello se le grabó tan adentro, que lo recordó toda su vida. Así lo narraba con 95 años: «Atravesé la plaza en diagonal para ir a la calle Eslava, donde yo vivía. Al faltar unos 15 metros para entrar en esa calle, vi un grupo y sonó un disparo. Me sorprendió la sonoridad tan enorme del disparo. Eran guardias civiles todos. Cayó rotundamente al suelo. No se oyó más».
El tiro a Rodríguez-Medel se lo pegaron por la espalda sus hombres cuando les pidió ser leales al Gobierno. Muy probablemente, el agente que le hacía de chófer es quien apretó el gatillo. Los guardias a los que dirigía se sumaron al alzamiento y muchos con gusto, destacando el papel represivo de muchos de los números del cuerpo en la Zona Media y Erribera.
En la misma portada del día 19 de julio de ‘Diario de Navarra’, esa anteriormente citada por ser el primer lugar donde se leyó el Bando Nacional, figura una pequeñita reseña de la muerte del comandante. «A consecuencia de un accidente desgraciado ocurrido en el cuartel, dejó de existir», mintió el periodista que escribió aquello.
El entierro del comandante Rodríguez-Medel en Iruñea fue clandestino, aunque su tumba está identificada. Le cedió un hueco la familia Ochoa. Por su parte, la Guardia Civil le negó las 50.000 pesetas con las que hubieran debido de indemnizarle por haber muerto «en acto de servicio».
Como anécdota, durante un tiempo, Mola y Rodríguez-Medel estuvieron enterrados uno en frente del otro. Fueron pocos años. Al guardia civil se lo llevó su viuda y al golpista se le trasladó poco después al mausoleo de Los Caídos de Iruñea.
María Luisa Rodríguez-Medel, una de las nietas del comandante –al igual que Carmen, la jueza que ocupa portadas estos días–, detalla en el documental de Donazar que quizás fue por miedo por lo que los hijos del comandante se metieron también guardias civiles. A fin de cuentas, el golpe desató una caza de brujas y ellos eran carne de cañón. La nieta explica que, además, siete hijos son muchos hijos para mantener por parte de una viuda. Y más cuando les habían negado todas esas pesetas.
Para el padre de María Luisa, uno de los seis hijos de Rodríguez-Medel, la historia del comandante siempre fue tabú. «Nunca quiso remover nada». La entrevista de Donazar recoge la confesión de esta nieta de las extrañas reacciones que obtenía por parte de guardias civiles cuando citaba el nombre de su abuelo. «Cuando yo decía que era nieta de Rodríguez-Medel… ¡Ay!. No es que conociera mucha gente dentro de la Guardia Civil al comandante Rodríguez-Medel, pero los guardias que lo conocían era para mal».
Donde sí se le sigue recordando al José Rodríguez-Medel es en la ciudad donde le mataron. En 2016, el cuadro de José Ramón Urtasun que representa alegóricamente la muerte del comandante fiel a la República se expuso dentro del Parlamento como parte de una exposición que suscitó una importante polémica.
«En el cuadro se ve, además del cadáver, al propio Mola, a Garcilaso y el carlista Baleztena. Me baso en una foto documentada del día 19 de julio durante un paseo triunfal que se dieron los tres. Lo que hago es fingir que se topan con Rodríguez-Medel, aunque a este lo mataron el día anterior», explica el autor.
Preguntado sobre qué le movió a retratar a Rodríguez-Medel, el artista y activista por la memoria subraya que lo principal fue que «se trata del primero al que mataron en Pamplona. El juez Elío fue el primer detenido y Rodríguez-Medel el primer muerto. Luego vendrían todos los demás. Es importante tener clara la secuencia de los hechos».
Aunque dentro del Instituto Armado nadie quiera recordar a Medel, en la que fue su tumba aparecen flores todos los años. Asociaciones como Ahaztuak se ocupan de ello.
Aritz Intxusta, en GARA
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